Paul Auster, el vértigo de narrar

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Paul Auster
Paul Auster (foto CC: BBC World Service)

Dos meses después de la publicación en España de su última novela, Baumgartner, el escritor estadounidense Paul Auster fallecía en Nueva York el pasado 30 de abril, a los 77 años, de un cáncer que le habían diagnosticado a finales de 2022. Su obra de narrador, poeta, ensayista, traductor y guionista revela un fuerte componente intelectual y un estilo claro y limpio.

Paul Auster nació en 1941 en New Jersey. En A salto de mata (1998) cuenta cómo sus padres, judíos, se divorciaron después de frecuentes desavenencias por cuestiones de dinero. Tras su paso por la universidad se marcha a Francia. Son años de variadas experiencias profesionales en los que va madurando su vocación de escritor. Además de trabajar en un petrolero y realizar otros desempeños corrientes, tradujo a poetas franceses, escribió algunas obras de teatro y una breve novela policíaca, e hizo de negro para otros escritores. Vuelve a Norteamérica con 33 años y comienza una nueva etapa: deja atrás un matrimonio fracasado, sigue con la amenaza de los problemas económicos y tiene el deseo claro de escribir y sólo escribir.

La muerte de su padre desencadena en el autor la necesidad de explicarse la naturaleza de la enrarecida relación que mantuvo con él, y escribe y publica La invención de la soledad (1982), su primera novela.

Trilogía de Nueva York

Consigue llamar la atención de un público entendido minoritario y se inicia así la primera etapa de su vida de escritor, que ocupa básicamente la década de los ochenta. Los trabajos preliminares que se mencionaron antes, incluidos los poemas que escribió en los setenta, no verán la luz hasta mucho después, cuando ya es un escritor consagrado. En sus obras aparecen desde el principio los temas que le obsesionan: el azar, la soledad, la dificultad de conocer a los demás y, a la vez, la necesidad de unos por otros. Los trata con registros muy variados: prosa ensayística e introspectiva en La invención de la soledad; recurso (sólo instrumental) a lo policíaco en el ciclo de la Trilogía de Nueva York; vagabundeo metafísico en la ciencia ficción en El país de las últimas cosas (1987).

El posmodernismo de Auster (autobiografismo, metaficción, uso paródico de géneros) se mitiga en lo formal con la opción por la claridad

De estos primeros años, además de esas novelas, es El arte del hambre (1982), conjunto de ensayos en los que reflexiona sobre el oficio de escribir. Toda esta producción de los ochenta es conocida y publicada en España a partir de 1988 gracias a las editoriales Júcar y Edhasa, que también se ocupan de sus poemas de los setenta. Son novelas duras de leer, desasosegantes, que muestran a un escritor poco convencional, lleno de preguntas, poseedor de un estilo claro y limpio, muy depurado ya desde sus comienzos.

La ciudad de cristal (1985), Fantasmas (1986) y La habitación cerrada (1986), las tres novelas que componen la célebre Trilogía de Nueva York, son libros que se abren con brillantes planteamientos, se desarrollan en densos nudos, en los que el autor no siempre controla del todo la historia, y que desembocan en desenlaces sombríos. Se aprecia en ellas cierto experimentalismo vanguardista, muy acorde con inquietudes tan posmodernas como el horror presente en la existencia cotidiana y la obsesión por el juego de identidades. Su posmodernismo (autobiografismo, metaficción, uso paródico de géneros) se mitiga en lo formal con la opción por la claridad: desarrollo cronológico de la acción y secuencia con un claro hilo conductor.

La eclosión de un escritor

El palacio de la luna (1989) inaugura una segunda etapa que termina con Mr. Vértigo (1994). Son los años de eclosión en los que pasa de autor para iniciados a escritor de éxito generalizado y ampliamente traducido en Europa. “No estamos ante el típico producto de consumo cultural que ha sido exportado desde los Estados Unidos a Europa; por el contrario, la literatura, la cinematografía, la estética y el universo austerianos han sido un éxito de público y crítica en nuestro país pese a la indiferencia (en el mejor de los casos) del público y la crítica norteamericanos”, explicó Bernardo Muñoz en su tesis doctoral Paul Auster en España (1988-1998).

Se consolida, así, el perfil del héroe austeriano: personajes complejos que querrían ser buenos, llenos de enigmas, que no dudan en romper con todo y empezar de nuevo, lastrados de culpa, en busca del amor.

Los temas son los mismos, pero asistimos a la epifanía de su gusto por la historia, de un dominio del arte de contar que atrapa a sus lectores. Esta producción de éxito incluye cuatro novelas, las dos citadas más La música del azar (1990) y Leviatán (1992), y un breve relato, El cuaderno rojo (1993). En España toma las riendas la editorial Anagrama, que reeditará también los libros anteriores.

Sus personajes conmueven, desean salir de la situación en que se encuentran, y es fácil sufrir con ellos

Son novelas más sencillas de leer que las primeras, con menos carga autobiográfica, más norteamericanas en cuanto a los temas que tratan: narrativa de aprendizaje, crítica a la sociedad de consumo y al liberalismo, añoranza de la comunicación interpersonal.

Todas sus novelas están montadas sobre su particular concepción de la secuencia suceso-reacción-actuación. El suceso, un motivo desencadenante de las historias, es muchas veces fortuito. La reacción ante lo inesperado es una respuesta de extrañamiento. El suceso suele tener unas consecuencias graves que provocan en el protagonista una fuerte sensación de culpa. La actuación que se deriva es obsesiva y exagerada, anormal en una palabra. Periodos de hundimiento psicológico, soledad, espiral alcohólica y de degradación sexual, truculencia, vacío, tentación de suicidio.

Con este esqueleto podría entenderse a Auster como un escritor sombrío y pesimista, carente de respuestas, y no se explicaría su éxito.

Obsesión por el azar

Su obsesión por el azar no es fácil de desmontar. Las situaciones que describe son perfectamente verosímiles, y testimonian la poca distancia que hay entre lo que ocurre y lo que podría no haber ocurrido. Encontrar un demiurgo más consistente lleva a otro plano al que no puede accederse fácilmente sólo con la inteligencia. “Lo que he tratado de decir en muchas de las cosas que he escrito es que cualquier cosa le puede pasar a cualquiera, en cualquier momento”, resumió en una entrevista en 2020.

Sus personajes conmueven, desean salir de la situación en que se encuentran, y es fácil sufrir con ellos. No se rinden, aunque es cierto que casi nunca encuentran lo que buscan. En Auster siempre hay una salida, dos puntos de luz en concreto: la amistad y el amor. Ambos hacen que se desee seguir viviendo.

Auster es un mago del ritmo y de la sorpresa, y prefiere palabras llanas para contar historias

Además, Auster cuenta con dos sólidos apoyos técnicos: su capacidad de fabular y su estilo. Su imaginación desbordante le lleva a urdir excelentes historias, con tramas complicadas pero lógicas, verosímiles. Cada cosa sigue a la anterior en una sucesión coherente de pliegues y repliegues, con una sinuosidad de prestidigitador. Para ver lo bien que narra basta tratar de contar a un amigo el argumento de una de sus novelas. Sucede que la convención que se ha admitido entre autor y lector, y que ha funcionado sólida durante la lectura (es lo que distingue a un buen escritor), se vuelve titubeante fuera del momento de la lectura.

Sencillez narrativa

Y todo narrado con sencillez, con un estilo fluido. Auster es un mago del ritmo y de la sorpresa, y prefiere palabras llanas para contar historias. Sus primeras novelas son algo más experimentales en cuanto a la forma (fragmentación narrativa, alteración de parámetros espacio-temporales, etc.); fueron consideradas en su país elitistas y “europeas”, llenas de imaginación y cultura pero irritantes por su vanguardismo y abstracción. Admira a escritores tan originales como DeLillo y Pynchon, pero pronto opta personalmente por la transparencia. Es constante su recurso a la intertextualidad: dentro de cada obra hay referencias a otras novelas suyas y a las de otros autores; puede decirse que cada nueva novela enriquece la lectura de las anteriores.

Auster es un escritor de éxito pero entre lectores de cierto nivel. Aunque dice mostrarse más interesado en los sentimientos que en las ideas, sus novelas tienen un fuerte componente intelectual. Le atrae la reflexión sobre temas abstractos y filosóficos como son la identidad, la comunicación, la aleatoriedad, el conocimiento; desenvuelve sus historias en un mundo culto, de escritores, universitarios, de gente que lee mucho. Se apoya en subgéneros sencillos como la novela de iniciación, de aventuras, el género negro o el realismo mágico, pero siempre con una fuerte carga reflexiva, existencial y simbólica.

La llamada del cine

La tercera etapa comienza cuando un director de cine le propone elaborar el guión de Cuento de Navidad de Auggie Wren (1990), un relato del propio Auster publicado en un periódico. El resultado es Smoke (1995), una exitosa película que llamó la atención en festivales europeos, muy alejada del cine norteamericano más frecuente. Le siguió, ahora codirigiendo, el experimento fílmico que es Blue in the Face (1995), y más tarde se lanzó a dirigir personalmente Lulu on the Bridge (1998).

Esta furia fílmica le consumió la segunda mitad de los noventa, y dejó a sus seguidores en una especie de síndrome de abstinencia, más cuando Mr. Vértigo resultó ser una novela desigual y menos redonda que las anteriores. El cine difundió su rostro por todo el mundo, popularidad a la que sin duda contribuyó el tratarse de un personaje afable, de buena presencia, educado, simpático y jovial.

Además de los guiones de las tres películas, interesantes de leer, sobre todo el de Smoke, sus adictos tuvieron que conformarse esos años con trabajos no menores –pues no es fácil disimular el talento–, pero sin la fuerza de sus grandes novelas. A salto de mata (1998) recoge sus memorias hasta el éxito, es decir, hasta El palacio de la luna y los trabajos que hemos llamado “preliminares”; Experimentos con la verdad (2001) es la reedición de Anagrama de los ensayos contenidos en El arte del hambre más algunas adiciones; La historia de mi máquina de escribir (2001) es un pequeño relato-homenaje a su instrumento de trabajo; Creía que mi padre era Dios (2002) recopila 179 relatos breves que Auster seleccionó entre los que le llegaban para un programa de radio, herederos de la estética y visión moral de nuestro escritor.

Sólo publicó una novela en todo ese tiempo, Tombuctú (1999), emotiva y no carente de interés, pero insuficiente para la altura de las expectativas. En 1996 apareció en España Dossier Paul Auster, edición ampliada de un especial que dedicó al autor el Magazine Littéraire francés: cronologías, entrevistas, pequeña biografía, relación de libros del autor y sobre el autor, etc. Un documento en castellano imprescindible para conocer a fondo al escritor, al igual que, más recientemente, Una vida en palabras. Conversaciones con I. B. Siegumfeldt (2018), esclarecedor conjunto de entrevistas con una profesora de la Universidad de Copenhague que examina, título a título, la obra completa del autor.

Después de Tombuctú, Auster se demoró tres años en sacar su siguiente novela, El libro de las ilusiones (2002), una quest sobre un cómico ficticio de cine mudo, Hector Mann, magnético, torturado, lleno de matices, con un pasado de secretos y mentiras. Al igual que el Benjamin Sachs de Leviatán, un día Mann desapareció sin dejar rastro, enigma que brinda al autor la posibilidad de reflexionar sobre temas como el arte y la inmortalidad, o sobre el artista que interrumpe su obra, citando a figuras como los poetas Rimbaud y Laura Riding o a Salinger, en una línea explotada también por su colega español Enrique Vila-Matas.

Lo austeriano

La producción literaria de Auster fue bastante estable durante la primera década de este siglo, con tenaces citas con sus lectores que ahondaron en una estética previsible, poco sorpresiva aunque gustosa, una especie de reescritura constante de sus obsesiones. Así, reemprendió la búsqueda del sentido vital en un mundo azaroso en La noche del oráculo (2004), novela de ecos borgianos, repleta de sofisticados juegos metaliterarios, un tanto rocambolescos, en la que la palabra se afirmaba como el anclaje más seguro para poner orden dentro del caos del mundo.

Menos feliz fue Brooklyn Follies (2006), en la que se percibía cierto agotamiento en su fórmula de historias cruzadas, así como una intensidad menor a la hora de mantener en alto sus tramas. La visión de Brooklyn como el barrio de las segundas oportunidades era lo más valioso de una obra en la que la aceptación de la muerte viraba hacia una afirmación radical de la vida.

La imagen del propio autor veinte años después le sugirió la solipsista Viajes por el scriptorium (2007), que el escritor Rafael Reig definió como “un soberano aburrimiento”. La perplejidad del “héroe” –en este caso, Mr. Blank, un anciano encerrado en una habitación que se ha olvidado de quién es– resultaba insuficiente para dotar de interés a un argumento, más que kafkiano, en exceso complaciente.

A vueltas con los laberintos de la identidad, Un hombre en la oscuridad (2008) volvía a confirmar la fluidez narrativa de Auster, su destreza en tanto que artesano de la prosa, pero también su dificultad para esquivar el ensimismamiento “austeriano”, que parecía subsistir como un pálido reflejo de sus primeros trabajos, mucho más intuitivos. No obstante, Un hombre en la oscuridad picaba en una prometedora veta política al reflexionar sobre la violenta deriva de su país, en la que incidiría en un ensayo posterior, Un país bañado en sangre (2023), acompañado por fotografías de su yerno Spencer Ostrander, acerca del demonio de las armas en Estados Unidos. Allí revelaba que, en enero de 1919, dos meses después del final de la Primera Guerra Mundial, su abuela había matado a su abuelo de un disparo.

Otra lección de virtuosismo sin mucho donde rascar la dio en Invisible (2009), a la que siguió, un año más tarde, Sunset Park (2010), que, de nuevo, renunciaba al análisis de la honda complejidad humana en pos del artificio intelectual, con una ristra de personajes extraviados en emociones vanas.

Diario de invierno (2012) e Informe del interior (2013) fueron sus últimas obras publicadas en España bajo el sello Anagrama, antes de su resonante fichaje por Seix Barral (Grupo Planeta). “Tu amistad es esencial para mí y hasta que me metan en el ataúd quiero seguir siendo un miembro de la familia Anagrama”, se excusó en una carta a su editor de (casi) siempre, Jorge Herralde. Más memorias que diario, los recuerdos familiares eran el plato fuerte de la primera obra, en la que Auster daba cuenta de las casas donde había vivido, con simpáticas anécdotas y jugosas ideas; mientras que Informe del interior insistía en el filón autobiográfico como un modo de meditar sobre su formación literaria.

Premio Príncipe de Asturias

A diferencia de otros compatriotas suyos, como su admirado Don DeLillo, Cormac McCarthy o Philip Roth, el nombre de Auster nunca sonó seriamente como un firme candidato al Nobel, pero, a lo largo de su trayectoria, no le faltaron reconocimientos, como el de Comendador de la Orden de las Artes y las Letras de Francia.

En España, el jurado del premio Príncipe de Asturias reconoció en 2006 “la renovación literaria que ha llevado a cabo al unir lo mejor de las tradiciones norteamericana y europea, innovar el relato cinematográfico e incorporar a la literatura algunas de sus aportaciones”, destacando, asimismo, su don para “atraer a jóvenes lectores, al dar un testimonio estéticamente muy valioso de los problemas individuales y colectivos de nuestro tiempo”.

En su discurso de agradecimiento, encontramos una consistente defensa de la escritura de “relatos imaginarios” –su oficio–, así como una consoladora esperanza en el futuro de la novela, que define como “una colaboración a partes iguales entre el escritor y el lector”, “el único lugar del mundo donde dos extraños pueden encontrarse en condiciones de absoluta intimidad”.

Su última obra, “Baumgartner”, es un elegante testimonio literario sobre un profesor de Filosofía que es el “alter ego” del autor

Trece años después, su segunda esposa, Siri Hustvedt (la primera fue la también escritora Lydia Davis), recibió el mismo galardón. Fue Hustvedt quien, en marzo de 2023, anunció que Paul Auster padecía cáncer y quien, puntualmente, fue informando de su estado de salud y sus proyectos desde ese territorio que dio en llamar Cancerland.

Últimas voluntades

En sus últimos años, Auster sorprendió a sus lectores con dos obras muy voluminosas. Por un lado, la novela 4 3 2 1 (2017), un ejercicio formal que seguía la vida de Archie Ferguson desde cuatro perspectivas distintas; en realidad, cuatro novelas que trazaban las andanzas posibles de su protagonista hasta la vida adulta. Transcurridos siete años desde Sunset Park, los lectores respiraron aliviados al confirmar que su imaginación seguía intacta, aunque su propósito no acabara de cuajar debido, precisamente, a su prolija ambición.

Igualmente voluminosa, La llama inmortal de Stephen Crane (2021) hizo que el Auster novelista se reencontrara con el Auster crítico literario, a través de una biografía del malogrado autor de La roja insignia del valor –precursor de gigantes de las letras americanas como Theodore Dreiser o Ernest Hemingway–, que falleció de tuberculosis a los 28 años de edad. Gracias a su finura como lector, Auster salió airoso de ese mastodóntico homenaje.

La muerte accidental de su nieta Ruby por sobredosis, a los diez meses de edad, y de su hijo Daniel, también por sobredosis, bajo cuyo cuidado se encontraba aquella cuando falleció, marcaron los últimos años de la vida de Paul Auster, que nunca habló de ello. Tras el anuncio de su enfermedad, publicó un elegante testamento literario, Baumgartner, tan sutil como fresco, acerca de un profesor de Filosofía, viudo, que mira hacia atrás sin ira y sigue creyendo en el poder del amor y en el futuro. Su alter ego.

Muy querido por sus lectores, Paul Auster fue el escritor que muchos quisieron ser. Jonathan Lethem, Rick Moody o Jonathan Safran Foer han reconocido el magisterio de su llama inmortal, al igual que él hizo con Stephen Crane, Isaak Bábel o Miguel de Cervantes.

 


Versión actualizada del artículo original de Javier Cercas Rueda (28-05-2003), realizada por Alberto de Frutos, a quien se debe el análisis de la producción de Auster posterior a esa fecha.

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