Directores: Gary Trousdale y Kirk Wise. Guión: Tab Murphy, Irene Mecchi, Bob Tzudiker, Noni White y Jonathan Roberts. Dibujos animados. 92 min.

En sus últimas películas de animación, la Disney ha hecho un notable esfuerzo para ganarse al público adulto sin perder el favor infantil. El Jorobado de Notre Dame, su largometraje animado n.º 34, avanza por esa senda.

La película adapta libremente la novela Notre Dame de Paris, que Victor Hugo escribió en 1831 y que ya ha sido llevada al cine en varias ocasiones. Ambientada en el abigarrado y convulso París del siglo XV, describe el romance imposible entre Quasimodo, el deforme y bondadoso campanero de la catedral, y Esmeralda, una joven bailarina zíngara que es perseguida y deseada por el malvado juez Frollo. Se opondrá a los desmanes del juez un apuesto capitán, Phoebus, que también se enamorará de Esmeralda.

El habitual tono mágico-cómico-infantil corre a cargo de tres originales gárgolas (Victor, Hugo y Laverne), que cobran vida cuando están con Quasimodo. El resto está dominado por los dramas de éste -su deformidad, su soledad, su amor frustrado, la crueldad de la gente hacia él- y de Esmeralda, acosada por el libidinoso Frollo. Esta arriesgada opción -que propicia varias secuencias muy dramáticas-, sin renunciar al tenebrismo de Victor Hugo, lo matiza remarcando sus elementos solidarios y antirracistas, y eliminando su fuerte componente anticlerical. En este sentido, sorprende la ponderación con que la Disney ha planteado este su primer acercamiento serio a la religión y, en concreto, a la Iglesia católica. Por un lado, se critica acertadamente la hipócrita pseudorreligiosidad del juez Frollo, al que se ha quitado la dignidad episcopal que tenía en la novela. Y, sobre todo, se elogia sin ambages el papel protector de la Iglesia -desde un punto de vista a contracorriente de la imagen tópica de la Inquisición- y hasta se ensalza la figura maternal de la Virgen, en una secuencia magistral en que la gitana Esmeralda canta a la imagen de Notre Dame una preciosa oración. ¿Simple afán por apuntarse a las nuevas modas espirituales o hay algo más?

Además de esta riqueza argumental, la película ofrece una deslumbrante puesta en escena, que mejora los últimos hallazgos técnicos de la Disney. Por un lado, la definición de personajes es muy buena y, entre otras cosas, se consigue humanizar a Quasimodo y dotar de una atractiva personalidad a la figura de Phoebus, quizá el mejor personaje masculino realista que ha creado la Disney. La animación también es magnífica, y roza la perfección en algunos movimientos de cámara portentosos -como las subidas y bajadas de Quasimodo por las fachadas de la catedral- y en las espectaculares secuencias de masas, animadas por ordenador. A esto se añade un sugerente empleo dramático del color, un montaje agilísimo, la variada partitura de Alan Menken… Quizá, en su afán de condensar al máximo la obra original, el film cae en una cierta precipitación narrativa. Pero esto casi no desmerece su condición de espléndido drama de animación. Eso sí, gustará más al público juvenil y adulto que a los niños.

Jerónimo José Martín

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