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Sin noticias de Dios

Director y guionista: Agustín Díaz Yanes. Intérpretes Victoria Abril, Penélope Cruz, Demián Bichir, Gael García Bernal, Bruno Bichir, Fanny Ardant, Emilio Gutiérrez Caba. 110 min. Jóvenes.

GÉNEROS

El cielo es en blanco y negro, se parece un tanto a un París demodé, se habla francés, y los ángeles tienen el aspecto de Fanny Ardant y Victoria Abril. El infierno es en color y su entrada es semejante a la de un estadio de fútbol; el inglés es la lengua oficial, se sirven hamburguesas, los demonios se parecen a Pe Cruz y Gael García Bernal, y a los condenados los convierten allí, como parte de su castigo, en su opuesto. Y la tierra… ay, la tierra. Los humanos se han olvidado de Dios, y ni ángeles ni demonios saben dónde para. Dicen que anda deprimido ante el panorama. Aunque las cosas podrían cambiar. Una madre ha rezado por su hijo boxeador. Una ángel en forma de esposa y una demonio que se supone es la prima, lucharán por la salvación/condena de su alma.

Agustín Díaz Yanes cambia totalmente de tercio tras su prometedor debut en la dirección con Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto. Pero su incursión en un subgénero celestial que cuenta con muchos e ilustres representantes (¡Qué bello es vivir!, Un asunto de vida y muerte, El cielo puede esperar, Always) resulta irregular. El planteamiento es atractivo, y sirve para lanzar algunas andanadas a ciertas mentalidades imperantes hoy. Decir que el infierno es aburrido porque allí va a parar gente a carretadas, que se contenta con estar enchufada a la televisión todo el día, eludiendo cualquier idea de responsabilidad, dice mucho del adocenamiento dominante.

Y, sin embargo, la película se estanca. Un largo plano secuencia previo a un atraco nos conduce a un flash-back explicativo de qué ha desatado esa situación. Establecido el argumento, seguimos las reiterativas pullas y contrapullas de Cruz y Abril, las dudas del boxeador o la improbable alianza entre el bien y el mal, servidas de modo deslavazado. Algo suena a falsete y cansa. Díaz Yanes evita el ridículo y no entra en disquisiciones teológicas; pero se queda por debajo de las expectativas.

José María Aresté

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