Confieso que me gustó mucho Alicia en el país de las maravillas. La estética apabullante de Burton y su peculiar relectura de la bizarra obra de Lewis Carroll me convencieron. Dicho esto, no esperaba nada de la secuela. En primer lugar, porque creo que no fui capaz de terminar ese libro de Carroll; segundo, porque es difícil dar continuidad a una película tan excesiva. Por último, aunque Tim Burton figura como productor, ha dejado en manos de otro (bastante novato en la pantalla grande) la dirección de la película.

Y es cierto que esta Alicia no tiene la fuerza de la primera, que Jonnhy Depp es solo una máscara que encierra su personaje en kilos de maquillaje, que a ratos parece que estamos asistiendo a una película de acción con unas agotadoras persecuciones llenas de hueca pirotecnia, que echo de menos los maravillosos vestidos de la primera Alicia e, incluso, que Mia Wasikowska se ha hecho un poco mayor –seis años son muchos años– para su personaje.

Sin embargo, hay cosas que me gustan en esta secuela. Me parece inteligente que Linda Woolverton (autora también del anterior guion) no se haya pegado al imposible texto del libro y haya construido un relato que parece de una sencillez infantil pero que no hace otra cosa que abordar el gran tema de Alicia, que es el tiempo. Me interesa la reflexión sobre el pasado, sobre el uso que damos a las horas y, aunque sean un poco de lema de Mr Wonderful, suscribo el par de moralejas con las que se cierra la película y que reconocen el valor y el peso que tiene la familia. En este último aspecto, se ve la mano de Tim Burton, que vuelve a llevar a la pantalla grande la paternidad herida con el mismo dolor y la misma esperanza que siempre.

En definitiva, yo esperaba solo un festival de piruletas de colores y he encontrado una película que aguanta más de una reflexión sobre lo que has visto. Y eso, desgraciadamente, no te lo dan todas las películas de la cartelera.

Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta

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