El 27 de marzo de 1995, Maurizio Gucci, nieto del fundador de la casa Gucci, fallecía víctima de los disparos de un sicario que, como se confirmó poco tiempo después, había sido contratado por Patrizia Reggiani, exmujer del heredero de la famosa firma. Reggiani, que se hacía llamar Lady Gucci, se convirtió en una viuda negra que pasó casi dos décadas entre rejas después de protagonizar el episodio más oscuro de la, ya de por sí, accidentada historia de la Casa Gucci.
Con esta trágica y truculenta historia real como base, Ridley Scott dirige una película tan llamativa como plana. La historia es enorme porque, además del homicidio, hay en la trayectoria de la marca todo tipo de rupturas, enfados, traiciones y trapos sucios que han llevado a que no haya actualmente nadie de la familia Gucci en la firma. La producción es maravillosa. Hablar de Gucci es hablar de lujo y de moda, de Italia, de islas privadas, de mansiones espectaculares, de elegancia, exclusividad y buen gusto. Y todo esto lo refleja una película que respira hedonismo por todos los poros.
Además, Ridley Scott ha conseguido un reparto de actores excelentes, desde los elegantes Adam Driver y Jeremy Irons, a los excéntricos Jared Leto y Al Pacino. Y luego está Lady Gaga, que merece un capítulo aparte. Gaga es un reclamo que llevará al cine a miles de fans y, por otra parte, no se me ocurre nadie mejor para reflejar los estragos que puede hacer un hortera ambicioso en una firma de moda que tiene además como seña de identidad su clasicismo. Patrizia Reggiani entró en Gucci como un elefante en una cacharrería, y así entra Lady Gaga en la película. Para mi gusto, de una forma excesiva. La vulgaridad que exhibe y contagia Gaga en cada fotograma, que empieza en el bochornoso y agresivo cortejo sexual al heredero y se alarga en casi cada uno de sus looks y poses, tiene demasiado peso en la película.
Al final, su personaje es el que articula una historia que se presenta desarticulada y bastante plana. Las subtramas se quedan en anécdotas, los personajes tienen poco recorrido y el tono de la película no llega a comprometerse ni con la tragedia, ni con el noir, ni con la comedia. De hecho, si no fuera por la sensacional producción, podríamos hablar de una narrativa casi televisiva, de crónica de sucesos. La sensación final es que nos han contado un drama con todo tipo de aristas de una manera absurdamente lineal y frívola, sin entrar en ninguno de los dilemas que se plantean. En el fondo, es reducir la historia de una casa emblemática a un accesorio. Como si encerramos la creatividad de Gucci en su –por otra parte, mítico– pañuelo.

Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta