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Guerras y proteccionismo agrícola perpetúan el hambre

publicado
DURACIÓN LECTURA: 13min.

En torno a la Cumbre Mundial sobre Alimentación
El mundo produce alimentos de sobra para sus habitantes. ¿Por qué, entonces, sigue habiendo 800 millones de personas subnutridas? Yoweri Museveni, presidente de Uganda, lo dijo así en la última Cumbre de la FAO (Roma, 10-13 de junio): «Las principales causas de escasez de alimentos en el mundo son en realidad tres: las guerras; el proteccionismo a los productos agrícolas en Europa, Estados Unidos, China y Japón; y el proteccionismo a los productos elaborados por parte de los mismos países».

Las hambrunas han desaparecido prácticamente. Pero todavía brotan crisis alimentarias: la más reciente es la que padece África meridional, donde -según cálculos del Programa Mundial de Alimentos, de la ONU- hay 10 millones de personas necesitadas de ayuda urgente. Esta región ha sido maltratada por el clima, que ha deparado una larga sequía interrumpida por inundaciones. Pero un año de malas cosechas no basta para causar hambre. Dos países de la zona, Botsuana y Sudáfrica, no sufren escasez; tienen en común estar libres de los problemas políticos que aquejan a los otros.

En Malaui faltan alimentos porque el gobierno malvendió 167.000 toneladas de las reservas de cereales, y el dinero ha desaparecido. Zambia aloja a unos 300.000 refugiados de Angola y Congo, de los que casi la mitad dependen de la ayuda alimentaria; además, los agricultores del país son demasiado vulnerables a los caprichos del clima por culpa de la irregular distribución de fertilizantes y los sistemas de riego mal planteados. La agricultura de Zimbabue está patas arriba por la política de redistribución de tierras, aplicada con violencia por las turbas adictas al partido en el poder; la invasión de explotaciones comerciales desalienta a los agricultores de sembrar, de modo que el país, antes exportador neto de cereal, con cosechas de 1,8 millones de toneladas anuales, este año ha producido solo 480.000 toneladas. En cuanto a Angola, acaba de salir de una larga guerra. Finalmente, Madagascar ha tenido buena cosecha este año, pero la revuelta política ha encarecido los alimentos y obstaculiza la distribución.

Pasar hambre es no poder comprar

Si los conflictos provocan crisis alimentarias, la subnutrición persistente se debe a la pobreza. «Los que pasan hambre son en general demasiado pobres para comprar alimentos, si los hay en las cercanías», sentencia la especialista francesa Sylvie Brunel, autora de Seguirán muriendo de hambre (ver servicio 70/99), en su último libro, Famines et politique (Presses de Sciences PO, 2002). Y en vísperas de la reciente Cumbre Mundial sobre Alimentación, el director general de la FAO, Jacques Diouf, resumía el problema de este modo: «Todavía hay 800 millones de personas que no tienen suficiente dinero para comprar la comida que necesitan» (New York Times, 9-VI-2002).

En efecto, el problema de la alimentación está ligado al desarrollo. Para resolverlo se necesita ayuda internacional, pero también políticas eficaces y gobiernos no corruptos en los países pobres: como ha mostrado el economista indio Amartya Sen, premio Nobel en 1998, ninguna nación democrática ha padecido hambrunas (cfr. servicio 149/98).

Ahora bien, la satisfacción de las necesidades alimentarias no requiere opulencia, sino que la agricultura de los PED sea más productiva y rentable. ¿Qué lo impide?

Barreras arancelarias

Aparte de los problemas generales de desarrollo, hay un factor importante en sí mismo y que admite ser atacado de modo directo. Los productos agrícolas son -con los textiles- casi los únicos en que los PED pueden ser competitivos. Si tuvieran abierto el acceso a los mercados de los países desarrollados (PD), se fortalecería la agricultura de los pobres. Pero las barreras arancelarias les cortan el paso, y en el mercado internacional los precios son artificialmente bajos por los excedentes de los agricultores -más productivos y muy subvencionados- de los PD. De este modo, los campesinos de los PED, poco productivos, no pueden obtener la rentabilidad suficiente para desarrollar sus explotaciones.

Las aduanas del mundo rico siguen siendo inexpugnables para las principales exportaciones de los pobres. Desde la rebaja general de aranceles que dio origen a la Organización Mundial del Comercio (OMC), las transacciones internacionales han aumentado rápidamente, entre el 4% y el 11% anual (en 2001 se ha registrado el primer descenso, del 1%). Pero ha sido una liberalización asimétrica, fuertemente escorada a favor de los PD. Según la OMC, los aranceles medios son hoy del 10% para los productos manufacturados; pero los impuestos a los productos agrícolas están en el 40%. En consecuencia, calcula el Banco Mundial, los PED soportan, por término medio, derechos de aduana superiores al 14%, más del doble que los PD (6%).

Es cierto que la Unión Europea (UE) y Estados Unidos han otorgado exenciones arancelarias a los países más pobres (ver servicios 35/01 y 167/01). Pero se trata de excepciones, limitadas además. Por ejemplo, Ghana puede vender cacao a la UE sin derechos de aduana; pero obtendría mayor rendimiento si exportara, en vez de cacao en grano, el producto elaborado, y he aquí que la manteca de cacao y el chocolate están sujetos a elevados aranceles en la UE, para proteger a los chocolateros europeos. La ley norteamericana AGOA ha suprimido los aranceles para los productos textiles africanos; pero exige, para que se aplique la exención, que estén hechos con tela procedente de Estados Unidos.

Subsidios agrícolas en los países ricos

En estrecha relación con las barreras arancelarias están las subvenciones a la agricultura de los PD. Suman más de 300.000 millones de dólares al año: seis veces la ayuda oficial al desarrollo destinada a los PED, o -como gusta anotar James Wolfensohn, presidente del Banco Mundial- una cantidad similar al PIB total del África subsahariana. La Cumbre de la FAO estuvo caldeada por la reciente aprobación en Estados Unidos de una ley agraria muy proteccionista, que motivó fuertes quejas de los PED y también de representantes occidentales.

Pero no olvidemos que la mayor fortaleza agraria sigue siendo la UE y que los agricultores más protegidos del mundo son los japoneses (ver cuadro). Si la nueva ley norteamericana preocupa, no es tanto por la cantidad total de los subsidios (seguirán estando por delante los de la UE), cuanto porque constituye un paso atrás y pone en peligro la liberalización agraria que en noviembre pasado se acordó negociar en la reunión de la OMC en Doha (Qatar).

Después del fracaso en Seattle (diciembre de 1999), en Doha se pudo por fin poner en marcha la que se iba a llamar «Ronda del Milenio», gracias a que los PD aceptaron discutir la reducción de su proteccionismo agrario y textil (ver servicio 159/01). Antes, en la «Ronda Uruguay» (1986-1994), los PD -bajo el impulso de Estados Unidos- habían acordado poner topes a los subsidios agrarios y reducir gradualmente los que más distorsionan el comercio internacional: los que se dan en función de la producción o de los precios. Así, la UE, que en 1990 gastaba más del 90% de las subvenciones de esa manera, en 2000 había bajado la proporción al 20%; ahora, la mayor parte de los subsidios son pagos directos a los agricultores, menos distorsionantes. Por su parte, Estados Unidos aprobó en 1996, cuando los republicanos dominaban el Congreso, con Newt Gingrich a la cabeza, una ley agraria muy liberalizadora, que recortó las subvenciones -con vistas a hacerlas desaparecer gradualmente- y las desvinculó, en gran parte, de la producción.

Viraje proteccionista norteamericano

Pero después bajaron los precios, los agricultores clamaron, y tanto Estados Unidos como la UE concedieron nuevas ayudas de emergencia. Ahora bien, hay una diferencia. La UE sigue siendo más proteccionista, pero en 2000 dio menos que en 1995, mientras que las subvenciones de Estados Unidos, más bajas, tienden al alza.

La nueva ley agraria norteamericana deshace la reforma de 1996 y convierte en norma el nivel de gasto alcanzado merced a los pagos de emergencia. Restaura subsidios eliminados en 1996 y crea otros nuevos. En particular, vuelve a conceder subvenciones vinculadas a la producción y los precios para las tres mayores cosechas (soja, trigo y maíz). Así, Estados Unidos rivalizará en proteccionismo con la UE, y la superará en términos relativos, con unos subsidios por explotación de tres a cuatro veces mayores.

Es un soplo de viento helado para las negociaciones actualmente en curso, que fracasarán si los PED no ven que las naciones ricas están dispuestas a abrir sus mercados. El viraje proteccionista norteamericano es una mala señal, y además da ocasión a la UE, que en Doha se resistió a incluir los subsidios agrícolas en el programa de la ronda, a tomarlo como excusa para no ceder.

Práctica desleal

«Las subvenciones agrarias de los países ricos constituyen una práctica desleal contra las exportaciones agrícolas de los países pobres», ha escrito Nicholas Stern, economista jefe y primer vicepresidente del Banco Mundial (Le Monde, 22-V-2002). Un estudio del Banco y del Fondo Monetario Internacional señala, a título de ejemplo, que si los precios mundiales del algodón no estuviesen deprimidos por los subsidios de los PD, el número de pobres en Burkina Faso podría reducirse a la mitad en seis años (cfr. Washington Post, 5-V-2002). Por eso dijo a los PD en la Cumbre de la FAO el vicepresidente filipino, Teofisto Guingona: «Nosotros somos pobres. Vosotros sois ricos. ¡Igualad las reglas del juego!». Esta equidad sería la mejor ayuda al desarrollo. Lo recuerda Yoweri Museveni: «Si alguien compra lo que Uganda produce, da a mi país la mejor asistencia posible, en especial si se trata de bienes elaborados, que suelen proporcionar más empleos y de cualificación más alta, y que reportan beneficios indirectos a toda la economía» (Wall Street Journal, 24-V-2002).

Falta que el bloque desarrollado se aplique el credo del libre comercio que predica. Su resistencia a practicarlo en la agricultura tiene, ciertamente, motivos sociales, y nadie pide que de la noche a la mañana abandone al puro mercado a sus agricultores, el 5% de su población activa. Pero, como demostró la ley norteamericana de 1996, hay margen para reducir gradualmente los subsidios, y -como apunta Stern- «sería preferible usar esos fondos en amortiguar el costo que tendría suprimir esta política preferencial».

Ahora que se ha extendido la convicción de que el subdesarrollo no es culpa solo del exterior, sino que la corrupción y la incompetencia de los regímenes propios tiene mucho que ver, también habría que reconocer que los gobiernos democráticos de los países ricos ceden al clientelismo. Todo el mundo reconoce que el principal motivo de la nueva ley agraria norteamericana es electoral: el color del Congreso pende de los comicios parciales que tendrán lugar en otoño, y varios escaños decisivos corresponden a Estados agrícolas. Se podría decir, un tanto cínicamente, que la desgracia de los campesinos del sur del planeta es que no votan en el norte. Pero si la «globalización» ha de ser auténtica, no puede consistir solo en comerciar con el extranjero: también tiene que significar tener en cuenta las repercusiones internacionales de lo que se decide en casa.

Rafael SerranoMetas sin compromisos

Roma. La cumbre Mundial sobre Alimentación, celebrada del 10 al 13 de junio en la sede de la FAO, en Roma, mostró de un modo palpable que tal vez ha llegado el momento de modificar la organización de ese tipo de «summits». Al menos, esa era la sensación que se respiraba en la clausura, después de que los representantes de 182 países concluyeran repitiendo exactamente los mismos propósitos que se habían formulado en la reunión de 1996: reducir a la mitad el hambre en el mundo para el año 2015 (ver servicio 152/96).

Pero es que, además, una reunión contra el hambre ofrece siempre muchos puntos vulnerables. No ha faltado quien ha calculado que con los 2,4 millones de dólares que ha costado la organización de la Cumbre se podría haber alimentado a 34.000 niños durante un año. Tampoco daba buena imagen la concurrencia de un número tal vez excesivo de personas en las delegaciones (con un total de 6.600 participantes), ni otros detalles menores, como las presencia de los coches oficiales de compras en las inmediaciones de locales de alta moda. De todas formas, no han sido esas las razones del pesimismo.

Recomendaciones no vinculantes

El verdadero motivo es la falta de decisiones vinculantes y de compromisos concretos. En este tipo de reuniones, las conclusiones son simples recomendaciones, cuya puesta en práctica depende de la buena voluntad de los gobiernos. Como a nadie se le puede pedir cuentas por no haber alcanzado los objetivos cinco años después de que se fijaran, buena parte de las críticas se revuelven contra la propia FAO y su maquinaria burocrática. En este caso, su director general, el senegalés Jacques Diouf, de 64 años, pudo salir al paso de las acusaciones de hipertrofia y afirmar que este organismo de las Naciones Unidas ha «adelgazado» notablemente en los últimos años, pues hoy cuenta con 1.600 empleados menos que en 1996.

La pérdida de interés de la reunión se manifestó también en la vistosa ausencia de líderes de los llamados países industrializados: tan solo asistieron el presidente y el primer ministro de la anfitriona Italia y el primer ministro de España, que ocupa la presidencia de turno de la Unión Europea.

También intervino el secretario de Estado vaticano, cardenal Angelo Sodano, quien leyó a los participantes un mensaje de aliento del Papa. En total, estuvieron presentes durante la Cumbre 74 jefes de gobierno de países en vías de desarrollo. La ausencia de los «grandes» fue calificada por Diouf como «una señal psicológica negativa», aunque subrayó que la asistencia de 248 ministros era la más alta registrada hasta ahora.

«Cumbre de las palabras»

Las conclusiones de la reunión se podrían sintetizar en tres puntos: la lucha contra el hambre, el uso de la biotecnología y las ayudas a los países pobres. Como ya se ha señalado, en el documento aprobado se ha fijado como objetivo reducir a la mitad, para el año 2015, el número de personas que padecen desnutrición, estimado en 815 millones: se pretende, por tanto, ir a un ritmo de 22 millones por año (ahora el ritmo, según cálculos de la FAO, es de 6 millones anuales). El director general dijo que al paso actual, ese objetivo se alcanzaría con 45 años de retraso.

Sobre el uso de las biotecnologías, al final se acordó dar una moderada luz verde a su utilización, lo que se entiende como una concesión a Estados Unidos (una declaración final sin el apoyo de EE.UU. habría tenido aún menos fuerza). Se precisa, de todas formas, que se recurrirá a las biotecnologías de modo seguro y adecuado a las condiciones locales y con el fin de aumentar la productividad agrícola en los países en vías de desarrollo.

A propósito de la ayuda a los países pobres, el documento pide a los desarrollados que todavía no lo han hecho (que son la inmensa mayoría) que destinen el 0,7% del producto interior bruto a ese fin: esa cifra solo la alcanzan, y superan, Noruega (0,80%), Suecia (0,81%), Holanda (0,82%) y Dinamarca (1,06%), mientras que la media mundial es muy inferior: 0,39 % (Estados Unidos: 0,10 %; Italia: 0,13 %; España: 0,24 %; Francia: 0,33 %). El objetivo es aumentar la suma en 24.000 millones de dólares.

Como viene siendo habitual en los últimos años, durante la Cumbre se celebró un fórum paralelo (en este caso, pacífico) en el que participaron representantes de organizaciones no gubernamentales, sindicatos, partidos verdes, etc. Los organizadores precisaron que no estaban contra la FAO, a la que critican pero consideran un interlocutor, sino contra los gobiernos. Definieron, de todas formas, que la celebrada en la FAO había sido «la cumbre de las palabras».

Diego Contreras

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