Trumbo: La lista negra de Hollywood

Basada en un libro sobre el célebre guionista de Vacaciones en Roma y Espartaco, la película se suma a una serie de interesantes títulos recientes sobre actores y directores de Hollywood, entre las que destacan las notables Hitchcock y Mi semana con Marilyn.

Bastantes comentaristas insisten en poner de relieve que el director, Jay Roach, había hecho antes películas deleznables, comedietas insulsas y mediocres thrillers políticos. Y es cierto. Como lo es también que Trumbo es una cinta valiosa. No se trata en esta crítica de despachar con tres citas y dos lugares comunes el asunto de los Diez de Hollywood y del Comité de Actividades Antiamericanas (activo desde 1938 hasta 1975), y de las peleas sindicales en la industria del cine norteamericano. La película cuenta unos hechos en los que habría mucho contexto y muchas consideraciones que aportar.

Dalton Trumbo (1905-1976) es presentado como una víctima de una paradoja: un Estado de Derecho que conculca derechos para preservarlos. El guionista pasó once meses encarcelado por negarse a responder a las preguntas del Comité. Tuvo que trabajar con seudónimo y, durante unos años, para productoras de serie B por mucho menos dinero del que cobraba antes de la caza de brujas. La cinta cuenta la batalla sostenida por Trumbo para mantener sus convicciones y salir adelante. Las consecuencias en su vida familiar y social son la parte más emotiva de la historia.

Trumbo fue siempre comunista. Yo tampoco. Como otros artistas e intelectuales occidentales ricos y exitosos, Trumbo (un guionista de enorme talento) no se opuso sino que defendió una ideología y un régimen -el soviético– que causaron millones de muertos y negaron los derechos más elementales a varias generaciones de seres humanos.

De todo esto habla la película con buenas interpretaciones, un montaje hábil, buenas formas de paso, acertados recursos fotográficos y una puesta en escena eficaz. El guion lleva bien la tensión dramática planteando la historia como un largo combate entre Trumbo y los inquisidores: la célebre Hedda Hooper es una perfecta arpía; John Wayne, un patriota anticomunista que embiste a todo paño rojo que se le pone por delante, y Edward G. Robinson, un tipo bueno y razonable al que acorralan para que declare (como Kazan) lo que todos sabían. A la película le hubiera venido muy bien meter a John Ford en alguna escena: un anticomunista convencido y un héroe de guerra que dijo alto y claro que el fin no justifica los medios y que el Comité era una basura.

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