Por qué la teoría crítica de la raza enciende pasiones

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La teoría crítica de la raza (TCR) ha pasado de ser una doctrina legal poco conocida a dominar, en su versión simplificada, la escena política estadounidense. Sus partidarios la presentan como una herramienta necesaria para extirpar el racismo y otras formas de opresión; sus detractores, como una estrategia para el adoctrinamiento.

Inspirados por el magisterio de Derrick Bell, el primer profesor afroamericano en conseguir una plaza fija en la Facultad de Derecho de Harvard, varios juristas de izquierdas empezaron a preguntarse cómo el Derecho contribuye a mantener unas estructuras sociales racistas. Entre ellos destaca la profesora Kimberlé Crenshaw, que contribuyó a desarrollar el movimiento en los años 80 del siglo pasado y sigue siendo una de sus principales teóricas.

Una de las conclusiones a la que llegaron es que las leyes que en los años 50 y 60 consagraron los derechos civiles de los negros no bastaban para erradicar el racismo sistémico de Estados Unidos. Esas normas trataban de asegurar la igualdad de todos ante la ley. Sin embargo, para esos juristas, superar el racismo exigía, además, poner en marcha un completo sistema de discriminación positiva. Solo así se lograría compensar el “privilegio blanco” que la clase opresora trata de enmascarar con ideales como la igualdad formal, el Estado de derecho, la objetividad de la ley, la neutralidad racial o la meritocracia.

Basándose en el pensamiento neomarxista, los ideólogos de la TCR (o CRT, por sus siglas en inglés) defendieron la necesidad de un estudio crítico del ordenamiento jurídico, que sacara a la luz las discriminaciones a que dan lugar las normas ciegas a la raza. Hoy, un autor más mediático, Ibram X. Kendi, ha popularizado la crítica al Estado racialmente neutro y ha difundido la idea de que el antirracismo exige el apoyo incondicional a las medidas de trato de favor. También se ha vuelto mainstream el concepto de “interseccionalidad” (el solapamiento de dos o más formas de discriminación), acuñado por Crenshaw.

Memoria histórica

¿Qué ha pasado para que una teoría legal con muy pocos adeptos haya saltado al primer plano de la política? Un factor decisivo ha sido el creciente interés de la opinión pública por el antirracismo, en auge tras la muerte de George Floyd a manos de un policía blanco. Además, algunos de los postulados y herramientas conceptuales de la TCR les vienen como anillo al dedo a los partidarios de la ideología woke. Pensemos, por ejemplo, cómo se ha servido el movimiento Black Lives Matter de la idea de la “interseccionalidad” para impulsar la lucha contra el patriarcado, la “heteronormatividad” o el capitalismo.

También los partidarios del Proyecto 1619 ven en la TCR una aliada para su objetivo de reinterpretar la historia de EE.UU. Esa iniciativa del New York Times –que empezó como una colección de artículos periodísticos y que acabó dando lugar a un plan de estudios– considera que la fecha fundacional del país no es 1776, año en que las Trece Colonias declararon su independencia del Reino de Gran Bretaña, sino 1619, año de la llegada de los primeros esclavos negros.

Los grandes medios de izquierda apoyan esta narrativa y quieren que se dé a conocer en las escuelas, para que las nuevas generaciones aprendan una versión de la historia del país menos triunfalista; así, crecerán con la conciencia de que la esclavitud y el racismo son pecados originales de los que la sociedad debe redimirse.

Biden vs. Trump

Como explica The Economist, no está claro hasta qué punto está implantada la TCR en las escuelas públicas. De momento, cuenta con el apoyo expreso de la National Education Association –el principal sindicato de profesores– y muchos distritos escolares han incorporado ya el Proyecto 1619. Es precisamente el afán de llevar este relato a la escuela lo que ha motivado un fuerte movimiento de protesta entre los padres críticos con la iniciativa, los medios conservadores y el Partido Republicano.

En este río revuelto, Donald Trump entró de lleno en la polémica. En septiembre de 2020, a tan solo dos meses de las elecciones que habrían de desalojarle de la Casa Blanca, el mandatario denunció la “propaganda tóxica” de la TCR y del Proyecto 1619. Para contrarrestarla, anunció su intención de crear una comisión que defendería el “legado de 1776” y que se encargaría de garantizar una “educación patriótica” en los colegios públicos. Ese mes dictó una orden ejecutiva que prohibía financiar con fondos federales programas y actividades que difundieran los postulados de la TCR, sin nombrarla expresamente. Y a principios de noviembre, mediante un nuevo decreto, creó la anunciada Comisión de 1776.

El demócrata Joe Biden no le fue a la zaga. Y el mismo día que tomó posesión como presidente de EE.UU., el 20 de enero de 2021, anuló esas dos órdenes ejecutivas. La intervención de ambos presidentes en momentos tan señalados da una idea de hasta qué punto se han tomado en serio esta cuestión. Solo la polémica por la caída de Afganistán ha logrado cambiar el foco mediático.

Mientras la izquierda apela a la lucha contra el racismo sistémico, la derecha teme el adoctrinamiento

Jaque al liberalismo

Los políticos republicanos han encontrado un filón en la TCR. Y varios analistas prevén que será una buena baza en las elecciones legislativas del próximo año.

Al mismo tiempo, es interesante ver cómo han cambiado los medios de izquierdas su discurso respecto a la reacción anti-TCR que se ha desatado estos últimos meses por todo el país. Sean Collins, corresponsal de Spiked en EE.UU., lo resumía en un triple movimiento. Primero, el desdén y la condescendencia: estos padres no saben de qué están hablando; sí, la TCR existe, pero es una teoría esotérica que solo se enseña en las facultades de Derecho. Luego empezaron a admitir que, en efecto, los colegios públicos eran un buen lugar para debatir sobre el racismo. Y, finalmente, terminaron reconociendo que la TCR era una herramienta necesaria contra la discriminación por motivos de raza, sexo, clase y orientación sexual.

De esta forma, dice Collins, surgió el verdadero rostro de la TCR, que no es tanto una teoría como una praxis que busca desmantelar un sistema que se juzga inherentemente racista y opresivo. “En una palabra, la TCR es una forma de adoctrinamiento”.

En dos artículos para The Wall Street Journal, William A. Galston, exasesor de Bill Clinton, también subraya que el objetivo último de la TCR es llevar a cabo una auténtica “revolución cultural” que cambie el orden constitucional vigente, basado en la igualdad ante la ley. A este izquierdista moderado, le sorprende la naturalidad con que los ideólogos de esta doctrina admiten que la TCR viene a desafiar el orden liberal.

Leve cambio de tornas

Pero el iliberalismo no solo tienta a la izquierda. Artículos en The Guardian, The New York Times y el ya citado de The Economist denuncian que algunos proyectos de ley presentados por legisladores republicanos en varios estados para evitar la enseñanza de la TCR impiden discutir con alumnos de secundaria sobre racismo o sexismo, sobre la interpretación de la historia o sobre los postulados de esta teoría, lo que amenaza la libre expresión de ideas y el pensamiento crítico.

Por ejemplo, el de Carolina del Norte prohíbe difundir afirmaciones como esta: “La idea de que Estados Unidos es una meritocracia es una idea inherentemente racista o sexista”. El de Texas prohíbe exigir “la comprensión del Proyecto 1619”. Los de Tennessee y Connecticut prohíben cualquier enseñanza que pueda llevar a una persona a “sentir malestar, culpa, ansiedad u otra forma de angustia psicológica únicamente por su raza o sexo”.

Es curioso cómo se han invertido (tímidamente) las tornas. La derecha, que se quejaba de los espacios seguros, las microagresiones o los trigger warnings –señales en los libros que alertan de opiniones que pueden herir la sensibilidad–, ahora adopta el lenguaje de quienes abogan por estas prácticas en los campus universitarios. (Hay, no obstante, una diferencia de grado: salvo alguna excepción, las leyes republicanas quieren ocuparse de lo que pasa en las escuelas, no en las universidades). Y la izquierda, que lleva tiempo empantanada en batallas simbólicas, abrazando una diversidad de escaparate, ahora dice que la TCR no viene a ocuparse “tanto de las almas de los blancos como de las condiciones materiales de vida de los negros”, en palabras de la columnista de The Guardian Moira Donogan.

Ante la politización del que será seguramente uno de los temas estrella de la temporada, Sean Collins pide a los padres críticos con la TCR que tomen cierta distancia de esas leyes. “Una campaña de base dirigida por los padres es un enfoque mucho mejor. (…) Las expresiones de poder de los padres que estamos presenciando permiten vislumbrar un posible futuro alternativo: un posible movimiento contracultural que movilice las energías de la mayoría hacia la visión de una educación humanista y no racializada”.

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