En diciembre de 2021, varias atletas universitarias estadounidenses que se preparaban para participar en el campeonato nacional de natación de 2022 se enteraron de que, para la próxima temporada, competirían con una colega totalmente desconocida: Lia Thomas.
Cada disciplina tiene su mundillo, por lo que los deportistas suelen conocer personalmente a sus rivales, o han oído hablar de alguno que ha ido mejorando marcas, o lo han ido siguiendo por la prensa… De Thomas, sin embargo, nadie sabía nada, hasta que se publicó el ranking de nadadoras, y Riley Gaines, de la Universidad de Kentucky, vio el nuevo nombre: aparecía en el listado de la categoría de 200 yardas, estilo libre. Y estaba en primer lugar.
Meses después, Thomas, de la Universidad de Pensilvania –un centro no particularmente destacado en natación–, alcanzó su mayor relevancia mediática cuando en el campeonato nacional de 2022, celebrado en Georgia Tech, ganó el primer puesto en la categoría de 500 yardas estilo libre. Más tarde, en la de 200 yardas, quedó en quinto lugar, compartido con Riley Gaines.
Según explica Swimming World Magazine, había premio incluso para el quinto lugar, pero Thomas aventajaba a Gaines por una centésima de segundo. Un representante de la National Collegiate Athletics Association (la NCAA, organización líder del deporte universitario en EE.UU.) le dijo a Gaines: “Solo tenemos un trofeo para el quinto lugar, por lo que el tuyo te llegará por correo. Le damos el trofeo a Lia, pero puedes posar en el podio con el del sexto lugar”.
“Puedo atestiguar la extrema incomodidad que sienten en el vestuario chicas de 18 años al tener que desvestirse con un hombre mirando en la misma habitación” (Riley Gaines)
Fue desalentador. Lo recordó el pasado 17 de marzo en una conferencia en la Truett McConnell University, de Georgia: “Nos pasamos la vida entera entrenando para ser las mejores en las categorías deportivas femeninas, y entonces se nos dice que tenemos que competir contra un hombre, y que tenemos que celebrar su victoria. Y que no nos sintamos incómodas teniendo a un hombre desvistiéndose a pocos metros de nosotras”.
Sí, porque falta un dato “sin importancia”: Lia Thomas, la rival, es una mujer… trans. Un hombre biológico que mide 1,95 metros, y que solo muy recientemente descubrió que era una “mujer”. Hasta entonces se llamaba William, y ya competía, pero contra hombres, y sus tiempos no puntuaban para el Guinness.
Ahora nada contra mujeres y, claro, utiliza sus mismos vestuarios. “Puedo dar fe –dice Gaines en su web– de las lágrimas de las finalistas que, por un solo puesto, no fueron nombradas [con el título honorífico deportivo] All-American. Y puedo atestiguar la extrema incomodidad que sienten en el vestuario chicas de 18 años que se han visto expuestas a partes íntimas del cuerpo masculino, y la que sienten al tener que desvestirse con un hombre mirando en la misma habitación”.
Como es demasiado, algunas ya se han hartado: en marzo, 16 atletas presentaron una demanda judicial contra la NCAA por discriminación y por contribuir a menguar la seguridad de los espacios exclusivamente femeninos.
La biología, obstinada, inevitablemente presente
En su denuncia, las deportistas se quejan de que, durante 15 años, la NCAA ha venido impulsando una radical agenda “antimujer”, al arrogarse el derecho de reinterpretar el Título IX de la Ley de Educación de 1972, que prohíbe la discriminación por razón de sexo. Nadie puede ser relegado por esta causa ni puede dejar de beneficiarse de las oportunidades de cualquier programa educativo o actividad que se financien con fondos del gobierno.
Luego está lo que la NCAA entiende “innovadoramente” por igualdad de trato y oportunidades para mujeres y hombres. En su particular interpretación, “el Título IX beneficia a todos –chicas y chicos, mujeres y hombres” y la ley obliga a las instituciones educativas a mantener “políticas, prácticas y programas que no discriminen a nadie sobre la base del género”.
“El deporte tiene aspectos sociales, pero la fisiología y la biología lo sustentan”
Ahí está el matiz: que donde el Título IX habla de sexo, de caracteres biológicos estables, la NCAA hace fuerza con la palabra género –el “sentirse” o “autopercibirse” hombre o mujer–, y obliga a las deportistas a bajar la cabeza y comulgar con ruedas de molino.
En consonancia con esta “mínima” variación de enfoque y para hacer ver que no se buscaba la exclusión de las mujeres a través de una competencia desleal, en enero de 2022 la NCAA empezó a exigir a las mujeres trans (hombres biológicos) que, para poder participar en los próximos torneos del año tenían que haberse sometido a una supresión de los niveles de testosterona con al menos un año de antelación. Posteriormente, para los de 2023, debían presentar documentación que acreditara esa reducción hormonal antes de cualquier competencia. “A partir de agosto de 2024 –añade su directiva–, los estudiantes-atletas transgénero deberán presentar documentos dos veces al año que demuestren que sus niveles de testosterona se encuentran dentro de los estándares específicos del deporte”.
¿Basta eso? Rotundamente no, básicamente porque los varones reciben en la adolescencia una potente “inyección” natural de testosterona que incide en sus caracteres físicos ya para siempre, por más que, con posterioridad, se reduzcan artificialmente sus niveles de la hormona.
“Hay poco misterio en esto –aseguraba en 2022 el Dr. Michael J. Joyner, médico de la Clínica Mayo en Rochester, Minnesota, al New York Times–. Desde el útero, los hombres están bañados en testosterona y la pubertad la acelera. Los varones, por término medio, tienen hombros más anchos, manos más grandes, torsos más largos y mayor capacidad pulmonar y cardíaca. Los músculos son más densos. El deporte tiene aspectos sociales, pero la fisiología y la biología lo sustentan”.
Varias federaciones rectifican
El absurdo ejercicio de identificar el ser mujer con una simple concentración reducida de testosterona en sangre es lo que impulsa a las 16 atletas a ir contra la NCAA, pues de esa política llanamente antifemenina se derivan tanto la competencia desleal como el atentado al derecho constitucional de la mujer a la privacidad, “al crear –dice la demanda– situaciones en las que las atletas universitarias renuentes, sin saberlo o de mala gana, exponen sus cuerpos desnudos o parcialmente vestidos a los hombres”.
La NCAA, de momento, prefiere no darse por enterada de la abrumadora evidencia científica contra su política trans, pero varias federaciones deportivas sí han rectificado. En marzo de 2023, World Atletics (WA) –organismo gobernante del atletismo a nivel internacional–, acordó que se excluiría de inmediato de los torneos femeninos mundiales a las atletas trans que hubieran cursado su adolescencia como varones. Según explicó la entidad, parecía haber “poco apoyo” a la idea inicial de reducir los niveles de testosterona por debajo de los 2,5 nanomoles por litro (nmol/L).
El presidente de WA, Sebastian Coe, reconoció que la decisión era “difícil”, al entrar en conflicto las necesidades de diferentes colectivos, pero –aseguró– “seguimos considerando que debemos mantener la justicia para las atletas por encima de cualquier otra consideración. (…). A medida que haya más evidencia disponible, revisaremos nuestra posición, pero creemos que la integridad de la categoría femenina en el atletismo es primordial”.
También ha cerrado el paso a los hombres en categorías femeninas la World Rugby, la federación internacional de dicho deporte. Lo explica sencillamente en su web: “¿Por qué lo hacemos? Por las ventajas de tamaño, fuerza y potencia que confiere la testosterona [al atleta varón] durante la pubertad y la adolescencia”, de lo que puede haber “riesgos resultantes” en el fragor de la competencia para las deportistas que interactúen con él.
“Los varones pospúberes tienen concentraciones de testosterona circulante al menos 15 veces más altas que las mujeres pospúberes”
Y está, claro, la World Aquatics, la entidad reguladora de la natación, el polo y otros deportes acuáticos a nivel mundial. Apenas un mes después de que Thomas ganara el campeonato universitario en las 500 yardas estilo libre, la organización actualizó su política de elegibilidad de mujeres y hombres para las categorías competitivas.
“Durante la pubertad –reconocía–, las concentraciones de testosterona […] aumentan 20 veces en los hombres, mientras que permanecen bajas en las mujeres. Los varones pospúberes tienen concentraciones de testosterona circulante al menos 15 veces más altas que las mujeres pospúberes (15-20 nmol/L vs. 1 nmol/L). (…). Los niveles elevados de testosterona generan no sólo divergencia anatómica en el sistema reproductivo, sino también tipos y composiciones corporales considerablemente diferentes entre sexos”. Por tal motivo, y en aras de garantizar el fair play, más de dos tercios de los miembros de la organización decidieron que se prohibiera con efecto inmediato la participación de mujeres trans en eventos femeninos, a menos que hubieran iniciado su transición antes de los 12 años de edad.
En ambos casos se hubiera agradecido, además, el otro argumento: el de la violación de la privacidad de los espacios exclusivamente femeninos, que sí tomaron en cuenta las atletas norteamericanas en su demanda de marzo pasado. No hay una palabra de esto en el texto, ni en los documentos de las otras organizaciones, que quedaron algo “testosteronicocéntricos”. No está mal fijar la atención en este aspecto, pero no todo son hormonas.
“Sonríe… o te vas a enterar”
Por supuesto, no llueve a gusto de todos. No, al menos, al de las organizaciones proderechos trans. A una pregunta de Aceprensa sobre si no supone una patente ventaja física la que disfrutan los hombres biológicos al recibir los altos niveles de testosterona que acompañan a la adolescencia, Joanna Hoffman, directora de Comunicación de Athlete Ally, me advierte que “difundir información errónea y miedo sobre las mujeres y niñas trans es dañino e irresponsable, especialmente cuando las investigaciones nos muestran que la capacidad atlética se basa en varios factores diferentes”.
Hoffman opina que los estudios que abordan las enormes diferencias de fuerza física como resultado del subidón de testosterona en la pubertad masculina son “defectuosos y problemáticos”, y que no habría que fijarse “solo en un aspecto del entrenamiento o en un marcador físico de un atleta como la única razón de su éxito”.
“Los atletas vienen en todas las formas y tamaños”, dice, por lo que “deberíamos centrarnos en los desafíos más apremiantes y omnipresentes que enfrentan las mujeres y las niñas”, entre los que enumera la igualdad salarial, la lucha contra el acoso sexual, la necesidad de mayor atención mediática a los deportes femeninos, etc.
Es agarrada (o agarrado) a esa tesis que Thomas se justifica. Tras ganar el campeonato en 2022, dijo que los trans no transicionaban para lograr un buen resultado deportivo, sino “para ser felices y auténticos”, y que desde que él comenzó los tratamientos hormonales había perdido masa muscular y se había vuelto “más lento en el agua”…, si bien nada indica que haya perdido un milímetro de sus casi dos metros de estatura.
No obstante, también ha querido presentar su demanda: ha ido contra World Aquatics por la mencionada adaptación que esta hizo de su política respecto a los atletas trans –no competirán contra mujeres si han pasado la pubertad como varones–. En un comunicado, el Tribunal de Arbitraje del Deporte –instancia donde Thomas ha incoado la denuncia– señala que el deportista alega que World Aquatics ha incumplido sus propios estatutos, la Convención Europea de Derechos Humanos, la Convención por la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer y hasta la ley suiza. Se dice, además, víctima de una discriminación irracional y desproporcionada, a la luz de “los objetivos legítimos del deporte”.
Thomas se siente discriminado. Gaines y decenas de atletas se sienten –se saben– desposeídas injustamente del lugar que les correspondería en los rankings. A él, medallas; a ellas, la “sugerencia” de que se muestren cordiales con Thomas en la premiación. La alternativa son las amenazas anónimas –incluso de muerte– por llamar “hombre”… a un hombre.
Con la demanda judicial de las chicas y con la rectificación de varias organizaciones ya ha empezado a hablar el sentido común. Que hablen ahora los tribunales.
Un comentario
Esto es un auténtico «cachondeo de género». Menos mal que han topado con las mujeres, pues éstas pondrán en su sitio a esos otros que se creen que la vida es un circo.