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Una versión de esta reseña se publicó en el servicio impreso 40/15

Hipócrates es una película inteligente, un buen relato sobre un tema que de algún modo todos conocemos. Cuenta el inicio de la formación de un médico interno residente en un hospital parisino en el que su padre es director médico. “Es una ficción –dice el realizador, Thomas Lilti–, pero cercana a la historia que yo pasé como médico, alejándome de House y otras series de televisión que no cuentan bien las cosas. Conozco bien los hospitales y quería contar a los franceses la situación, que debe de ser muy similar a la de España debido a las dificultades derivadas de la crisis económica. He querido contar una historia política pero que fuera, al mismo tiempo, graciosa”. Verdaderamente la película responde a esas claves y su formidable arranque es una declaración de intenciones. “Para esas situaciones cómicas me he inspirado en cosas que yo viví; la idea era que la película empezara con un tono de comedia para derivar hacia asuntos éticos, importantes”.

Unos actores formidables ponen en pie un relato endiabladamente ameno pero, a la vez, igualmente sugerente. Se ponen encima de la mesa asuntos de gran calado como el aprendizaje, el trabajo en equipo, la vocación, las dificultades de gestión de un hospital, los fallos, los aciertos, el uso de los recursos, las relaciones de los médicos entre ellos y con el director-gerente y con la dirección médica de un hospital, el trato con los pacientes y los familiares de los pacientes, la convivencia en una guardia, el riesgo del corporativismo y la sacralización del médico, las poses, el prestigio, el respeto, la deontología, los celos, las batallas interdepartamentales, etc., etc., etc.

La decisión de enclaustrar casi por completo la historia en el hospital y mantener ahí dentro, en cocción, toda la película es muy inteligente. Como lo es prescindir de subtramas. El casting es soberbio y la dirección de actores, muy precisa.

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