(Actualizado el 10-05-2013).
India Stoker, una bella y extraña joven, pierde a su padre en un accidente el día que cumple 18 años. En el entierro aparece el hermano de la víctima: atractivo, educado y misterioso, decide quedarse a vivir en casa de la viuda y la huérfana, estableciendo con ellas un turbio juego de seducción.
El coreano Park Chan-Wook –director de las radicales Old Boy y Sympathy for Lady Vengeance– entra en la industria norteamericana con una oscura película de terror en la que no renuncia ni a su peculiar estilo ni a sus habituales tramas tortuosas y enfermizas pero añade a estos elementos un decidido empeño de llegar a un público más amplio.
Desde el primer fotograma, se percibe que Stoker es un producto mimado. Un reparto conocido, un montaje milimetrado, una puesta en escena cuidada hasta el último detalle y una bellísima fotografía. Chan-Wook echa el resto para conseguir una atmósfera opresiva e incómoda que rodea a los personajes y se traslada de manera inmisericorde al espectador, sometido a algunas escenas desagradables por su explicitud en el tratamiento de la violencia y el sexo.
Y, sin embargo, aunque la cinta es muy superior a la mayoría de las películas de terror que pueblan la cartelera, no es un producto redondo. En primer lugar, porque Chan-Wook –con unos flashbacks que rompen demasiadas veces el ritmo y quizás por un fallo de casting– desvela demasiado pronto sus cartas o, lo que es lo mismo, destroza el suspense, lo borra del mapa y, a partir de ese momento, la película es mucho más básica y pierde gran parte de su –oscuro– encanto.
Y en segundo lugar, porque resulta molesto el excesivo subrayado formal que realiza Chan-Wook en la película. En demasiados momentos, los recursos estilísticos –que los hay a espuertas– más que sugerir, gritan. Parecen esperar el aplauso o la sorpresa del espectador, su homenaje al autor que está detrás… A la cinta se le terminan viendo demasiado las costuras. En mi caso, al menos, reconozco que la contemplación del modo como se trenzaban los hilos terminó sacándome de la historia. Y casi mejor, porque –ya lo he dicho antes– menuda historia…