Sol de otoño

Director: Eduardo Mignogna. Guión: Eduardo Mignogna y Santiago Carlos Oves. Intérpretes: Norma Aleandro, Federico Luppi, Jorge Luz, Cecila Rossetto. 103 min.

DIRECCIÓN

GÉNEROS

Sensible y divertido melodrama costumbrista que ganó la Concha de Oro a la mejor actriz (Norma Aleandro) y el Premio de la OCIC (Oficina Católica Internacional del Cine) en el último Festival de San Sebastián.

Describe el romance entre un hombre y una mujer maduros que pasean su soledad por el Buenos Aires de nuestros días. Clara Goldstein (Norma Aleandro), una seria y culta contable de origen judío, publica un anuncio en el periódico manifestando su interés por vincularse con un hombre de su misma edad y raza. Le contestará Raúl Ferraro (Federico Luppi), un modesto y divertido fabricante de marcos que se presenta como un tal Saúl Levín. Clara descubre pronto el engaño, pero, ante la inminente llegada desde Boston de su hermano, contrata a Raúl para que se haga pasar por su pareja estable. Poco a poco, el enredo se irá convirtiendo en una auténtica historia de amor.

El guión, muy bien estructurado y rico en buenos diálogos, actualiza algunas situaciones típicas de las clásicas comedias de enredo norteamericanas y, en concreto, de Dama por un día y Un gangster para un milagro, de Frank Capra. El argentino Eduardo Mignogna lo traduce en imágenes a través de una sobria puesta en escena, también muy clásica, que da primacía a los hallazgos del guión y a las soberbias interpretaciones del dúo protagonista. Sin duda, Norma Aleandro y Federico Luppi son lo mejor de la película, pues dan frescura y originalidad a una historia que suena a ya vista en muchos momentos. También cabe destacar la cálida atmósfera romántica que la fotografía de Marcelo Camorino y la partitura de Edgardo Rudnitzky han sabido extraer de los parajes y tradiciones bonaerenses.

La historia se resiente de la cierta amoralidad y de la ausencia de horizontes espirituales que presiden las vidas de Clara y Raúl. De modo que el posible ecumenismo de sus relaciones queda limitado a un bienintencionado pero superficial elogio del entendimiento intercultural. En cualquier caso, el tono es amable, elegante -excepto en una breve y convencional secuencia erótica-, a menudo muy divertido y con la suficiente capacidad reflexiva como para ofrecer una lúcida radiografía de la soledad de tantas personas maduras, que quizá no han aprendido a darse a los demás.

Jerónimo José Martín

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