The Crown

GÉNEROS

PÚBLICOJóvenes

CLASIFICACIÓNSensualidad

ESTRENO04/11/2016

Plantear una serie que abarque los más de sesenta años de reinado de la reina Isabel II es una apuesta ambiciosa que, en caso de tener éxito, marcaría un hito en la historia de la ficción televisiva. La primera temporada de The Crown, estrenada en Netflix, traza el conflicto central y las líneas maestras de una vida que destaca por ser un testigo privilegiado de la segunda mitad del siglo XX.

Un drama de personajes

The Crown, escrita por Peter Morgan, surge de una obra teatral del mismo autor, titulada The Audience, que giraba en torno a las audiencias semanales de la reina de Inglaterra con los sucesivos primeros ministros del gobierno británico, comenzando por un anciano Winston Churchill de casi ochenta años. A primera vista, una historia con un monarca inglés como protagonista no parece traer nada nuevo: se trata de un género propio dentro de la ficción cultivada en las islas británicas desde tiempos de Shakespeare, e incluso antes.

La pequeña pantalla ya quiso abarcar el reinado de otro monarca –Enrique VIII– con Los Tudor (2007), un drama histórico cuya fuerte dosis de sexo y violencia desviaba el foco de la psicología de los personajes. Sin embargo, títulos cinematográficos como La reina (2006) o El discurso del rey (2010) apuntaban en otra dirección: eran relatos que pivotaban sobre unos pocos personajes, construidos en torno a un sólido conflicto interior.

El conflicto que plantea la serie bien puede resumirse así: individuo frente a corona, ambiciones personales frente a sentido del deber

The Crown retoma la senda abierta por estas películas, sin dejar que su exquisita ambientación desvíe la atención de lo importante: los personajes. No podría ser de otro modo en una serie encabezada por creadores como el citado Morgan –guionista de La reina, El último rey de Escocia (2006), The Damned United (2009)– o Stephen Daldry, quien demostró una gran maestría en la dirección de actrices con Las horas (2002). En su puesta en escena también queda implícita la huella de otro éxito televisivo: Downton Abbey (2010-2015); aunque en el caso de The Crown las pinceladas de melodrama son eclipsadas por un drama de proporciones históricas.

El peso de la corona

“Inquieta yace la cabeza que lleva una corona”. La cita de Enrique IV de Shakespeare –ya citada al comienzo de la película La Reina– condensa en pocas palabras el conflicto que atraviesa, de principio a fin, la primera temporada de The Crown. El título de la serie, realzado por una vistosa secuencia de créditos, apunta en esta misma dirección: en sentido estricto, su protagonista no es Isabel de Windsor (Claire Foy), sino la corona que pesa sobre su cabeza. Esta actúa como detonante de la tensión dramática que vertebra las relaciones entre los diferentes personajes; la corona de Inglaterra, entendida como institución, será para muchos de ellos un signo de contradicción que les sitúe frente a una difícil elección entre sus intereses personales o el deber hacia su país.

A lo largo de sus diez capítulos, la primera temporada de la serie plantea una sugerente reflexión sobre la naturaleza y los fines de la monarquía, articulada no solamente a través de intensos diálogos, sino, principalmente, mediante imágenes de gran fuerza simbólica. Así, la llegada de la reina María (Eileen Atkins) a Sandringham House tras la muerte de Jorge VI (Jared Harris), vestida de negro de pies a cabeza, simboliza la visita de la muerte también para Isabel, quien habrá de abandonar su vida personal en favor de la corona: “Mientras lloras por tu padre, también debes llorar por alguien más: Isabel Mountbatten [su nombre de casada], ya que acaba de ser sustituida por otra persona, Isabel Regina. Las dos Isabeles entrarán frecuentemente en conflicto, pero lo importante es que la corona debe ganar. Siempre debe ganar”, le escribe la anciana reina.

La primera temporada ofrece una sugerente reflexión sobre la naturaleza y los fines de la monarquía, articulada, principalmente, mediante imágenes de gran fuerza simbólica

Otra escena memorable es la de la coronación en la abadía de Westminster, clímax del capítulo quinto: su rico simbolismo –unido al profundo significado de la unción regia– es acertadamente explicado a lo largo del mismo capítulo a través de varios diálogos de escenas previas a la ceremonia. “¿Quién quiere transparencia cuando puedes tener magia? ¿Quién quiere prosa cuando puedes tener poesía?”, dice el duque de Windsor (Alex Jennings), quien, pese a haber renunciado a la corona, es incapaz de ocultar su admiración por esta institución.

La figura del doble

Gran parte de la carga dramática de The Crown se apoya sobre la tensión que germina entre parejas de personajes que se atraen y se rechazan al mismo tiempo. Es lo que se conoce como la figura del Doppelgänger (el doble), muy común en el cine y las series de los últimos años. Mediante este recurso, los dilemas interiores de un personaje –de Isabel, principalmente– son exteriorizados en una tensión creciente entre este y otro personaje similar: Isabel y su hermana Margarita, Isabel y su marido, Jorge VI y su hermano. Esta dualidad que divide a Isabel queda bien reflejada en uno de los enfrentamientos entre ella y Margarita en el capítulo octavo: las negras siluetas de las dos hermanas, recortadas a contraluz, parecen ser las de un mismo personaje desdoblado.

Esta oposición, expresada otras veces por un elocuente juego de miradas, bien puede resumirse así: individuo frente a corona, ambiciones personales frente a sentido del deber. Así lo resume el duque de Windsor en una conversación con su sobrina reina: “Somos medias personas, arrancadas de las páginas de alguna extraña mitología, con nuestras dos caras, humana y corona, enzarzadas en una feroz guerra civil que no tiene fin y que torpedea todos nuestros actos humanos”.

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