En 1990, Tornatore ganó el Oscar a la película en lengua no inglesa por Cinema Paradiso. En esta nueva película, la décima del director de La leyenda del pianista del océano, que abrió el último festival de Venecia, lleva al culmen su tendencia a la hueca sensiblería nostálgica en un ejercicio de folclorismo agotador. La historia sigue los pasos de una familia de Bagheria -el pueblo siciliano donde nació el director en 1956- desde los años 30 hasta los 80 del siglo XX.

La machacona y omnipresente música de Ennio Morricone y un llamativo (y caro) despliegue de medios en la producción (25 millones de euros, recreación del pueblo en Túnez, miles de extras, cientos de músicos) no logran que la película adquiera amenidad e interés. Casi todo (salvo algunas secuencias bien resueltas) resulta reiterativo, sensiblero, blando, sin interés, grandilocuente, en falsete tragicómico pasado de moda. Las apariciones de la española Ángela Molina (asombrosamente redoblada en la versión original), de Monica Bellucci y de Enrico Lo Verso son bastante risibles.

El verdadero problema de Baarìa es que algún despistado pueda pensar que la larguísima cinta de Tornatore es algo parecido a la excelente La mejor juventud (Marco Tullio Giordana, 2003), una miniserie de 383 minutos que funcionó muy bien como díptico cinematográfico desde su exitoso estreno en el Festival de Cannes, en el que ganó el premio de la sección Un certain regard.

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