Una razón brillante

“La dialéctica erística es el arte de discutir, pero discutir de tal manera que se tenga razón tanto lícita como ilícitamente, por fas y por nefas”. Así comienza El arte de tener razón, tratado en el que Schopenhauer desglosa treinta y ocho estratagemas para vencer con la retórica. Yvan Attal estructura su película en torno a ese libro y su sugerente temática.

Desde los créditos de apertura, con entrevistas de archivo a intelectuales (Gary, Lévi-Strauss, Gainsbourg, Brel), Attal nos introduce en el apetitoso planteamiento; a continuación, Neïla Salah, una joven del extrarradio parisino, se dirige a la primera clase de su vida universitaria, en la que sufrirá una humillante confrontación con Mazard, un cínico profesor.

La película arranca estupendamente. Una razón brillante bebe del mito de Pigmalión, como My Fair Lady o Pretty Woman, y el polémico profesor acaba proponiendo a Neïla ser su entrenador para la competición nacional de oratoria.

Daniel Auteuil encarna genuinamente al mentor implacable, como lo fue Rex Harrison para Audrey Hepburn, o, por aproximarnos a la actualidad, con una impiedad como la que gastan hoy Jordi Cruz, Pepe Rodríguez o Caprile con los aspirantes a la fama televisivos.

Camélia Jordana está también llena de encanto en su papel de chica lista de suburbio. El romance con un chico de barrio, opuesto a ella pero lleno de valor, está muy bien insertado en la historia.

Sin embargo, y pese a todos esos aciertos, la transformación del patito feo en cisne que recrea el mito no es brillante, el training en oratoria y la competición podían haber sido un clímax y no lo son, y, finalmente, la cinta da menos de lo que promete. Aun con todo, Una razón brillante tiene mucho de aprovechable, empezando por el valor que se da a la oratoria en otros sistemas educativos.

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