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Al grano. Sin ser redonda, Javier Fesser ha rodado su mejor película y una de las comedias españolas más conseguidas desde hace tiempo. Y eso que, después de ver lo que había hecho Fesser con la historia de Alexia González Barros en Camino (yo del personaje y del tema de la película sabía bastante), me daba pánico enfrentarme a la visión del cineasta sobre la discapacidad, otra realidad que me resulta muy, muy cercana.

Por eso, el elogio a Campeones dice mucho a favor, no solo de mi apertura y falta de sectarismo, que también, sino del talento de Fesser para, esta vez sí, entrar con sensibilidad y guante blanco, y no a patadas, en un tema complejo.

Campeones cuenta la historia de un entrenador de baloncesto absolutamente insoportable en su vida personal. Por una serie de circunstancias se ve obligado a entrenar a un grupo de discapacitados intelectuales. En esta situación, se pondrán en juego las verdaderas capacidades de unos y de otros.

La cinta es una clásica historia de redención. No es original ni en el planteamiento ni en el desenlace, pero es que no todo en la vida tiene que ser original, y precisamente lo que le funciona a Fesser es tomar una estructura clásica y rejuvenecerla y actualizarla a través del humor.

La película divierte, emociona y enseña. En este riguroso orden, porque, sobre todo, divierte. El guion, que Fesser escribe muy pegado a tierra, a cada uno de sus personajes, es –especialmente en la primera hora de película– absolutamente hilarante. Un humor inteligente, gamberro y arriesgado, capaz de reírse de lo políticamente correcto (algo que hoy no se atreve a hacer nadie) y profundamente humano. Desde el primer minuto, el cineasta madrileño destapa las esencias de unos seres entrañables que son capaces de contagiar al espectador su ingenuidad, su optimismo, su energía y su felicidad.

Porque Campeones habla de la felicidad, y es muy oportuno que, en una sociedad como la nuestra, pegada a la filosofía del éxito rápido, a la prisa, el brillo y la imagen, una sociedad que tiende a descartar al anciano, al enfermo, al que viene con taras, alguien recuerde que la felicidad se mueve por unas zonas distintas, transita otras calles. Y, si quitamos de la circulación a los que nos recuerdan que el camino es otro, si nos distanciamos de esos discapacitados, esos enfermos, esos niños, no son ellos los que pierden: somos nosotros los que nos empobrecemos. Y mucho.

Es verdad que a Campeones le sobra metraje y, en el último tramo, también le sobra un poco de azúcar. Es verdad que la subtrama sentimental es paupérrima. Pero se lo perdono. Las películas imperfectas pueden ser valiosas. Las personas siempre lo son. Es lo que se aprende en Campeones.

Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta

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