El factor religioso en la guerra de Ucrania

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El factor religioso en la guerra de Ucrania
Vladímir Putin y Kirill en la concesión al Patriarca de la Orden de San Andrés Apóstol, la máxima condecoración rusa, el 20-11-2021 (CC kremlin.ru)

El Patriarca de Moscú Kirill bendice la invasión de Ucrania y la presenta como una especie de cruzada moral. El presidente ruso Vladímir Putin asiste a ceremonias religiosas, como en la reciente Pascua, favorece a la Iglesia ortodoxa y se ve a menudo con Kirill. Entre los dos líderes hay una clara sintonía, pero, más que en lo propiamente religioso, coinciden en el nacionalismo ruso.

Putin ha peregrinado al monte Athos, se ha bañado en un lago helado en la fiesta de la Epifanía, entre otras manifestaciones públicas de devoción. Muchos se preguntan si su religiosidad es una convicción personal o una táctica. Se sabe que su madre lo hizo bautizar en secreto, y que él conserva la cruz bautismal que le dio. Dijo en una ocasión que “hoy no es posible tener una moral separada de los valores religiosos”; pero nunca ha querido hablar de su fe. Según Michel Eltchaninoff, autor de En la cabeza de Vladímir Putin, fuentes eclesiásticas dicen que el presidente no es especialmente religioso.

De todas formas, lo principal es el papel de la religión no en su vida personal, sino en su proyecto político. Y en este campo, la religión ha ido cobrando importancia. Putin no deja de subrayar los “valores espirituales y morales de Rusia”, dice Kathy Rousselet, de la grande école francesa “Sciences Po”, en un artículo para la revista Études. Pero, señala, el presidente habla de espiritualidad “en sentido más moral y cultural que religioso”: como la base de una comunidad política fuertemente cohesionada, en contraste con la disolución social y moral de Occidente, que es uno de sus temas recurrentes. La Iglesia ortodoxa es favorecida, pero –advierte Rousselet– también instrumentalizada para la renovación de la sociedad que pretende Putin.

El “mundo ruso”

Esta idea de la decadencia occidental le ha ganado simpatías en el mismo Occidente, entre quienes también lamentan el alejamiento de los valores humanistas, morales y cristianos en las sociedades opulentas. Es más explicable aún que encuentre eco en Rusia, tras la experiencia de los tiempos de Borís Yeltsin, años de capitalismo salvaje, enriquecimiento descarado de unas élites que se repartieron el patrimonio estatal privatizado, fuerte aumento de la desigualdad, materialismo rampante. Aquello dejó en muchos un vivo rechazo al orden liberal, no solo entre nostálgicos del comunismo, sino también entre quienes esperaban el florecimiento de la libertad, como muestra Svetlana Alexiévich con las conversaciones reunidas en El fin del homo sovieticus. Putin, dice Rousselet, opone esos valores rusos a “los valores occidentales que cundieron en Rusia en los años noventa y que destruyeron la unidad espiritual de la sociedad”.

Putin “puso orden” y también dio esperanza a los que añoraban la antigua grandeza rusa, desaparecida con la desmembración de la Unión Soviética. En 2007, señala Youness Bousenna en un análisis de la cosmovisión putiniana publicado en Le Monde, Putin creó un lema que sería capital: “mundo ruso” (russki mir). A los pocos años, tras su elección como Patriarca en 2009, Kirill comenzó a utilizar la misma expresión.

Originalmente, uno y otro no entendían el “mundo ruso” del mismo modo. Kirill se refería a un ámbito religioso supranacional reunido en torno a la Iglesia ortodoxa rusa. Por su parte, Putin, aunque señala la ortodoxia como uno de los “fundamentos espirituales” del “mundo ruso”, concibe este en términos principalmente históricos, culturales y políticos. De hecho, en su “mundo ruso” incluye el islam –el credo del 7% de la población de Rusia–, para asumir positivamente una parte de la historia rusa –la dominación tártara y mongola entre los siglos XIII y XV–, y para subrayar su concepción euroasiática, otro punto de distinción y oposición a Occidente.

Kirill se pasa a Putin

Putin invocó el “mundo ruso” para justificar la anexión de Crimea y el apoyo a los separatistas prorrusos del Donbás en 2014. Pero ese no era aún el “mundo ruso” de Kirill, que rehusó la invitación a asistir a la ceremonia de incorporación de Crimea. No quería provocar fricciones con la Iglesia ortodoxa ucraniana.

El nacionalismo de Putin se apoya en la idea de que Rusia es una civilización propia y en la oposición a Occidente

Todo cambió a finales de 2018, cuando el Patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé, concedió la autocefalia (independencia con respecto a otro patriarcado) a la Iglesia de Ucrania. Ello supuso formalizar la división de los ortodoxos ucranianos, entre los partidarios del Patriarcado de Moscú y los que querían independizarse de él. Kirill rompió con Constantinopla y se adhirió al proyecto de Putin. Desde entonces, la cercanía entre ambos es más clara. Al fin y al cabo, los dos “mundos rusos”, el del Patriarca y el del presidente, se extienden al mismo territorio y tienen las mismas bases históricas, culturales y espirituales.

Nacionalismo

Ahora bien, sigue siendo cierto que en el “mundo ruso” de Putin, la religión entra en cuanto componente de la identidad rusa, y el núcleo esencial es el nacionalismo. Es una visión en el fondo muy tradicional, que tiene dos pilares. Uno es la convicción de que la nación rusa constituye una civilización propia y debe tener la hegemonía en su extenso ámbito (el del antiguo imperio ruso, continuado por la URSS). El segundo es la contraposición a Occidente, que procede de los antiguos eslavófilos, para quienes la asimilación sería la disolución de lo ruso.

A ese nacionalismo se supedita todo. Para Eltchaninoff, Putin, “en el fondo, practica un imperialismo a la carta; según las circunstancias, invoca la nostalgia de la URSS, principios religiosos, la rusidad, la lengua rusa, el proyecto euroasiático…”

Aunque Putin entiende por imperialismo la expansión de la OTAN, no su proyecto nacional. El “mundo ruso” es un espacio étnico, cultural, lingüístico, religioso, histórico, espiritual… Todo lo ruso ha de estar, si no dentro de las fronteras de la Federación Rusa, al menos en la esfera de influencia de Moscú y bajo su tutela. Los gestos hostiles de la Ucrania independiente hacia Rusia y la minoría rusa, como la supresión del idioma ruso en la enseñanza, han ido fomentado la reacción del Kremlin.

Pero la invasión no es, a ojos de Putin, contra un enemigo exterior sino contra unos “traidores” o “infiltrados” (nazis los llama), como mostró en las razones alegadas para ordenar la que denomina “operación especial”. Para Putin –como para Kirill y aun para la generalidad de los rusos–, Ucrania nunca ha sido realmente otro país, sino parte de Rusia. En palabras del historiador Antoine Arjakovsky en La Croix: “Los habitantes de la Rus del Norte (la que después sería Rusia) nunca han visto en Ucrania (la Rus del Sur) una identidad nacional específica distinta de la suya”.

Divisiones entre ortodoxos

Pero de hecho se ha producido un distanciamiento de Rusia entre la población ucraniana no rusa, lo que se nota también en el aspecto religioso. Rusia y Ucrania comparten en gran parte la misma fe, el cristianismo ortodoxo, que es la confesión de casi tres cuartas partes de los habitantes en ambos países (en Ucrania hay además un 14% de grecocatólicos). Lo que no hay es unidad eclesiástica. Según una encuesta de 2019, los ortodoxos de Ucrania se dividen en un 44% de fieles de la Iglesia autocéfala, un 15% de fieles de la Iglesia dependiente del Patriarcado de Moscú, y un 38% que no se definen. La guerra ha ahondado la división.

Dos declaraciones de ortodoxos han condenado como herética la doctrina del “mundo ruso”

Algunas parroquias ucranianas se han pasado del Patriarcado de Moscú al de Kiev, incitadas por la invasión rusa y por el silencio de los obispos, que no se han pronunciado contra ella, según el New York Times. Se han publicado manifiestos contra la postura y las tesis de Kirill. Uno, internacional, que han firmado ya más de 1.300 profesores y teólogos ortodoxos, rechaza la doctrina del “mundo ruso”: la califica de herética por pretender suplantar el reino de Dios con un reino temporal. Otra declaración, promovida en Ucrania por el arcipreste Andriy Pinchuk, también la considera una herejía y condena a Kirill por “bendecir la guerra contra Ucrania y respaldar sin reservas las acciones agresivas de las fuerzas rusas”. Se han adherido unos 400 sacerdotes ucranianos. También hay una petición de unos 300 sacerdotes ortodoxos, la mayoría en Rusia.

Han aparecido igualmente divisiones entre las Iglesias ortodoxas de los otros países, que se han pronunciado sobre la guerra según cómo son sus relaciones con el Patriarcado de Moscú. Bartolomé ha condenado la invasión rusa con términos enérgicos, y en esto le han seguido otros patriarcados como los de Grecia, Rumanía o Alejandría. En cambio, las Iglesias próximas a Moscú, aunque deploren la guerra, se han abstenido de hacer reproches a Rusia: tal es el caso de los patriarcados de Serbia, Albania, Jerusalén o Antioquía.

Freno al ecumenismo

El ecumenismo es otra víctima de la guerra. Las relaciones de la Santa Sede con el Patriarcado de Moscú, siempre complicadas, habían mejorado lentamente y registraron un avance importante en 2016, con la primera entrevista entre un Patriarca y un Papa, cuando Kirill y Francisco se reunieron en La Habana. Se preparaba el segundo encuentro entre ambos para el próximo junio en Jerusalén. Pero la Santa Sede ha decidido suspenderlo, según anunció el Papa en una entrevista para el diario argentino La Nación del 22 de abril. “Una reunión de los dos en estos momentos –dijo Francisco– podía prestarse a muchas confusiones”.

Ya desde que comenzó la invasión no se vio mucho entendimiento entre ambos en torno a la guerra. Las declaraciones públicas de uno y otro contrastan claramente, y tras su conversación por videoconferencia del 16 de marzo, el Patriarcado y la Santa Sede publicaron comunicados notablemente distintos. El de Moscú era genérico, mientras que el de Roma reiteraba expresiones más claras empleadas por Francisco: que la Iglesia no debe adoptar un lenguaje político, o que las guerras son injustas.

Por otro lado, el Patriarcado de Moscú, desde 2018 no participa en el órgano de diálogo teológico católico-ortodoxo. Se retiró no por fricciones con la Iglesia católica, sino por una cuestión intraortodoxa: se opone al puesto preferente que ocupa la representación de Constantinopla en las reuniones.

Se diría que, así como Putin quería parar la expansión de la OTAN y casi está provocando lo contrario, Kirill buscaba la reunificación de la Iglesia de Ucrania con su Patriarcado y empieza a encontrar más secesión.

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