Movimiento trans: éxito y contestación

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Informe "The Corrosive Impact of Transgender Ideology"

El actual movimiento a favor de la transexualidad cuestiona derechos y protecciones específicas para las mujeres, pone en peligro a menores vulnerables y fomenta restricciones a la libertad de expresión. Tal es la tesis de Joanna Williams, del think tank británico Civitas, en su informe The Corrosive Impact of Transgender Ideology, publicado el pasado junio.

Williams ha investigado y escrito sobre universidad, mujer y libertad académica y de expresión. Actualmente trabaja para Civitas como directora del proyecto “Libertad, Democracia y Victimismo”. Es colaboradora de Spiked, The Spectator y otras publicaciones.

El objeto de su informe no es la condición de las personas transexuales, sino el movimiento social y político que dice representarlas. Williams lo llama “transexualismo” –literalmente, “transgenerismo” (transgenderism)– y lo describe así: “Un movimiento ideológico que cuestiona los derechos basados en el sexo y propaga la idea de que el género de una persona no tiene relación con su anatomía”.

Esa separación completa de sexo y género está tomada de la teoría queer de Judith Butler (Gender Trouble, 1988), para quien nadie es por naturaleza mujer u hombre, sino que a cada uno, al nacer, se le asigna un género en un acto de violencia simbólica. El género es un puro rol que la persona adopta y puede cambiar a voluntad, incluso saliendo del esquema binario masculino/femenino.

La explosión de casos entre menores, sobre todo chicas, que quieren cambiar de sexo es en buena parte inducida

Sin embargo, hoy el transexualismo alega, aunque parezca paradójico, tanto la lógica de la autodeterminación como la lógica de la identidad. El transexual, según eso, cambia de género porque responde a su identidad profunda, con independencia de su “sexo biológico”. Esto es de especial aplicación a los menores: cuando el movimiento propone que se les reconozca el derecho a la autodeterminación de género, no defiende una libertad de adultos, que las leyes no tendrían por qué admitir antes de los 18 años, sino algo más que una mera opción. Un niño o adolescente que quiere hacer la llamada “transición” ha descubierto que es una chica metida en un cuerpo de chico, o viceversa.

Explosión de casos entre menores

El caso de los menores es también el punto de partida del informe. Antes, la gran mayoría de las personas que acudían a asesoramiento sobre cambio de sexo eran hombres de mediana edad con un largo historial de travestismo y, en general, falta de identificación con su género. En el Reino Unido, de los 4.900 certificados de cambio de género expedidos hasta 2018 al amparo de la ley de 2004 (Gender Recognition Act, GRA), tres cuartos fueron para hombres en torno a 50 años. Hacia 2012 comenzó una explosión de casos en menores, sobre todo chicas: el número de las que piden la transición se ha multiplicado por 45 (ver Aceprensa, 19-09-2018). Además, ha bajado la edad: en Tavistock, la clínica del NHS (Servicio Nacional de Salud) para la atención de esos menores, la mayoría no pasan de 14 años.

Hay base para sospechar que esta “explosión” es en buena parte inducida. A diferencia del largo proceso de los transexuales “clásicos”, entre los menores ha aparecido un tipo de disforia de género que se declara súbitamente (se ha dado en llamar ROGD, Rapid Onset Gender Dysphoria). Y se han observado casos de “contagio”: una cadena de chicas de la misma escuela o localidad que piden la transición a la vez.

Algunos psicoterapeutas, como James Caspian, citado por Williams, ven en los menores que se plantean el cambio de género la influencia de las redes sociales, donde abundan los mensajes y vídeos que presentan el cambio de género como una posibilidad atractiva. También hay libros infantiles que introducen la idea en los lectores a edades muy tempranas, así como canciones, películas y series que hacen lo mismo. Y el programa de Educación Sexual que se imparte en las escuelas británicas incluye contenidos favorables a la transexualidad.

Confusión

La autora del informe consulta con distintos especialistas y concluye que se está jugando imprudentemente con la salud de los menores. Son, por definición, inmaduros, y alentarles a cuestionarse su identidad de género puede llevarles a confusión. A los adolescentes, la transexualidad puede servir para dar nombre, diagnóstico y solución a sus angustias, que ellos mismos no comprenden bien. Es significativo que entre los menores en proceso de transición estén sobrerrepresentados los que tienen rasgos de autismo (ver Aceprensa, 16-01-2017). El deseo de hacer la transición puede ser, en no pocos casos, respuesta a un problema subyacente.

Hay, en fin, muchas dudas y demasiada prisa. Se están prescribiendo bloqueadores de la pubertad y hormonas del sexo contrario sin saber aún qué efectos tienen a largo plazo (ver Aceprensa, 1-04-2019). Mientras, van saliendo a la luz casos de personas que cambiaron de sexo y después se arrepintieron (ver Aceprensa, 23-12-2019), así como indicios de mayor prevalencia de trastornos psíquicos y suicidios o tentativas de suicido entre transexuales.

Las organizaciones transexualistas, como Stonewall o Mermaids, tienen su propia interpretación de esos datos. Según ellas, los suicidios y otros problemas observados en los transexuales con mayor frecuencia que en el conjunto de la población, son consecuencia de la “transfobia”. Por ejemplo, si a un menor se le cuestiona su decisión de cambiar de género, se le causa un trauma difícil de reparar que traerá una reata de trastornos psíquicos.

Al equiparar discrepancia con el movimiento trans y agresión a los transexuales, se justifica la censura

La tesis ha ganado terreno en ámbitos oficiales. La guía del NHS sobre disforia de género en menores advierte que no existen síntomas orgánicos ni pruebas diagnósticas objetivas para certificarla o descartarla; por tanto, “hay que atenerse a lo que dice el propio joven”. Tal criterio supone un vuelco en la práctica psicoterapéutica, anota Caspian. Se pretende que el especialista confirme los sentimientos del paciente, pero “la consulta no está para eso”. Semejante modo de proceder “supone que al terapeuta ya no se le permite explorar el inconsciente”.

Recortes a la libertad de expresión

La apelación a lo subjetivo para definir la transexualidad tiene efectos en la libertad de expresión. Si el género no tiene que ver con la biología y se define por autoidentificación, su reconocimiento depende de las palabras y las actitudes de los demás. Por eso el transexualismo, dice la autora del informe, atribuye tanta importancia al lenguaje y se esfuerza por implantar su particular terminología.

La estrategia consiste en igualar el respeto a las personas y la aceptación de las ideas. Entre otros casos relatados en el informe, es expresivo el de una profesora de Oxford, Selina Todd, que fue invitada a dar una conferencia sobre historia de la clase obrera en la Universidad de Kent. Todd considera biológicamente imposible cambiar de sexo, y así lo ha escrito. De modo que un grupo de alumnos y profesores de Kent pidieron que se le retirara la invitación con este argumento: “Ofrecer una tribuna a Selina Todd en nombre de la ‘libertad de expresión académica’ significa poner a los miembros trans y no binarios de nuestra comunidad en la tesitura de tener que defender su derecho a existir”.

Como señala Joanna Williams, interpretar la discrepancia como agresión, “igualar palabras con violencia, lleva a creer que la censura está justificada”. Es lo que se ve desde hace años en las universidades, principalmente de países anglosajones (ver Aceprensa, 7-03-2018). Además, las transgresiones han empezado a ser perseguidas por la autoridad pública fuera de los campus. El informe trae ejemplos de ciudadanos denunciados o interrogados por la policía a causa de opiniones “transfóbicas”, con las que supuestamente infringieron las leyes de igualdad o contra el odio. Es especialmente relevante el caso de Maya Forstater, que perdió su empleo por tuitear desde su cuenta personal que una mujer trans sigue teniendo el sexo biológico masculino (ver El Sónar, 8-01-2020).

La estrategia

¿Cómo se ha llegado a esto? Joanna Williams dedica una sección de su estudio a la estrategia que ha seguido el movimiento transexualista en el Reino Unido. Ha difundido con constancia sus ideas entre el público. A la vez, ha intentado neutralizar los focos de oposición en el feminismo con la creación del término TERF (Trans-Exclusionary Radical Feminist) para etiquetar a las feministas que no admiten los planteamientos trans. Han intentado que el mensaje “las mujeres trans son mujeres” calara en las organizaciones profesionales de mujeres.

El movimiento trans ha encontrado buena acogida entre los políticos

La mencionada equiparación de discrepancia y agresión ha resultado también útil para no tener que discutir los puntos débiles de la propuesta transexualista. De esta forma se ha logrado, hasta cierto punto, estigmatizar la “detransición”, y evitar que se preste más atención a los casos de transexuales arrepentidos. Para Nicola Williams, directora de la organización Fair Play for Women, “la táctica de ‘no debatir’, adoptada por Stonewall, fue una jugada maestra”.

Otra parte de la estrategia es la acción cerca de las autoridades, y en buena parte está descrita en un informe de la Fundación Thomson Reuters y la ILGBTQIYSO (International Lesbian, Gay, Bisexual, Transgender, Queer and Intersex Youth and Student Organisation), titulado Only Adults? Good Practices in Legal Gender Recognition for Youth. Contiene recomendaciones para promover que las leyes admitan el cambio de género en menores sin ningún requisito médico y sin necesidad de permiso alguno, ni de los padres ni de la autoridad pública.

Un consejo es “intervenir pronto en el proceso legislativo, preferiblemente antes de que comience”. En efecto, señala Joanna Williams, las organizaciones transexualistas llevan años de conversaciones con responsables políticos y de la Administración para que sus tesis se incorporen a la reforma de la GRA, actualmente en preparación. Lo mismo hizo Stonewall con los técnicos que elaboraban el programa de Educación Sexual en el Ministerio.

El movimiento afirma que sus logros se deben a que la opinión pública ha dado un vuelco a su favor. Joanna Williams cree más bien que se han ganado no tanto a la gente cuanto a los políticos. Pues “las acciones de un pequeño número de activistas transgénero, por astutas o bien planeadas que hayan sido, no bastan para explicar la amplia mutación de las instituciones sociales y las convenciones culturales”. Primero, algunas figuras de la medicina y de la universidad contribuyeron a dar prestigio intelectual y moral a las posturas trans. Pero, sobre todo, ha sido decisivo el apoyo de personas ajenas al movimiento en puestos de responsabilidad.

Víctimas

La autora del informe explica este fenómeno por dos tendencias presentes hoy en las democracias occidentales: la política identitaria y el victimismo.

“En una época –dice– en que los partidos políticos dominantes ven cómo se les alejan sus bases tradicionales, los grupos identitarios parecen ofrecer un electorado claro”. Y en efecto, ahora es corriente que los partidos busquen atraerse, no ya a la clase obrera ni a la burguesa, sino a minorías raciales o sexuales.

A esto se añade el segundo factor. “Cuando el grupo identitario adopta el estatus de víctima, la acción en favor suyo va investida de la autoridad moral propia del que protege al oprimido”. El movimiento trans ha tenido éxito en este aspecto, lo que en parte explica la buena acogida de sus propuestas por parte de políticos, educadores, trabajadores sociales…: les da un sentido de misión, una especial legitimidad. También por esto es importante para el transexualismo subrayar la existencia de conductas transfóbicas y los traumas que provoca.

Oposición feminista

Sin embargo, el movimiento trans no tiene el éxito asegurado. Encuentra cada vez más oposición por parte de las feministas y de mujeres en general (ver Aceprensa, 29-04-2020): temen que hombres reconocidos legalmente como mujeres tras hacer la transición, sin necesidad de cirugía –y en el futuro quizá sin otro requisito que su propia declaración–, se introduzcan en ámbitos reservados para ellas. Los derechos basados en el sexo pierden sentido si la condición femenina es independiente de la naturaleza corporal: es el “borrado de las mujeres” del que se quejan las feministas actuales. El lema “las mujeres trans son mujeres” no supera la prueba de la realidad cuando se aplica en vestuarios, competiciones deportivas (ver Aceprensa, 22-05-2020), asociaciones femeninas, políticas laborales…

De hecho, en el Reino Unido la principal reivindicación transexualista puede quedar frustrada. El movimiento quiere que se supriman los requisitos para obtener el certificado de cambio de género: diagnóstico de disforia o haber vivido como persona del otro sexo durante al menos dos años. La consulta pública celebrada hace dos años para la reforma de la GRA de 2004 pareció haber concluido a favor; pero la fuerte contestación ha frenado los cambios, y el gobierno se plantea prohibir tratamientos irreversibles en menores (ver Aceprensa, 27-04-2020). En cambio, la reforma de la correspondiente ley escocesa puede acabar reduciendo a tres meses el plazo de vida en el otro sexo y bajando la edad mínima de 18 a 16 años.

La polémica en torno al reconocimiento legal de la transexualidad no es exclusivamente británica. El gobierno español prepara un proyecto de ley que consagraría la libre “autodeterminación” de género y facilitaría la transición de los menores. También aquí la propuesta ha encontrado la oposición de sectores feministas. La “interseccionalidad” (ver Aceprensa, 8-03-2019) no está funcionando bien en este tema. Si el transexualismo pierde la batalla, será por obra de las mujeres.

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