El nacionalismo marxista de Xi Jinping

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DURACIÓN LECTURA: 9min.
Xi Jinping presta juramento tras ser elegido presidente de la República Popular China en el Gran Palacio del Pueblo (Pekín), el 10-03-2023 (XINHUA vía Europa Press, foto de archivo)

Kevin Rudd, ex primer ministro australiano y embajador de su país en Estados Unidos, es un reconocido experto en la política exterior e interior de China. Su nuevo libro, On Xi Jinping: How Xi’s Marxist Nationalism is Shaping China and the World (Oxford University Press, 2024), es el resultado de una minuciosa tesis doctoral en la que trabajó durante más de cinco años. Sin embargo, no es un complejo texto académico sino una especie de biografía ideológica del líder chino. En efecto, a Xi se podría considerarlo el dirigente más “ideológico” desde Mao.

Marxismo-leninismo a la “izquierda”, nacionalismo a la “derecha”

Xi Jinping es un hombre que pretende dejar atrás el pragmatismo de sus antecesores, particularmente el de Deng Xiaoping. Su concentración de poder le ha servido para elevar sus tesis a la categoría de Pensamiento Xi Jiping, equiparable a los Pensamientos de Marx, Lenin y Mao. Según Rudd, la ideología es una fuerza conductora significativa en la China actual. Se trata de una doctrina alimentada por el materialismo histórico y dialéctico de Marx y por el inflexible “centralismo democrático” de Lenin, encarnado en este caso por el omnipotente Partido Comunista Chino (PCC). En este sentido, según el autor, se puede afirmar que China ha girado a la “izquierda”, en contraposición a los reformistas en la línea de Deng Xiaoping, que durante la Revolución Cultural fueron tachados de “derechistas”.

Xi representa una postura combativa, que insiste en la noción de “lucha”, pero no pretende ser un conjunto de dogmas rígidos, sino una ideología práctica, es decir, adaptada a las necesidades de China. De ahí que pueda definirse como un marxismo-leninismo nacionalista. Para Xi, la lealtad ideológica y la lealtad política son la misma cosa. En los tiempos del pragmatismo de Deng se llegó a afirmar que a veces era más importante ser “experto” que “rojo”. En cambio, Xi da preferencia al “rojo” sobre el “experto”. Piensa que, si no fuera así, estaría en peligro el liderazgo del PCC.

Así se entiende que Mao no sea para Xi un mero recuerdo del pasado, pues es el el fundamento del renacer ideológico. Tiene presente la historia del régimen soviético y considera que la desestalinización de Jrushchov fue una de las causas remotas de la caída de la URSS. Según Xi, fue un ejemplo de “nihilismo histórico”, como en China también lo fue la corrupción económica y política, paralela a los períodos de reformas de sus antecesores en el poder, y que conllevó graves violaciones de la disciplina del Partido.

Xi Jinping da gran importancia a la ideología y, en consecuencia, a la propaganda para preservar la aprobación popular del Partido

Al marxismo-leninismo, que lleva al régimen chino más a la izquierda, se añade el componente del nacionalismo, que –en opinión de Rudd– supone un giro a la “derecha”. Su interés no es tanto adquirir territorios, con la excepción de Taiwán –un caso de reunificación con la Madre Patria–, sino borrar definitivamente el recuerdo de más de un siglo de humillaciones por las potencias extranjeras desde la primera Guerra del Opio (1839) hasta la proclamación de la República Popular China (1949). Sería, en cierto modo, un retorno al Tianxia (todo bajo el cielo) de la China imperial, un poder centralizado rodeado de una constelación de “Estados vasallos” próximos, que eran su zona de influencia. De este modo se enlazan las ideologías de Marx y Mao con la remota historia de China, la que se inicia con el primer emperador, Qin Shi Huang, unificador de los siete reinos chinos en el siglo II a de C.

La ideología de Xi Jinping

El régimen chino se sustenta en la centralización del poder del PCC; pero en una China emergente, convertida en la segunda economía mundial, existe el riesgo de que la evolución de la sociedad pueda cuestionar la legitimidad del Partido. De ahí la importancia que Xi da a la ideología y, en consecuencia, a la propaganda, para preservar la aprobación popular del régimen. Por eso, el término “lucha” es consustancial a esta percepción, aunque el poder chino ha de mostrarse cauteloso para que el fervor ideológico, que pretende ser un factor de cohesión, no derive hacia los excesos de la Revolución Cultural maoísta.

Además, todo esto ha de conjugarse con la visión nacionalista del “sueño chino” formulada por Xi Jinping. Dicho “sueño” tiene un alcance mundial, pero al mismo tiempo se rechaza la globalización occidental como una amenaza para la economía china, por su pernicioso efecto de debilitar el control económico estatal. Con todo, la dimensión ideológica ha de tener una personificación, tal y como sucedió en la época de Mao. Esto implica construir un culto a la personalidad de Xi, muy próximo al que se creó en torno al fundador del régimen comunista.

Y al igual que en el caso de Mao, la sumisión del Partido a su líder es fundamental. Pasa también por el adoctrinamiento ideológico y una disciplina férrea. En consecuencia, son frecuentes las campañas de “rectificación” en el seno del PCC, impulsadas por el líder, que busca, por encima de todo, la lealtad de los cuadros dirigentes y justifica las campañas como si se tratara de medidas para extirpar un “cáncer” y luchar contra todos los intentos de “infiltración, subversión y sabotaje”.

En el aspecto económico, la ideología de Xi asume que las etapas de reforma y apertura, impulsadas por Deng Xiaoping, trajeron prosperidad económica, pero al mismo tiempo crearon altos niveles de desigualdad social. El Gobierno actual las relaciona con un excesivo auge del sector privado y de los criterios tecnocráticos. La respuesta ha sido un aumento del estatalismo, en el lenguaje y en la práctica, y las preferencias en economía por el nacionalismo y el mercantilismo. Las campañas contra el sector privado no van dirigidas a suprimirlo, sino que se basan en que puede ser un instrumento para la corrupción, algo que siempre obsesiona a los dirigentes chinos, aunque en realidad pesa sobre todo el temor a que haya estructuras que escapen al control político del Partido.

La política exterior de Xi tiene un alcance global al presentarse como una alternativa al orden mundial liderado por Estados Unidos

Respecto al nacionalismo, el pensamiento de Xi Jinping lo relaciona con la tradición cultural de China. El socialismo con características chinas tiene que buscar sus raíces en dicha cultura y no puede ser ajeno a su historia y filosofía. Conviene subrayar que un argumento recurrente del régimen es que China es la única gran civilización que ha llegado hasta nuestros días en forma de Estado. Ahora bien, no se admite otra interpretación de la cultura china que la del PCC. Kevin Rudd recuerda, sin embargo, que el comunismo maoísta fue iconoclasta respecto a la cultura tradicional. Por lo demás, el Partido pone un especial acento en la historia posterior, con las humillaciones infligidas por las potencias occidentales. Todo ello sin olvidar el ingrediente comunista, pues Xi considera que la revolución de 1917 marcó la historia del siglo XX. A su vez, sostiene, el siglo XXI será marcado por el nacionalismo marxista-leninista de la nueva China.

La política exterior de Xi Jinping

El nacionalismo de Xi considera superada la noción de “ascenso pacífico” de China, propia de las épocas de Jiang Zemin y Hu Yintao, así como la táctica de mantener un perfil bajo en política exterior, adoptada por Deng Xiaoping. China no quiere ocultar su poder y adopta una política marcada por el activismo y la asertividad, que no se veía desde los tiempos de la Revolución Cultural.

Por tanto, el poder de China ha de ser ejercitado para cambiar el statu quo no solo regional sino también global. Un objetivo inmediato es conseguir que los vecinos asiáticos, muchos de ellos aliados de Washington, sean más receptivos a los intereses chinos. De ahí el fomento de la cooperación regional, que Pekín vincula a una seguridad común en sentido amplio. Con los norteamericanos, Xi ha abandonado las propuestas de cooperación de la época de Hu Jintao, y los considera rivales, si bien tratando siempre de evitar una confrontación directa.

Por lo demás, la política exterior de Xi tiene un alcance global, al presentarse como una alternativa al orden mundial liderado por Estados Unidos. China aparece como la defensora de un mundo multilateral, y su vinculación a los países del Sur Global le sirve para dar la imagen de promotora de un orden mucho más justo. Así, Pekín multiplica sus iniciativas en el marco de las Naciones Unidas con un papel más activo en el Consejo de Seguridad, una mayor presencia de sus diplomáticos en las instituciones de la organización universal y un aumento de su participación en operaciones de mantenimiento de la paz.

El control del poder por Xi y el futuro de China

El XX Congreso del PCC (octubre de 2022) marcó la consagración del liderazgo de Xi Jinping, que dejó de estar sometido al mandato temporal de diez años de sus antecesores. Fue una vez más una exaltación de la “lucha”, del combate ideológico. En opinión de Kevin Rudd, para Xi, la ideología es inmutable e imprescindible, pues determina la lucha y la estrategia. En el pensamiento de Xi, la estrategia es un hilo conductor esencial, de tal modo que la política y las tácticas pueden ser modificadas en función de ella.

Xi Jinping tiene 71 años y su familia cuenta con antecedentes de longevidad, por lo que tendería a perpetuarse en el poder hasta una edad avanzada, tal y como hicieron Mao o Deng. Considera que es necesario el control ideológico del Partido como garantía de su poder. Sabe, sin embargo, que no se puede retroceder en los avances económicos. De hecho, el PCC presume de haber sacado de la pobreza a la quinta parte de la humanidad.

Respecto al futuro de China, Rudd asegura que no habrá modificaciones en la trayectoria ideológica y que Xi Jinping se aferrará al poder hasta que encuentre un sucesor de plena confianza.

Pese a todo, el autor no oculta que Xi asume un riesgo respecto a Taiwán. Si tuviera éxito en hacerse rápidamente con el control de la isla, cumpliría su objetivo de unificación de la Madre Patria; pero si fracasara, surgiría un sentimiento de humillación nacional y esto podría provocar su caída. En cualquier caso, una guerra contra Taiwán tendría repercusiones muy negativas para China, tal y como ha señalado Kevin Rudd en su anterior libro, The Avoidable War (2022).

Rudd concluye On Xi Jinping con la consideración de que el problema del presidente chino, dada su edad, es que no tiene demasiado tiempo y que su obsesión por la ideología puede desembocar en la inercia política y en una mayor burocratización. Por eso, el autor expresa su escepticismo sobre los proyectos ideológicos, porque van en contra de las aspiraciones individuales de los ciudadanos, las normas sociales y los intereses económicos del país.

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