Maximiliano Kolbe fue un franciscano polaco que murió en el campo de concentración de Auschwitz. Kolbe, que dedicó parte de su vida a fundar revistas, defendía que el mal se destruía solo y que la descripción de la maldad solo servía para propagarla.

Viene esto a cuento por la defensa que hacen algunos de la violencia brutal que encierra Millennium, trilogía escrita por Stieg Larsson -un periodista sueco fallecido de un infarto a los 50 años-, que, con la excusa de denunciar la violencia de la sociedad hacia la mujer, describe en sus páginas todo tipo de aberraciones.

Las novelas de Larsson deben mucho a la saga del inspector Wallander, escrita por Henning Mankell, un autor de más nivel, que maneja la novela policiaca al estilo de Simenon, para hacer un retrato de la sociedad sueca. Larsson se ha quedado con lo peor de Mankell y no le ha seguido en sus más valiosos aciertos.

La versión cinematográfica de su voluminosa novela es un thriller policiaco rodado en clave de cine sueco. Eso, en la pantalla grande, “casa” regular. El thriller necesita ritmo y los realizadores suecos no lo tienen. La película podría haber empezado una hora después y no se habría perdido nada.

Conscientes de que el material que tenían entre manos era imposible de rodar, los guionistas Nicolaj Arcell y Rasmus Heisterberg han aligerado la abigarrada trama, tratando de recortar un poco los pasajes más sórdidos (que los sigue habiendo) y restando énfasis a algunas de las claves ideológicas del autor. Pero ni con esos loables esfuerzos logran que Millennium 1 sea algo más que una indigesta y decepcionante película policíaca.

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