La religión tenía que estar ya difunta o en estado agónico ante el avance de la modernidad. El hecho de que no haya ocurrido así en la mayor parte del mundo y que incluso en Occidente dé algunas muestras de revivir obliga a revisar la teoría convencional de la secularización.
La clonación “terapéutica”, que los partidarios presentaban como imprescindible y la vanguardia de la medicina regenerativa, se queda rezagada. Pero la escasa utilidad no es el argumento decisivo contra la destrucción de embriones.
James Watson, muy criticado estos días por sus recientes declaraciones racistas, tiene un largo historial de comentarios en que invoca la ciencia en defensa de sus posturas éticas.
Pearce presenta la extraordinaria floración de hombres y mujeres de letras, o artistas, que a lo largo del siglo XX en Inglaterra se hicieron propagadores de la fe. Aporta muy abundante información, en parte inédita, fruto de investigaciones propias.
En Gran Bretaña las autoridades sanitarias multiplican las campañas publicitarias para que los ciudadanos cuiden la salud. Pero las recomendaciones, cada vez más enérgicas, caen en oídos sordos.
La ciencia florece en un ambiente de libre discusión que no reprime las discrepancias. Las grandes aportaciones vienen de aquellos que, como Copérnico, rompen moldes, cuestionan las teorías establecidas, se atreven a desafiar la opinión mayoritaria. Thomas Kuhn elevó esa comprobación a ley histórica: la ciencia avanza a saltos, gracias a una minoría que no sigue la corriente general, deja de intentar que los nuevos datos encajen en las hipótesis canónicas e inventa otro modelo. Por eso nuestra época respeta la disidencia y abomina del dogmatismo en materia científica.
El uso de biocombustibles, como alternativa a los derivados del petróleo, ha recibido un fuerte impulso en el último año merced al elevado precio del crudo.
Con el Proyecto Gran Simio, promovido por Peter Singer y patrocinado en España por el Partido Socialista, se pretende extender "la igualdad más allá de la humanidad".