En mayo de 1940, los ejércitos alemanes invadieron Francia por el norte, provocando un éxodo que puso a miles de civiles en la carretera cargados hasta los topes. Mayo de 1940 comienza con unas imágenes de archivo de aquella formidable migración y luego presenta al protagonista: Hans, un disidente alemán que, huyendo de la Gestapo, ha logrado llegar a Francia con su hijo pequeño. Refugiados en un pueblo del norte, se ponen en marcha con todos. La acción separa a padre e hijo, lo que servirá de pretexto para tener dos puntos de vista y permitirá incorporar otros personajes a la narración: un soldado escocés, un cineasta nazi…
Christian Carion, que había hablado de la Gran Guerra en Feliz Navidad y de la Guerra Fría en El caso Farewell, ahora aborda la Segunda Guerra Mundial. Hace unos días nos contaba que el guion, en buena parte, se basa en los recuerdos de su madre, que había participado en aquel éxodo.
En Mayo de 1940, Carion mezcla la historia con las anécdotas que afectan a cada uno de los personajes de ese pueblo que avanza, a la desesperada, por la carretera. Gracias a una serie de personajes singulares como el alcalde y su mujer, la maestra, el bodeguero y algunos más, a los que Carion trata con gran cariño, vemos personas y no masas anónimas en movimiento. El director consigue evitar el maniqueísmo y sabe distinguir entre Alemania, los alemanes y los nazis.
En el largo viaje, Carion incluye pausas y escenas de acción –pocas, pero rodadas con habilidad–. Y tiene, además, una banda sonora compuesta por Ennio Morricone, que añade emotividad. Se le puede reprochar, y lo han hecho –sobre todo en Francia–, que el tono es amable, más propio de una comedia dramática que de una tragedia bélica; que el desenlace es previsible, y muchos personajes, tópicos. Pero esos personajes, tópicos o no, existieron, y muchos los recuerdan así, y el desenlace no tiene ninguna importancia, porque la historia no es la de Hans y su hijo, sino la de la carretera.