La ciencia florece en un ambiente de libre discusión que no reprime las discrepancias. Las grandes aportaciones vienen de aquellos que, como Copérnico, rompen moldes, cuestionan las teorías establecidas, se atreven a desafiar la opinión mayoritaria. Thomas Kuhn elevó esa comprobación a ley histórica: la ciencia avanza a saltos, gracias a una minoría que no sigue la corriente general, deja de intentar que los nuevos datos encajen en las hipótesis canónicas e inventa otro modelo. Por eso nuestra época respeta la disidencia y abomina del dogmatismo en materia científica.
El debate sobre los cambios climáticos ilustra bien el malentendido que muchas veces se da entre científicos y políticos, según explica Jean Paul Dufour en Le Monde (24-III-95).