Sospechosos habituales

TÍTULO ORIGINAL The Usual Suspects

DIRECCIÓN

GÉNEROS

Director: Bryan Singer. Intérpretes: Stephen Baldwin, Gabriel Byrne, Benicio Del Toro, Kevin Pollak, Kevin Spacey, Chazz Palminteri.

Cinco sospechosos del asalto a un furgón que transportaba armas son convocados por la policía a una rueda de identificación. A partir de ese momento unen sus esfuerzos en una serie de golpes, hasta ser requeridos por Keyser Söse, un fantasmagórico y poderoso criminal, para un trabajo de mayores proporciones.

Bryan Singer, que se dio a conocer en el Festival de Sundance con Public Access, demuestra con creces en Sospechosos habituales su poder narrativo con la cámara. Parte de un espléndido guión de su amigo de la infancia Christopher McQuarrie, que trabajó durante unos años en una agencia de detectives privados. Guionista y director se arriesgan a la hora de sacar adelante esta historia, de estructura complicada y con tintes de buen cine negro, en la que se alterna el interrogatorio de un policía a uno de los integrantes de la banda, con continuos flash-backs de las diversas acciones criminales. Se salva el peligro de la artificiosidad, e incluso las sorpresas y enredos de la trama tienen una coherencia que huye de las trampas fáciles. El efectismo está felizmente ausente, como se puede comprobar en el sobrio tratamiento de la violencia.

Este complicado rompecabezas se ofrece con abundante diálogo, cuidado, pero al que a veces falta un punto de brillantez. Cuando ésta se consigue, el hábil reparto -no son stars, pero sí magníficos actores- ayuda a mantener el tono del film. Seguir el relato exige una buena dosis de atención, pero el director tiene la virtud de no cansar, y de apoyar las palabras con las imágenes. Un espléndido montaje que sigue el ritmo de la banda sonora -de ambos apartados es responsable John Ottman-, refuerza el sólido entramado de la historia.

El film tiene una poderosa ausencia-presencia, una de las mejores cartas con las que juega Singer: la de la mente criminal de Keyser Söse. Se trata de uno de esos personajes bigger than life -cuando se oye hablar de él viene a la cabeza el escurridizo Harry Lime que encarnaba Orson Welles en El tercer hombre-, cuyo principal mérito, se dice en la película, «es haber logrado que, como le sucede al diablo, se dude de su existencia».

José María Aresté

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