Cómo el chantaje “moral” nos está haciendo iliberales

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Ibram X. Kendi. CC: Montclair Film

 

Desde la publicación de su libro How To Be an Antiracist (2019), el historiador y activista Ibram X. Kendi se ha convertido en uno de los pensadores más influyentes de la ideología woke. Más allá del debate sobre el racismo, sus ideas muestran hasta qué punto se ha vuelto aceptable en el debate público el chantaje “o bendices mis puntos de vista o me odias” y otras trampas intelectuales.

Kendi es autor de varios ensayos sobre el racismo. En 2016 ganó el National Book Award, en la categoría de no ficción, por una historia de las ideas racistas en Estados Unidos, titulada Stamped from the Beginning (Marcados al nacer). Pero fue su libro de 2019, convertido en un bestseller tras la muerte de George Floyd, el que de verdad le dio visibilidad. Actualmente, dirige un centro de investigación antirracista en la Universidad de Boston y colabora en The Atlantic. En breve lanzará, con el apoyo del Boston Globe, una web sobre temas raciales.

La tesis más famosa de Kendi es que solo caben dos posiciones frente al racismo: o eres antirracista (es decir, o apoyas de forma activa políticas públicas e ideas contra el racismo), o eres racista. No existe el no racismo, como tampoco existe un Estado racialmente neutro, uno de los grandes mitos que, según él, alimenta el racismo.

En realidad, cualquiera que no hace nada para revertir las políticas o las ideas “que generan o normalizan la desigualdad racial”, es racista. Por eso, se puede ser racista por omisión, como proclama el eslogan que popularizó Black Lives Matter: “El silencio es violencia”.

La desigualdad ¿no se discute?

Otro elemento clave del discurso de Kendi es la presunción de que si hay desigualdad de resultados, hay racismo. “La desigualdad racial se produce cuando dos o más grupos raciales no se encuentran en pie de igualdad”, sostiene en How To Be an Antiracist. Y pone el siguiente ejemplo: “En 2014, el 71% de familias blancas vivían en casas en propiedad, en comparación con el 45% de familias latinas y el 41% de familias negras”. ¿Cuándo habrá equidad racial? Cuando haya porcentajes similares de propietarios en los tres grupos.

Kendi admite que la clase social influye en la desigualdad económica, pero ese factor es inseparable del racismo: “El capitalismo es esencialmente racista; el racismo es esencialmente capitalista”.

La explicación de la desigualdad que ve en el “privilegio blanco” la fuente de toda desventaja, ha sido cuestionada hace poco por un informe de la Comisión sobre Disparidades Raciales y Étnicas, un organismo creado por el gobierno británico. El informe reconoce que el racismo sigue siendo un problema real en el Reino Unido, pero eso no significa “que el sistema esté deliberadamente amañado contra las minorías étnicas”. En cambio, subraya que factores como “la geografía, la influencia familiar, el origen socioeconómico, la cultura y la religión tienen un impacto más significativo en las oportunidades vitales que la existencia del racismo”.

El propósito de esta Comisión es investigar las causas de las disparidades y dar con las políticas que funcionan en la lucha contra la desigualdad. Pero, bajo el prisma de Kendi, ese es el tipo de conversación que no podemos tener.

Kendi también se muestra inflexible con las Iglesias cristianas, a las que exige que combatan el racismo desde la “teología de la liberación”. Según él, cualquier intento de explicar las conductas racistas como el resultado del pecado personal es racista. La ortodoxia antirracista que él propugna exige ver esas conductas como el fruto de las estructuras de poder que oprimen a la humanidad. Así, un documento tan antirracista como La Iglesia ante el racismo (1988), elaborado por la Pontificia Comisión Iustitia et Pax, no pasaría el test de pureza ideológica exigido por Kendi.

Según Kendi, la discriminación positiva es la única manera que tenemos de no ser racistas

En su descargo, hay que decir que la misma exigencia que aplica a los demás se la aplica a sí mismo, cuando sostiene que tampoco los antirracistas están libres de caer en el racismo. Por eso, “ser antirracista exige una autoconciencia persistente, una autocrítica constante y un autoexamen frecuente”. Cabe preguntarse si esta tensión permanente, unida a su exigente purismo, no estará llevando a los simpatizantes de la ideología woke a ver racismo por todas partes. Un ejemplo: para Kendi, bajar el impuesto sobre las ganancias de capital sería una política racista, dado que los afroamericanos, que tienen menos acciones que los blancos, se verían menos beneficiados.

Discriminación positiva obligatoria

Quizá el aspecto más valioso del planteamiento de Kendi es que no vincula la etiqueta de antirracista o racista a la condición personal, sino a lo que cada cual “está haciendo o no haciendo, apoyando o expresando en cada momento”. En este sentido, se aleja de la mentalidad identitaria que identifica a las personas con sus opiniones. Como observa Ben Smith en The New York Times, Kendi “cree que la palabra [racista] debería ir unida a las acciones, no a las personas”. De modo que uno se vuelve racista cuando apoya políticas o ideas “que producen un resultado racialmente desigual”.

El problema es que esta intuición termina ahogada por su maximalismo. Por ejemplo, cuando dice que prefiere hablar de “políticas racistas” antes que de discriminación, porque así mantiene el foco en quienes las elaboran, que son quienes de verdad ostentan “el poder racista”. Todos podemos discriminar, dice, pero solo las élites pueden hacer políticas.

En cualquier caso, parece claro que Kendi no es un teórico del racismo al uso: él se ve a sí mismo como alguien que ha venido a redefinirlo. Y en ocasiones, esto supone llevar los debates más lejos de como están planteados ahora en la conversación pública.

Para Kendi, dar un trato de favor a alguien por motivos raciales es una acción típicamente antirracista, si con ello se logra más igualdad. Es más, es la única manera que tenemos de no ser racistas: “El único remedio a la discriminación racista es la discriminación antirracista. El único remedio a la discriminación pasada es la discriminación presente. El único remedio a la discriminación presente es la discriminación futura”.

El corolario lógico de este planteamiento es inequívoco: o apoyas el trato preferente a las minorías raciales –a través, por ejemplo, de ayudas económicas especiales, de cuotas de representación, etc.–, o eres un racista. Este es el giro decisivo. Antes, la discriminación positiva era un tema sobre el que cabía debatir: como cualquier política pública, admitía argumentos a favor y en contra. Ahora, si te opones a esas medidas, eres racista. O bendices, o me odias.

Dos ideas de justicia

Kendi pasa por alto que igual que él considera que hay razones de justicia para defender la discriminación positiva –los grupos históricamente discriminados parten de una situación de desventaja–, otros piensan que las hay para oponerse a ella.

Es lo que supo ver la socióloga de las emociones Arlie Hochschild, quien cambió la progresista Universidad de California en Berkeley por una estancia de cinco años en un estado de mayoría republicana. En vez de privar de legitimidad moral a los contrarios a la discriminación positiva, tachándoles de racistas, comprendió que su oposición se basaba en otra idea de justicia: la convicción de que todos somos iguales ante la ley.

Hochschild está en su perfecto derecho a criticar tanto esa idea de justicia como el rechazo a las cuotas. Y, de hecho, una sociedad verdaderamente liberal dará la bienvenida a ese debate. Pero eso es precisamente lo que quieren impedir quienes presentan los debates públicos en términos tajantes como los de Kendi.

En la tendencia a plantearlos como un chantaje hay algo de la superioridad moral que denuncia Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía Política. Es la superioridad de quienes solo ven buenas intenciones en los de su lado y nunca llegan a comprender por qué ante los problemas colectivos hay quienes no piensan como ellos. Visto así, el pluralismo político no sería otra cosa que el resultado de “la torpeza o la mala intención de los demás”.

Frente a la descalificación automática por parte de “quienes están todo el día extendiendo certificados de virginidad ideológica”, Innerarity prefiere pensar –siguiendo al psicólogo social Jonathan Haidt– que cuando progresistas y conservadores difieren en la manera de resolver un problema social, lo hacen movidos por las distintas ideas de justicia que manejan. “Los conservadores interpretan la justicia como proporcionalidad (las personas deben ser recompensadas en función de lo que aportan, incluso aunque esto implique desigualdades), mientras que los progresistas entienden la equidad desde el punto de vista de las necesidades; lo que a la derecha le indigna especialmente es que falte correspondencia entre el mérito y la recompensa, que haya subvenciones sin esfuerzo, mientras que la izquierda llama la atención sobre la falacia de la igualdad de oportunidades o la idea de mérito cuando hay una posición de partida muy desigual”.

Este enfoque, centrado en descubrir los valores que preocupan al otro lado, parece más eficaz para discutir los asuntos controvertidos en la opinión pública, que la falsa dicotomía racista/antirracista.

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