Intérpretes: Christina Ricci, Bill Pullman, Cathy Moriarty, Eric Idle, Chauncey Leopardi.

Esta última producción de Steven Spielberg lleva a la gran pantalla al popular fantasmita bueno, creado en los años 40 por el escritor infantil Joseph Oriolo y más tarde protagonista de una famosa colección de comics y de una serie televisiva. Se describe su amistad con una adolescente, huérfana de madre, y cuyo padre es un excéntrico parapsicólogo que está convencido de poder contactar en el más allá con su mujer. Ambos sufrirán las jugarretas de los tíos de Casper, los traviesos Látigo, Tufo y Gordi, así como las intrigas de la cruel dueña de la Mansión Whipstaff, un alucinante palacio con muchos secretos ocultos.

Vaya por delante que Casper es una producción decididamente familiar que sobre todo pretende divertir a un público muy amplio. Aceptado esto, hay que decir que tiene numerosos atractivos, que la sitúan por encima de la media de este tipo de películas. Su argumento es convencional, pero ofrece una sólida combinación de elementos clásicos, como sus referencias a Cenicienta o a La Bella y la Bestia, y modernos, estos últimos en la línea de los films familiares de la factoría Spielberg o de John Hughes. La puesta en escena del debutante Brad Silberling es sólida narrativamente y saca partido a los numerosos gags cómicos, al buen trabajo de todos los actores -sobre todo de la joven Christina Ricci- y a unos alucinantes efectos especiales de la Industrial Light & Magic -mejores y más numerosos que los de Parque Jurásico-, que ofrecen por vez primera un personaje digital con verdadera entidad dramática.

El fantasmita Casper es, sin duda, lo mejor de la película. En torno a su inocente y divertida bondad, magistralmente reflejada en sus gestos, se articulan todas las reflexiones dramáticas que se entremezclan con los pasajes cómicos. Así, la película, desde su asumida superficialidad, afronta con convicción temas de gran calado, como la muerte, el más allá, el amor matrimonial, las relaciones padres-hijos, la amistad o el sinsentido del materialismo. Que nadie espere grandes respuestas a estos asuntos. Pero ya su simple planteamiento, desde una perspectiva claramente judeo-cristiana, enriquece enormemente esta deliciosa película.

Jerónimo José Martín

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