American Crime

GÉNEROS, ,

PÚBLICOAdultos

CLASIFICACIÓNViolencia

ESTRENO05/03/2015

“Alguien grita ‘violación’ y a nadie le importa ya lo que realmente ocurrió”
Eric Tanner, 2.10

Hay dos grandes novedades narrativas en el último quinquenio de ficción televisiva: el estreno de la temporada de una tacada (como hacen Netflix y Amazon, esos dos actores que han puesto el tablero seriéfilo patas arriba) y la consolidación de la serie-miniserie. La estupenda American Crime se inscribe en esta segunda tendencia, ya recorrida con éxito por la sensacional Fargo, la sobrevalorada True Detective, la irregular y psicodélica American Horror Story y, en un ejemplo recién salido del horno, por la brillante y adictiva American Crime Story: The People vs O.J. Simpson.

Nuevo formato

La novedad de este formato de serie-miniserie (o “anthology series”, como lo denominan los anglosajones) radica en tres elementos: una historia autoconclusiva, que se abre y cierra en 8 o 10 capítulos, para dar paso al año siguiente a un reseteo completo de la trama y del elenco actoral; una historia que, en consecuencia, no reclama la fidelidad de varios años que sí exigen otras series; y unas características genéricas –visuales, temáticas, narrativas– que se mantienen como hilo conductor de las temporadas.

El guion sortear el peligro de este tipo de relatos: el moralismo progresista, el sermón políticamente correcto

Esto hace que las dos temporadas de American Crime emitidas hasta la fecha puedan consumirse de forma independiente. En la primera, ambientada en Modesto (California), el gatillo de la historia lo dispara el asesinato de un veterano de guerra y los diez capítulos se centran no solo en buscar al culpable entre cuatro posibles sospechosos de diferentes razas y credos, sino en alumbrar las tensiones entre los padres de la víctima, divorciados, y la manera en que los personajes encaran el dolor y la pena.

La segunda temporada, por su parte, traslada la acción a Indianápolis y baja el corazón de la trama a un Instituto en el que un joven clama haber sido violado… por otro muchacho. Al igual que ocurre con American Horror Story, American Crime emplea un puñado de actores (entre los que destacan Timothy Hutton, Regina King –ganadora del Emmy 2016 a la actriz de reparto– y Felicity Huffmann) que repiten de un año a otro, variando radicalmente el personaje que interpretan.

Dramas ambiciosos

Lo más relevante es que ambas temporadas mantienen una calidad sobresaliente. Son dramas ambiciosos, de mirada profunda y alto voltaje emocional, pero quizá la segunda temporada resulte la mejor de las dos, más segura de sí misma y de su capacidad para el comentario social y político. John Ridley, guionista de la oscarizada 12 años de esclavitud, es el creador de este fresco sobre la sociedad norteamericana contemporánea, sobre su convivencia y sus tensiones, sobre su multiculturalismo y sus dogmas biempensantes, sobre la familia y sus problemas.

Modesto e Indianápolis son los paisajes costumbristas en los que ubicar unos conflictos infectados por los prejuicios étnicos, la clase económica, la drogadicción o la identidad sexual. Y Ridley aborda sus relatos con una honestidad sorprendente, logrando sortear el mayor peligro de este tipo de relatos: el moralismo progresista, el sermón políticamente correcto. De hecho, con su afán por retratar una colmena racial y religiosa como la que caracteriza a la sociedad estadounidense actual, American Crime refleja, como pocas obras de la cultura popular han hecho, esa obsesión contemporánea por las “políticas de la identidad”. Esta fiebre ideológica se refiere a esa pulsión colectivista en la que uno se “define como” parte de un grupo (racial, religioso, sexual), en lugar de admitir la inapelable singularidad de cada individuo.

La tesis no se impone

Esto no implica que American Crime no posea una “tesis”, pero sí que la serie es lo suficientemente inteligente y respetuosa con el espectador como para evitar imponérsela de forma maniquea. Al contrario: la mayor virtud de la serie es recordar que la complejidad es, por definición, el rasgo natural de cualquier comunidad humana, y que la identidad está compuesta de innumerables características.

La segunda temporada es la mejor, más segura de sí misma y de su capacidad para el comentario social y político

Las dos temporadas son duras, no solo por los temas que tratan (crimen, violación, acoso, racismo), sino por una estética fría, distanciada, de ritmo lento, donde el conflicto se va sembrando con calma hasta que, ¡bum!, llega un estallido que hace aflorar todas las tensiones subterráneas que han ido reprimiendo los personajes. Una serie que duele, pero a la manera griega: provocando una catarsis en el espectador.

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