La carrera por obtener vacunas contra el covid-19 puede dejar atrás a los países pobres

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El aprovechamiento de antiguos abortos, en algunos casos, no es la única cuestión ética que se plantea en la búsqueda de vacunas contra el coronavirus. Otra es de equidad: la pandemia afecta a todos, pero existe el riesgo de que los países ricos acaparen las vacunas y los más pobres se queden con las migajas.

El Papa Francisco se ha referido a este problema más de una vez. En la audiencia general del pasado 19 de agosto, dijo: “¡Sería triste si en la vacuna para el covid-19 se diera la prioridad a los ricos! Sería triste si esta vacuna se convirtiera en propiedad de esta o aquella nación y no sea universal y para todos”.

Algo así podría suceder. EE.UU., la UE, el Reino Unido y Japón han comprometido el dinero necesario para reservarse entre todos, mediante acuerdos con los productores, 3.700 millones de dosis de ocho vacunas distintas que están en fase de ensayo clínico. O sea, cuatro dosis por habitante.

Bien común y de cada uno

Ciertamente, no es puro acaparamiento. Ninguna de esas vacunas está comprobada aún, y el overbooking es una cautela en previsión de que varias no servirán. Pero aun así, supone la mayor parte de la producción potencial del mundo, y los países pobres no pueden competir con semejante poder de compra.

Cabe, por tanto, que cuando por fin haya vacunas, la inmunización sea muy desigual, y la pandemia se prolongue mucho más tiempo en el mundo en desarrollo.

La OMS promueve un fondo común internacional para financiar la producción y compra de vacunas, de modo que haya para todos y no se disparen los precios

Si la solidaridad humana pide ayudar y cooperar, con independencia del beneficio propio que pueda resultar, en casos como este se ve más claro que el bien común es a la vez el de cada uno. Si uno acapara, los demás que puedan querrán hacer lo mismo, y la competición hará que suban los precios, en perjuicio de todos. Los desiguales niveles de inmunización obligarían a restringir el movimiento internacional de personas y mercancías. Mientras queden grandes focos de infección en partes del mundo, el coronavirus seguirá siendo una amenaza. Por eso, “es interés de todos colaborar a escala mundial porque necesitamos controlar esta pandemia en todos los países”, dijo Mariângela Simão, directora general adjunta de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Iniciativa de la OMS

Para prevenir los daños que causaría la concurrencia, la OMS ha promovido la iniciativa llamada COVAX, que es un fondo común internacional para financiar la producción y compra de vacunas, de modo que haya para todos y no se disparen los precios. De momento se han sumado a COVAX 64 países ricos, que aportan dinero, y 92 en desarrollo, que se beneficiarán de donaciones y descuentos.

COVAX incluye un plan de distribución equitativa, basado en el principio de que cada país reciba dosis en proporción a su población. El reparto se hará en dos fases. En la primera se distribuirán vacunas para inmunizar a los grupos prioritarios (trabajadores de la sanidad y personas más vulnerables). En la segunda habrá dosis para la población en general.

El objetivo de COVAX es disponer, a finales de 2021, de 2.000 millones de dosis, la mitad para países en desarrollo. Para ello necesita unos 5.400 millones de dólares, de los que hasta ahora ha obtenido la quinta parte. Con ese dinero ya puede empezar a firmar acuerdos con los laboratorios asociados a la iniciativa, que están desarrollando nueve vacunas. De momento, tiene asegurados 100 millones de dosis para los países en desarrollo.

Es insuficiente. Un problema es que en COVAX faltan países clave. El gobierno de EE.UU. rehúsa colaborar con la OMS. China tampoco se ha sumado al fondo común. Ni la India, que entre los países ajenos al club de los ricos es uno de los pocos con una industria farmacéutica capaz de producir vacunas, y en grandes cantidades. Sí está Brasil, otro importante fabricante de medicamentos.

Algunos países y organizaciones piden que se restrinjan los derechos de patente sobre las vacunas del covid-19

Y muchos que contribuyen al fondo de COVAX compran por otro lado, como se dijo al principio, y así hacen más difícil que el programa de la OMS consiga las dosis necesarias.

Cooperación bilateral

De todas formas, hay iniciativas de cooperación fuera de COVAX. EE.UU. promete que dará vacunas a países en desarrollo. China ya ha empezado, aunque con una solidaridad limitada: usa las vacunas que está desarrollando como arma diplomática, ofreciendo acceso prioritario a países en los que tiene intereses estratégicos. Así, ha prometido donaciones a Pakistán, su principal aliado en Asia, y a Filipinas. Ha dado licencias para producir versiones genéricas a Indonesia y Brasil.

También algunas multinacionales farmacéuticas actúan. AstraZeneca y Johnson & Johnson han anunciado que no buscarán obtener beneficios hasta que pase la pandemia. La primera ha dado licencias en la India para producir mil millones de dosis a menor costo, con permiso para exportar a países pobres. También ha dado licencias a Brasil (100 millones de dosis), y a Argentina y México (250 millones entre los dos, para uso propio y para exportar a otros países latinoamericanos).

¿Suspender las patentes?

África, en cambio, está bastante al margen. Por eso, Sudáfrica, Ghana, Senegal, junto con varias ONG y agencias de la ONU, han iniciado una campaña para pedir que se limiten los derechos de patente sobre las vacunas contra el covid-19, como en los años noventa se hizo, finalmente con éxito, con los medicamentos contra el sida.

El acuerdo internacional (TRIPS) firmado en aquella época ya permite la “licencia obligatoria” a los países en desarrollo, para que copien medicamentos en caso de emergencia, sin consentimiento expreso de los titulares de las patentes. Pero en el caso presente es más necesaria la cooperación de los inventores, porque replicar una vacuna es difícil, sobre todo una de las recientes, basadas en proteínas.

Como al principio de la campaña para abaratar los antirretrovirales contra el sida, los grandes laboratorios se oponen. Alegan que privarles de los derechos de patente sobre las futuras vacunas desincentiva la innovación porque les impide recuperar las inversiones hechas, que solo en parte –y no en todos los casos– han sido sufragadas con fondos públicos. También dicen que las copias que se fabriquen sin contar con ellos, muy bien pueden ser ineficaces o inseguras.

La OMS quiere proponer, con ocasión de la actual Asamblea General de la ONU, otra fórmula: constituir un fondo común para pagar derechos de patentes. Eso aseguraría que los titulares fueran retribuidos, aunque en cuantía inferior a la del mercado.

En cambio, las farmacéuticas están a favor de COVAX. Y probablemente, si COVAX llegara a concitar una cooperación verdaderamente mundial, sería lo mejor para todos.

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