Biografía de la luz

Biografía de la luz

CIUDAD Y AÑO DE EDICIÓNBarcelona (2021)

Nº PÁGINAS576 págs.

PRECIO PAPEL23,50 €

PRECIO DIGITAL14,99 €

GÉNERO

Gracias al éxito de su libro anterior –Biografía del silencio, que cuenta ya con numerosas ediciones–, Pablo d’Ors se ha convertido en una referencia espiritual para quienes, como él mismo, son buscadores de sentido. Y es indudable que ha sabido conectar con el público. Le leen creyentes, ateos y agnósticos que suspiran por momentos de silencio, de soledad, o piensan que la vida supone algo más que lidiar vertiginosamente con las ocupaciones del día a día.

El escritor aprovecha la inclinación religiosa que ni la posmodernidad más combatiente ha conseguido asfixiar. Por otro lado, una de las principales claves de sus libros, incluidas sus novelas, es la autenticidad que desprenden: es como si d’Ors respirara al unísono con el lector y se comprometiera a acompañarle a lo largo de un itinerario con el que él ya está familiarizado.

Por eso el término con que titula dos de sus publicaciones –“biografía”– resulta tan oportuno. Como hizo al hilo del silencio –por ejemplo, cuando comentaba sus posturas preferidas para meditar, las distracciones o algún descubrimiento ocasional–, en este último libro también guía a quienes se resuelven a emprender, alumbrados por el Evangelio, el peregrinaje de las tinieblas a la luz. De hecho, confiesa, él también ha superado su propio éxodo, una crisis existencial, que le ha conducido a una nueva tierra prometida.

D’Ors invita, en esta ocasión, a leer el Nuevo Testamento de una manera muy personal. En primer lugar, porque presenta a Cristo no como patrimonio de una fe, sino como un tesoro espiritual que se ofrece al individuo que anda a la zaga de una existencia más plena y profunda. Y, de otro lado, porque descifra el relato evangélico en clave de conciencia, de modo que no le interesa en cuanto narración histórica –o sea, en la medida en que transmite quién fue y qué dijo Jesús, el hijo de Dios–, sino en cuanto alegoría de la potencia espiritual que anida en el corazón humano.

Lo relatado por los evangelistas da pie a una honda reflexión sobre los sinsabores y el gozo de los que se comprometen a llevar una vida mística; a diferenciar la realidad de las apariencias, a preocuparse más por el ser que por el tener, a ser compasivos y abrirse al prójimo, a sortear las trampas de la razón o la tentación del poder.

El mensaje ayudará indiscutiblemente a quienes no tiene fe y tal vez a quienes gozan de ella, pero para estos últimos se quedará corto. Y no es que d’Ors suprima el misterio o dude de la doble naturaleza de Cristo; es que, como ha subrayado la tradición espiritual, el objetivo de la fe no es encontrarse con uno mismo, sino precisamente con aquel que es Otro. Y que salva.

Al leerlo, a veces uno no sabe si se enfrenta a un libro de espiritualidad, con pasajes bellísimos y muy sobrenaturales, o a un libro de autoayuda mucho más elevado de lo normal, pero que no levanta el vuelo y se escora hacia el psicologismo.

Por otro lado, d’Ors, que es, con todas las letras, un animal literario y un líder espiritual indiscutible, resulta en ocasiones demasiado ambiguo. No oculta su condición de sacerdote, pero critica sin muchas sutilezas el supuesto “dogmatismo” de la Iglesia. Siente una inclinación por la espiritualidad asiática que puede suscitar confusión entre los cristianos que frecuentan sus libros, pues el católico está llamado a celebrar el mundo y no, como el budista, a compadecerse de él.

A juzgar por sus últimas colaboraciones en prensa, d’Ors cree que ha llegado la hora de proponer una “espiritualidad alternativa”, no capitaneada por el catolicismo, y abierta a sensibilidades religiosas diversas. Se trata de afrontar la vida desde una actitud contemplativa, el silencio y la búsqueda. Sin estar en desacuerdo, alguien ingenuo podría preguntar si para ello es necesario, como sugiere el propio d’Ors, separar tan radicalmente el dogma de la práctica religiosa. O si es preciso conservar ese mito teológico tan liberal y trasnochado que hace insalvable la distancia entre el Jesús de la fe y el de la historia, al igual que él.

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