Crece la rivalidad entre China y Estados Unidos

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Ivan Marc / Shutterstock

La guerra de Ucrania relegó a un papel secundario la rivalidad estratégica entre Estados Unidos y China, pero el estancamiento del conflicto, en el que el gigante asiático se ha movido con una cierta prudencia sin dejar de lado sus vínculos con Rusia, está contribuyendo a que esa rivalidad vuelva a ocupar un lugar destacado en el escenario internacional. La propia China se ha ocupado de recordarla con la publicación de dos documentos estratégicos en la web de su Ministerio de Asuntos Exteriores.

En el primero, US Hegemony and Its Perils, se hace una dura requisitoria contra la política internacional de Estados Unidos incluyendo algunos antecedentes históricos. Por el contrario, en el segundo, Global Security Initiative, no se menciona explícitamente a la superpotencia norteamericana y hay infinidad de referencias al sistema de Naciones Unidas, presentado como un ideal para la paz y la seguridad internacional, aunque a la vez se ponen de relieve los foros e iniciativas chinas en los ámbitos global y regional.

Críticas en público a Estados Unidos

No es casual que la publicación de estos documentos haya coincidido con el nombramiento de un nuevo ministro chino de Asuntos Exteriores, Qin Gang, que en una reciente conferencia de prensa atacó con una franqueza poco habitual lo que ha calificado de “excepcionalismo norteamericano”. Qin Gang acusó a Washington de tener un doble rasero cuando, por ejemplo, se refiere al respeto de la soberanía e integridad territorial de Ucrania, pero no tiene idéntico respecto a la soberanía e integridad territorial de China, incluido Taiwán, y todo a ello a pesar de que la diplomacia estadounidense solo reconoce una única China desde que estableciera relaciones diplomáticas con Pekín en 1979.

Además, el ministro se preguntó por qué Estados Unidos se opone a que China envíe armas a Rusia y al mismo tiempo los norteamericanos venden armas a Taiwán. Por otra parte, Qin Gang acusó abiertamente a Estados Unidos de arrogarse una “misión de superioridad moral” y no tratar en pie de igualdad a las otras naciones. Para Pekín, las relaciones internacionales han de basarse en la estabilidad y no en conceptos morales abstractos. Es el triunfo de un relativismo cultural derivado de la continua reafirmación de la soberanía del Estado y la no interferencia en sus asuntos internos.

Estas inusuales críticas en público se inscriben en el marco de una subida de tensión en las relaciones entre los dos países tras incidentes como el derribo de un supuesto globo espía chino por Estados Unidos a principios de febrero. Por si fuera poco, el presidente Xi Jinping, el pasado 6 de marzo, en la reunión anual de la Asamblea Nacional Popular que ha confirmado su tercer mandato en la presidencia, mencionó expresamente a Washington: “En los últimos cinco años, los países occidentales, liderados por Estados Unidos, nos han contenido y reprimido en todos los sentidos, lo que ha supuesto graves desafíos sin precedentes para nuestro desarrollo”.

En contraste, en la reunión de los presidentes norteamericano y chino en Bali durante la cumbre del G20 en noviembre de 2022, se habló de competición entre los dos países, aunque Xi Jinping pretendía interpretarla como “aprender uno de otro para evitar el conflicto”. Pero ahora las circunstancias han cambiado y el nacionalismo chino se siente obligado a dar una respuesta enérgica a un poder estadounidense que no se ha debilitado, como podría haber hecho creer la apresurada retirada de Afganistán en el verano de 2021. Esto podría explicar, sin ir más lejos, el tono combativo adoptado en el documento US Hegemony and Its Perils.

Las críticas de China llegan hasta el extremo de considerar a Estados Unidos como “la nación más belicosa de la historia del mundo”

Una enmienda a la totalidad

Uno de los principales reproches que China hace a Estados Unidos en el citado documento es su continua interferencia en los asuntos internos de otros países. Subversión, infiltración y guerras. Todo sería válido para mantener la hegemonía norteamericana que solo produce daño a la comunidad internacional. A partir de ahí el documento desarrolla una enmienda a la totalidad de la política exterior estadounidense en los últimos dos siglos comenzando por la Doctrina Monroe en 1823, en la que el verdadero significado de “América para los americanos” sería “América para Estados Unidos”, y que continuaría con el paso del tiempo con el bloqueo a Cuba de 1962, el golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile en 1973 o la interferencia en los asuntos internos de la Venezuela chavista.

Con todo, el revisionismo histórico chino no se queda ahí y en otros párrafos se remonta al siglo XIX con el exterminio de las tribus indias, la invasión de Canadá, la guerra con México y la guerra con España. También aborda el documento tiempos más recientes, y en otra área geopolítica, Eurasia, con la acusación a Estados Unidos, compartida por la Rusia de Putin, de fomentar revoluciones “democráticas” en el antiguo espacio soviético: revolución de las rosas en Georgia, revolución naranja en Ucrania, revolución de los tulipanes en Kirguizistán…

Las críticas llegan hasta el extremo de considerar a Estados Unidos como “la nación más belicosa de la historia del mundo” y se le achaca una exclusiva responsabilidad en el desencadenamiento de las guerras de las últimas décadas: Corea, Vietnam, el Golfo, Kosovo, Afganistán, Irak, Libia, Siria… Desde la óptica china, Estados Unidos sería incapaz de distinguir entre la diplomacia y la guerra, sin prestar tampoco atención a las víctimas civiles y refugiados que son consecuencia de esos conflictos.

Hegemonía cultural

La calificación de Estados Unidos como potencia belicosa lleva al documento a calificar otras actuaciones suyas como actos de guerra, bien se trate del sistema económico internacional basado en el dólar, representado por el FMI y el Banco Mundial; o el ámbito de la tecnología, hasta el extremo de presentar a los estadounidenses como “un imperio de hackers”.

La lista de reproches es larga y variada hasta culminar en la acusación de hegemonía cultural, en la que no podían faltar Hollywood o Coca-Cola, y luego se subraya la continua manipulación de la opinión pública mundial porque los estadounidenses se arrogan posiciones de monopolio, difunden noticias falsas y acallan medios discrepantes como la cadena Russia Today o la agencia Sputnik, aunque no se menciona en estos casos la guerra de Ucrania.

La conclusión del documento es el rechazo a una política exterior, la estadounidense, que estaría basada en la hegemonía, la dominación y el acoso. Es una actitud “unilateral, regresiva y egoísta”. A ella se contrapondría otra política que se basa en la paz, el desarrollo y la cooperación, que sería la de China, opuesta al hegemonismo y a la política de poder, y que rechaza la interferencia en los asuntos internos de otros países. Pero este primer documento no tendría pleno sentido sin la lectura del segundo, donde se propone un modelo alternativo de política global.

Una apología del multilateralismo

La Global Security Initiative da título a este documento, en el que China cuida minuciosamente las formas y en modo alguno pretende presentarse como una superpotencia rival de Estados Unidos, en busca de aliados en una confrontación similar a la de la Guerra Fría. Son más bien los norteamericanos, en su afán de contener a una China que es su competidora a nivel económico y tecnológico, los que parecen aferrarse a la mentalidad de guerra fría, y en no pocos casos le añaden el ingrediente de la rivalidad entre la democracia liberal y el autoritarismo.

China se presenta como un modelo de diplomacia multilateral cuyo centro es la cooperación internacional, en contraste con actitudes hegemónicas

China, en cambio, plantea las cosas de otra manera y hace una apología del multilateralismo y la cooperación internacional, con continuas referencias a la Carta de las Naciones Unidas. Según Pekín, la organización universal tendría que ser la antítesis del unilateralismo y la confrontación entre bloques; el instrumento adecuado para una auténtica seguridad colectiva. No hay, sin embargo, en el documento ninguna referencia a la historia de la ONU, a sus frustraciones y a sus fracasos derivados, en gran parte, de la inoperancia y paralización del Consejo de Seguridad. Las continuas apelaciones del documento a una seguridad común, indivisible y cooperativa o la de que ningún estado puede construir su seguridad a expensas de otros porque todos son iguales en términos de seguridad, parecen arrancadas de documentos significativos de la ONU y en algunos momentos recuerdan a los de la OSCE, con sus referencias a la resolución de controversias por medios pacíficos, el diálogo y la cooperación.

Se podría decir que la tesis principal del documento es que la paz vendrá siempre por medio de la cooperación entre los estados, y nunca por medio de las guerras y las sanciones económicas. Por lo demás, China hace un llamamiento a la cooperación regional, con expresas referencias a organizaciones promovidas por Pekín –como la Organización de Cooperación de Shanghái– o los BRICS, además de otros foros africanos y asiáticos en los que los chinos participan.

En realidad, el documento analizado no tiene mucho de novedoso, porque la gran mayoría de las referencias forman parte de la tradición de la diplomacia china desde 1954, cuando se dieron a conocer los cinco principios de la coexistencia pacífica, en una reunión entre Zhou Enlai y Nehru, y que se resumen en el respeto mutuo por la soberanía y la integridad territorial; la no agresión mutua; la no interferencia en los asuntos internos; la igualdad y el beneficio mutuo; y la coexistencia pacífica. Estos principios quedarían también reflejados en la Conferencia de Bandung (1955), en la que China y la India participaron, y que sería el origen del movimiento de países no alineados.

El documento no es tanto un programa de acción como una especie de recordatorio al mundo de que China es un modelo de diplomacia multilateral cuyo centro es la cooperación internacional, en contraste con actitudes hegemónicas que pretenden dividir el mundo en bloques y ponen en peligro la paz mundial. De ahí que el principio de derecho internacional más importante para China, y que comparte con Rusia y otros estados, sea la soberanía estatal y la no interferencia en los asuntos internos. Esto supone el rechazo explícito de un mundo dividido entre autocracias y democracias, entre otras cosas porque el régimen chino, en nombre del relativismo cultural, considera que los occidentales no tienen el monopolio de la democracia.

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