La vida mancha

Director: Enrique Urbizu. Guión: Miguel Gaztambide. Intérpretes: José Coronado, Zay Nuba, Juan Sanz, Sandro Polo, Yohana Cobo, Silvia Espigado. 107 min. Jóvenes.

DIRECCIÓN

GÉNEROS

Enrique Urbizu es un director que ha ido en línea ascendente por la senda del thriller, género en el que es un auténtico especialista. Todo por la pasta, Cachito, La caja 507 y ahora La vida mancha dan fe de ello. Al buen oficio narrativo para crear intriga sabe añadir además una rica definición de tipos humanos con problemas. De hecho, su último trabajo acaba recalando en terreno muy próximo al drama.

La vida mancha está impregnada del misterio que rodea a Pedro, un hombre que vuelve a España después de muchos años en paradero desconocido. Sin aparentemente nada que hacer, recala en la casa de su hermano Fito, donde conoce a su cuñada Juana y a su sobrino, un niño llamado Jon. Los hermanos no pueden ser más distintos. Pedro es muy callado: no cuenta nada de sí mismo y, por sus maneras y el modo en que viste, parece que las cosas le van bien. A Fito, transportista dueño de un camión, la fuerza se le va por la boca: habla más de lo que debe, y además tiene el vicio del juego.

Con estas piezas sobre el tablero -sólido guión de Miguel Gaztambide-, Urbizu juega y gana la partida. Las manos de póker y la misteriosa profesión de Pedro ponen la intriga. Y al tiempo, dibuja cómo nacen o se recomponen los lazos afectivos. Sugiere, por ejemplo, la paulatina atracción de Pedro y Juana, sin caer en lo obvio. Sabe sacar partido de un silencioso José Coronado, que sin una palabra de más (excepción hecha del tramo final, en que al fin expresa lo que todos sabemos) viene a decir a gritos que, dentro de él, están surgiendo unos sentimientos que no creía que pudiera albergar. Cuestiones como la fidelidad, la confianza, las relaciones fraternas, están ahí, como quien no quiere la cosa, formando parte de la historia.

Hay una radiografía de la sociedad contemporánea, pesimista, pero que capta algunos tics reales. La mujer cotilla del bar, la adolescente casi anoréxica y respondona, las conversaciones escuchadas casualmente en la calle… reflejan el cúmulo de frustraciones que almacena una sociedad cada vez más insatisfecha. Lo que no quita para que Urbizu deje abierta la puerta de la esperanza.

José María Aresté

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