El pianista

GÉNEROS,

PÚBLICOJóvenes-adultos

CLASIFICACIÓNViolencia

ESTRENO25/10/2002

Director: Roman Polanski. Guión: Ronald Harwood. Intérpretes: Adrien Brody, Daniel Caltagirone, Thomas Kretschmann, Frank Finlay, Maureen Lipman. 148 min. Jóvenes.

Roman Polanski. Un director polaco, de origen judío, cuyos padres fueron internados en campos de concentración. Ella murió, él tuvo mejor suerte. El propio Roman, niño entonces, sobrevivió al bombardeo de Varsovia y al ghetto de Cracovia. Se comprende que quisiera abordar un tema, el del holocausto, desde la cercanía de haber sido testigo de los horrores. Pero, prefiriendo no hurgar en la llaga de los recuerdos autobiográficos, ha optado por abordar los hechos con la distancia que permiten unas memorias: las de Wladyslaw Szpilman, pianista, compositor, que trabajaba para la radio de Varsovia (cfr. servicio 81/00).

Una narración clásica, que funciona. A pesar de que el territorio del holocausto está muy trillado por el cine (con esa obra maestra de Steven Spielberg, La lista de Schindler, como magnífico fruto), Polanski hace una aportación original. Curiosamente, lo que da su enorme personalidad al film es el esfuerzo por ofrecer el punto de vista de Szpilman sin aspavientos innecesarios, confiando en la fuerza de su tragedia. Hay más acierto en este film que en Rebelión en Polonia, de Jon Avnet, que, al poner el acento en la resistencia judía en el ghetto, distorsiona ligeramente el conjunto de los hechos; o que en Amén, de Costantin Costa-Gavras, un intento nada disimulado de culpabilizar a la Iglesia por el holocausto.

Polanski gradúa la presentación de los elementos de la historia, sabe hacerla crecer en interés. Define bien los personajes, una familia judía de lazos muy estrechos. Y muestra cómo los hechos históricos les sobrepasan: la invasión nazi, los bombardeos, la discriminación racial, que aumenta progresivamente hasta llegar al ghetto y los campos de concentración. Viene entonces el punto de inflexión, que conduce a una reflexión acerca de la soledad, de la capacidad de aguante del espíritu humano. El piano que Szpilman no puede tocar físicamente, pero sí con la mente, habla de lo más noble que tiene el hombre, que a pesar de la crueldad y la persecución implacables es capaz de conservarlo.

Esa segunda mitad del film es un prodigio de sensibilidad. Sin apenas palabras, el desconocido Adrien Brody aguanta el peso de la narración con su mirada de animal acorralado al que queda un resto de humanidad, que agradece las ayudas inesperadas. Magnífica resulta la aparición del oficial alemán, un personaje que da un giro insospechado a la trama, y que nos recuerda lo ingenuo que resulta querer convertir la Historia en un relato de buenos y malos.

José María Aresté

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