La conciencia moral no es solo cosa del cerebro

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La publicación en la «web» de «Nature» (21 de marzo) de un trabajo de Antonio Damasio y su grupo, con el título: «La lesión de la corteza prefrontal favorece los juicios morales utilitarios» («Damage to the prefrontal cortex increases utilitarian judgements»), ha trascendido a la prensa diaria. Algunos titulares han anunciado que se han descubierto las áreas cerebrales que intervienen en la toma de decisiones morales, o cosas por el estilo. Pero esa interpretación no corresponde a la realidad.

Damasio publicó, ya en 1994, un libro («Descartes’ Error») que se ocupaba del papel de estos centros cerebrales. Después ha continuado publicando sobre este tema, y lo mismo que él han hecho Moll, Greene y Schultz, entre otros. Y remontándonos bastante más en el tiempo, uno de los casos paradigmáticos de cambio de personalidad, muy conocido en la literatura médica, es el de Phineas Gage, quien en 1848 sufrió un accidente laboral que le provocó la lesión de ambos lóbulos prefrontales. Como era un hombre joven y robusto, pronto se recuperó físicamente, de tal forma que a los dos meses se pudo reincorporar al trabajo. Su inteligencia no sufrió ningún cambio, pero su personalidad era totalmente distinta: antes del accidente era un hombre responsable, buen trabajador, buen compañero, muy bien dotado para su función de capataz; después, había perdido la capacidad de planear el trabajo, tenía frecuentes disputas con los compañeros, mentía y su comportamiento era amoral. Tuvieron que despedirlo.

La novedad del reciente trabajo de Damasio es que al grupo de sujetos de experimentación sanos agregó seis pacientes con lesión de los lóbulos prefrontales. Damasio pretendía así comprobar si las respuestas a las cuestiones morales planteadas a los sujetos eran la causa de la activación de unos centros nerviosos determinados o más bien su efecto. En los pacientes con lesión de la corteza prefrontal los cambios sólo podían ser atribuidos al defecto cerebral. La diferencia en las respuestas entre los sanos y los pacientes consistió en que la de éstos fue eminentemente utilitaria, mientras que la de los sanos fue predominantemente emocional.

Veámoslo. Desde un puente, situado sobre una carretera, dos hombres observan los coches y camiones que pasan por debajo, así como un grupo de 5 obreros, que a una cierta distancia reparan un socavón, protegidos por otro, que con una señal de tráfico detiene a los vehículos. En un momento determinado, desaparece el obrero de la señal y por el lado opuesto se aproxima a gran velocidad un camión que amenaza arrollar a los trabajadores. Entonces, uno de los dos espectadores arroja al otro a la carretera, lo cual provoca el frenazo del camión. Con ello consigue que la muerte de una persona sirva para evitar la de otras cinco.

Unos y otros sujetos del experimento juzgaron esta acción de distintas maneras. Para los pacientes con lesión cerebral, fue buena porque resultó en un beneficio mayor que el mal que produjo. Los sanos, en cambio, pensaban que era inmoral provocar la muerte de una persona inocente, aunque su muerte salvara a cinco.

Están de moda los estudios sobre centros cerebrales que intervienen en los juicios morales, y el de Damasio es un caso particular de las numerosas investigaciones que se están realizando sobre la participación del cerebro en las funciones mentales, en la afectividad, en las reacciones emotivas, etc. Estos estudios se han puesto de moda por dos motivos. El primero, porque un buen número de neurocientíficos están interesados en mostrar que el cerebro es el órgano del pensamiento, el responsable de nuestras emociones y sentimientos, así como de las determinaciones que tomamos. El segundo, porque los medios de que disponemos en la actualidad permiten conocer con gran precisión cuáles son los centros nerviosos que entran en acción cuando realizamos diversas actividades. En efecto, la neuroimagen obtenida mediante la resonancia magnética funcional (RMf) y la tomografía por emisión de positrones (PET), con su gran definición, permiten determinar con exactitud la situación funcional de los distintos centros nerviosos según las tareas que estamos realizando.

Sobre el papel del cerebro hay dos posturas enfrentadas. Una es la de los científicos materialistas que atribuyen al cerebro la causalidad de todas esas operaciones; la otra es la de quienes consideran al cerebro como instrumento, sin el que no se pueden llevar a efecto esas actividades, pero atribuyen la causalidad suprema a la persona. Esto, que puede parecer una disquisición más filosófica que neurocientífica, tiene una gran importancia: si el cerebro es el único responsable, como el cerebro es materia, todo lo más noble del hombre -el pensar, el amar- no es más que pura bioquímica. La consecuencia inmediata de esto es que no somos libres, ya que estamos determinados por las leyes físicas; y si no somos libres, tampoco podemos ser responsables de nuestras acciones. El trabajo de Damasio va en esta línea. Luis María Gonzalo.


El materialismo insostenible

Algunas interpretaciones del experimento de Damasio lo consideran una prueba de que los juicios morales son producto de la actividad cerebral, de que la conciencia ética está en las neuronas. Sin embargo, los mismos autores del trabajo no han extraído expresamente esa conclusión materialista, que en cualquier caso sigue presentando dificultades bien conocidas.

A nadie debería extrañar que la formación de juicios morales esté influida por los fenómenos neurológicos y otros factores, como los rasgos de la personalidad o la educación recibida.

Por eso los trastornos psíquicos se reconocen como atenuantes de la responsabilidad en los procesos penales, y si son extremos, se consideran eximentes completos porque privan de la libertad. Pero esto no abona la tesis materialista, pues no prueba que carezcamos de libertad en todo caso: más bien supone lo contrario, o nunca se adjudicaría a nadie responsabilidad penal.

El experimento de Damasio muestra la influencia de un trastorno neurológico que inhibe considerablemente las emociones y, por eso, la empatía. Así, los pacientes tienen disminuida la capacidad de ponerse en el lugar de otro y menos frenos para causar daño al prójimo. Pero esto no prueba que en quienes no padecen lesión, el razonamiento moral esté igualmente determinado por el estado del cerebro.

En efecto, el propio Damasio no equipara a los dos grupos de sujetos de su experimento, pues llama a unos «sanos», y a los otros seis, «pacientes» que sufren «daños» en la corteza prefrontal. Que los aquejados de una lesión cerebral no piensen como los sanos no prueba que los sanos piensen bajo el dictado del cerebro.

Además, si resulta que la lesión de la corteza prefrontal inclina a los juicios utilitarios, no por eso se concluye que el utilitarismo esté localizado en esa zona del cerebro, ni que la inclinación sea invencible. Ni John Stuart Mill, ni Harry Truman y los que con él decidieron arrojar la bomba atómica padecían del lóbulo prefrontal. En cuanto a los utilitaristas del experimento, no se ha comprobado que sea imposible hacerles cambiar de opinión ofreciéndoles argumentos.

Sobre todo, la tesis de que el cerebro es la sede única y determinante de las decisiones es insostenible porque es impracticable: no se puede vivir de acuerdo con ella. Si no hay libertad, nadie puede quejarse de que se la quiten, y está de más la Declaración Universal de Derechos Humanos; nadie es responsable, y reclamar indemnización por daños es como pedir cuentas por el granizo a la borrasca; ninguna acción es buena ni mala, y carece de sentido preguntar en un experimento si está bien o mal matar a uno para salvar a cinco. El determinismo es una teoría parasitaria: implícitamente se apoya en lo mismo que expresamente niega y aparenta tener fuerza persuasiva solo porque nunca la creemos del todo. Rafael Serrano.

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