Es posible alimentar a la población mundial

publicado
DURACIÓN LECTURA: 13min.

Cumbre Mundial de la Alimentación, organizada por la FAO
Roma. Reducir a la mitad, para el año 2015, los ochocientos millones de personas que padecen desnutrición en el mundo es el objetivo más concreto de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación que se celebra en Roma del 13 al 17 de noviembre. La conferencia, patrocinada por la FAO (organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación), confirmó que hay recursos suficientes para alimentar a la población mundial, y aprobó directrices para garantizar la seguridad alimentaria.

La Conferencia ha estado precedida por la aprobación de la «Declaración de Roma» y del correspondiente «Plan de Acción», firmado por casi un centenar de jefes de Estado y de Gobierno al inicio de las sesiones. Esos documentos fijan los siete puntos estratégicos para alcanzar lo que han definido «seguridad alimentaria mundial».

Sobre el significado concreto de esa expresión, que aparece decenas de veces en los documentos, el «Plan de Acción» ofrece una de esas definiciones propias del estilo onusiano: «Existe seguridad alimentaria cuando todas las personas tienen en todo momento acceso físico y económico a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para satisfacer sus necesidades alimenticias y sus preferencias en cuanto a los alimentos, a fin de llevar una vida activa y sana». Un objetivo tan amplio que quizá no esté garantizado ni en los países ricos.

Contra el embargo de alimentos

Es la primera vez que una reunión de esta envergadura organizada por la ONU comienza con un documento aprobado. El texto, de 46 páginas, es fruto de seis meses de negociaciones entre los 440 delegados de 137 países. El documento se mueve en el plano global, por lo que no hay referencias a casos ni a países concretos. Quizá la única afirmación en la que se podría vislumbrar una referencia a la actualidad es cuando se advierte que «los alimentos no deben utilizarse como instrumento de presión política y económica», lo que cabe interpretar como un rechazo a los «embargos» (Cuba, Irak, etc.), que desgastan más a la población que a los gobiernos contra los que se dirigen.

El documento se mueve también en un plano muy técnico, por lo que las referencias a planteamientos o enfoques conflictivos, como podría ser el alarmismo demográfico, son inexistentes. Sobre este punto específico, se reafirma que «la disponibilidad de alimentos suficientes para todos es un objetivo alcanzable», y que en los últimos veinte años la media de alimentos per cápita ha crecido un 15%, a pesar de que en ese mismo período de tiempo la población se incrementó en 1.800 millones de personas.

Ayuda alimentaria sólo para emergencias

Otro de los puntos de interés general esparcidos a lo largo del texto es la constatación de que el número de personas afectadas por catástrofes naturales varía cada año, mientras se ha producido un «aumento espectacular» del número de víctimas de los conflictos civiles. Hay que ayudar a esas poblaciones de modo tempestivo, pero se subraya que «la asistencia alimentaria de urgencia no puede ser la base de una seguridad alimentaria sostenible». Es preciso «facilitar la transición del socorro al desarrollo».

Los gobiernos también se comprometen a intensificar los esfuerzos para cumplir con el objetivo de destinar el 0,7% del Producto Nacional Bruto a la ayuda oficial al desarrollo. Para lo cual deberán buscar nuevas formas de financiación, «entre otras cosas, por medio de la reducción apropiada de los gastos militares excesivos»; en otro momento se menciona el «alivio de la deuda externa de los países en desarrollo».

En el texto existen dos referencias aisladas a la planificación familiar. La primera aparece cuando, en el marco de las estrategias de desarrollo, se habla de «formular políticas y programas demográficos y servicios de planificación familiar apropiados, en consonancia con el Informe y el Programa de Acción de la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo, El Cairo, 1994» (Objetivo 1.2 c). Un poco más adelante (Objetivo 2.4 a), se manifiesta que hay que «promover el acceso de todas las personas, en especial los pobres y los grupos más vulnerables y desfavorecidos, a la atención primaria de salud, incluidos los servicios de salud reproductiva, de acuerdo con el Informe y el Programa de Acción de la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo, El Cairo, 1994».

Un catálogo de buenas intenciones

La aplicación de las recomendaciones, los siete «compromisos» que suscribirán los responsables políticos, es responsabilidad de cada Estado. Los «compromisos» son un catálogo de buenas intenciones (políticas para erradicar la pobreza, mejorar el acceso a los alimentos, prevenir emergencias, etc.), tan obvias como indiscutibles.

El Comité de Seguridad Alimentaria de la FAO alentará su puesta en práctica con el propósito de «determinar si es posible alcanzar esa meta [de reducir a la mitad el número de personas malnutridas] para el año 2010», cinco antes de lo programado.

Diego ContrerasUn problema de pobreza, no de producción

La persistencia del problema del hambre en el mundo de hoy no quiere decir que no haya recursos para alimentar a todos. La experiencia de las últimas décadas demuestra que la producción alimentaria ha crecido más aprisa que la población. El suministro de calorías por habitante ha aumentado alrededor del 10% desde mediados de los años 70. Como declaraba en estos días el director general de la FAO, Jacques Diouf, «el mundo produce hoy suficientes alimentos para dar de comer a todos, pero no todos tienen acceso a ellos».

Según estimaciones de la FAO, en los países en desarrollo unos 800 millones de personas sufren desnutrición crónica, de los cuales 200 millones son niños. Esto supone que una de cada cinco personas de esos países no toma diariamente todo el alimento que necesitaría. Aunque el problema persista, la situación ha mejorado, pues a finales de los años sesenta la población desnutrida se estimaba en 920 millones.

El problema no puede achacarse sin más al exceso de población. Mientras que países con una elevada población, como China o Indonesia, han logrado ser autosuficientes, en países poco poblados del África subsahariana se pasa hambre por falta de cultivos. Al explicar por qué en ciertas regiones, como Asia del Este, han logrado alimentar mejor a la población, mientras que otras fracasaban, el hambre se relaciona con la guerra, las catástrofes naturales y la socialización de la tierra.

Así, el África subsahariana, la única región donde la producción agrícola no ha aumentado al compás de la población, ha sufrido durante años la sequía, pero sobre todo la inestabilidad política y, en algunos países, la guerra. Si en estos momentos cientos de miles de refugiados en el Zaire no tienen qué comer, la causa no es otra que la guerra que ha provocado el desplazamiento de poblaciones y la desorganización de la producción. Lo mismo puede decirse de la situación en Sudán, en Liberia o en Afganistán. Y, en Europa, la población de Bosnia depende hoy de la ayuda internacional, mientras que antes de la guerra se alimentaba sin problemas.

Aunque las ayudas alimentarias alivian el hambre en casos de emergencia, la FAO piensa que la única solución duradera es el aumento de la producción local para lograr el autoabastecimiento.

Otro dato empírico es que la socialización de la tierra y la planificación central son peores que una plaga para la agricultura. A menudo se cita el caso de China, que logró elevar el consumo de calorías diarias per cápita de 1.500 a principios de los años 60 a 2.700 en los 90. Pero el país no empezó a resolver el problema de la alimentación hasta que en 1979 se sustituyó el sistema de granjas colectivas por la explotación familiar de la tierra. Las reformas emprendidas a la muerte de Mao dejaron que los campesinos decidieran qué iban a plantar, les reconocieron mayores derechos sobre la tierra y permitieron que el mercado tuviera un mayor papel.

¿Hay crisis alimentaria?

En los últimos 40 años, la disponibilidad de alimentos no ha dejado de crecer. Por tanto, los precios reales de los productos agrícolas han tendido a la baja. En cambio, en los tres últimos años la oferta de cereales no ha podido aumentar al compás de la demanda. En 1995 la producción mundial de cereales se estimó en 1.891 millones de toneladas, un 3% menos que en 1994, y los precios experimentaron una fuerte subida, encareciendo así la factura de los países pobres importadores. A la FAO le preocupa que las reservas mundiales de cereales hayan descendido al 14% del consumo mundial, por debajo de lo que considera el nivel de seguridad.

Esta situación ha llevado a que algunos, como Lester Brown, presidente del Worldwatch Institute, pronostiquen una crisis alimentaria debida a la incapacidad de los recursos naturales para satisfacer la demanda creciente de la población. Tal análisis ha sido descartado por otros expertos, que atribuyen la subida de precios del año pasado a un cambio coyuntural. Por un lado, la demanda mundial está subiendo, no sólo por el aumento de la población, sino también por la prosperidad. El desarrollo trae consigo un mayor consumo de carne, lo que exige más grano para alimentar al ganado.

A su vez, la escasez de la oferta se debería a la congelación de tierras de cultivo, decidida por los grandes países exportadores de cereales, para reducir los stocks; al deterioro de la situación en las antiguas repúblicas soviéticas, y al mal tiempo. Según este diagnóstico, la subida de precios de 1995 no marca necesariamente un cambio de tendencia y la producción estaría en condiciones de responder a la mayor demanda.

Los primeros datos de la cosecha de 1996 parecen confirmar esta interpretación. El Consejo Internacional de Cereales ha elevado las previsiones de producción para 1996-97, ante las buenas cosechas en el hemisferio norte y las excelentes perspectivas en Argentina y Australia. Ahora prevé una producción de 571 millones de toneladas de trigo, por encima de los 542 millones producidos el año anterior. Como el consumo crecería menos, las reservas mundiales de trigo aumentarían.

En el continente más necesitado, África, la FAO prevé que la cosecha de trigo batirá un récord este año, pasando de 13,9 millones de toneladas en 1995 a 21,7 millones en 1996, con un aumento del 56%. La producción del resto de cereales crecería un 20% (de 72,5 millones de toneladas a 87,5 millones).

ACEPRENSADocumento de la Santa Sede sobre las causas del hambre

El problema del hambre no depende de la escasez de alimentos, sino de su mala distribución, motivada por las «estructuras de pecado» que provocan que millones de personas carezcan de recursos para adquirirlos. Es esta una de las convicciones que recorren las 76 páginas del documento «El hambre en el mundo. Un reto para todos: el desarrollo solidario», elaborado por el Pontificio Consejo «Cor Unum», organismo de la Santa Sede que coordina la labor asistencial, y presentado en el Vaticano semanas antes del inicio de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación.

A pesar de que «los alimentos disponibles por habitante, a nivel mundial, han aumentado en un 18% en los últimos años», la cifra de personas malnutridas gira hoy en torno a los 780 millones. En la mayoría de los casos, y a diferencia de lo que ocurría en el pasado, el hambre no es producto de calamidades naturales, sino del comportamiento humano.

Población y alimentación

Dejando de lado situaciones extremas, tampoco la densidad demográfica explica el hambre. Se dan casos significativos que lo demuestran, como el de los deltas y valles superpoblados de Asia, que satisfacen con creces las necesidades alimentarias de su habitantes, gracias a que se aplicaron las innovaciones agrícolas de la «revolución verde»; por el contrario, países poco poblados, como Zaire o Zambia, presentan escasez alimentaria, aunque bien podrían abastecer a una población veinte veces más numerosa, sin necesidad de grandes instalaciones de regadío. Abundando en el aspecto demográfico, el documento afirma que hoy se sostiene «que es más probable llegar a reducir un excesivo crecimiento demográfico tratando de reducir la pobreza masiva, que vencer la pobreza contentándose con bajar la tasa de crecimiento demográfico».

El documento hace repaso de los motivos económicos, políticos y socioculturales que han conducido a que todavía no se haya vencido el hambre en el mundo. Pero se centra, sobre todo, en la influencia de los comportamientos, pues son los que han dado lugar, en algunos casos, a «estructuras de pecado». El texto las define como «conjuntos de lugares y circunstancias caracterizados por costumbres perversas que hacen que todo recién llegado, para no adquirirlas, se vea obligado a dar prueba de heroísmo»; las «estructuras de pecado» producen una «desviación contagiosa» de los bienes de la tierra, destinados a todos, hacia fines particulares o esterilizantes. «La corrupción es uno de los mecanismos constitutivos de las numerosas ‘estructuras de pecado’, y su costo para el mundo es bastante superior al monto total de las sumas malversadas».

El documento, que se mueve en el ámbito ético y no técnico, ofrece una «reflexión que se inspira específicamente en el Evangelio y en la enseñanza social de la Iglesia». Su planteamiento realista no le impide, sin embargo, hacer un llamamiento por una economía más solidaria. «El desarrollo humano no será el fruto de mecanismos económicos que funcionan por sí mismos y que bastaría promover. La economía se hará más humana gracias a toda una serie de reformas, en todos los niveles, orientadas hacia el mejor servicio del verdadero bien común».

Iniciativas concretas

En este sentido, y con ocasión de la preparación del jubileo del año 2000, el documento alienta el desarrollo de varias iniciativas concretas: el establecimiento de reservas de alimentos que permitan ofrecer, en caso de crisis momentánea, una asistencia tempestiva a las poblaciones afectadas por una situación de calamidad; dar tierras y promover el cultivo de huertos familiares en aquellas regiones donde la pobreza sea más aguda; identificar con datos precisos, por medio de la recopilación de testimonios y del estudio, «estructuras de pecado» y también «estructuras de bien común» (es decir, soluciones, modos de hacer, etc. que sepan conjugar desarrollo y dignidad humana).

El texto incluye otras observaciones muy sugerentes, como la necesidad de «escuchar» al pobre y necesitado, de ponerse en su lugar incluso a la hora de organizar la asistencia: se evitarían así la ineficacia, los despilfarros y la corrupción de una ayuda que se ha planteado en tantas ocasiones en despachos muy lejanos del mundo al que se pretendía servir.

Si la pobreza que priva de los bienes de primera necesidad, como el alimento, no es la pobreza predicada por Cristo, no hay que olvidar tampoco que la opulencia puede llegar a ser tan nociva como la excesiva pobreza. «Un desarrollo sin alma no puede ser suficiente para el hombre». «La injusticia profunda que sufre el que no puede disponer de lo necesario, reside precisamente en que se ve obligado a buscar esos bienes materiales por encima de todo». D.C.

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.