Las reformas laborales que han funcionado en Europa

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En la presentación de la polémica reforma laboral francesa, el primer ministro Manuel Valls anunció que su gobierno pretendía acabar con “las rigideces del Código de Trabajo”. El presidente François Hollande equilibró el discurso y precisó que el objetivo es conciliar la flexibilidad con la seguridad. Pero el éxito de esta fórmula depende en buena medida de la cooperación entre gobierno, sindicatos y empresarios.

Una de las rigideces del sistema francés es que obliga a las empresas a proteger mucho a los trabajadores que llevan más tiempo contratados, lo que reduce su margen para contratar de forma indefinida a nuevos empleados. El resultado es que cuatro de cada cinco contratos firmados en Francia durante la crisis han sido temporales, según explica The Economist. Además, la tasa de paro ha subido desde el 7% en 2008 al actual 10%.

A diferencia del Reino Unido, Austria ha hecho menos traumáticos los despidos gracias a una cuenta de ahorro que acompaña al trabajador durante su vida laboral

Alemania tenía el mismo nivel de desempleo cuando emprendió su reforma laboral, a principios de la década 2000. Allí también pesaban mucho los derechos adquiridos, que imponían altos costes empresariales. Y preocupaba que el generoso sistema de protección social estuviese desincentivando la búsqueda de empleo, sobre todo entre los parados de larga duración.

Ayudas condicionadas

La coalición entre socialdemócratas y verdes, liderada por Gerhard Schröder, recurrió entonces al principio de “ayuda y exigencia”. Las reformas Hartz, cuatro leyes que entraron en vigor entre 2003 y 2005, endurecieron los requisitos para acceder a las prestaciones sociales, condicionándolas en ciertos casos a la búsqueda activa de empleo y al seguimiento de cursos de formación.

La flexibilidad fue otro principio clave de estas reformas. Se crearon nuevas figuras contractuales como los minijobs, empleos a tiempo parcial que han de complementarse por ley con otra fuente de ingresos (rentas, beneficios sociales o segundo empleo).

Y para evitar despidos, se incentivó la fórmula del “trabajo corto” o Kurzarbeit, jornadas de menos horas y menos sueldo que mantienen activos a los empleados en espera de tiempos mejores. A cambio, el Estado –a través de beneficios en las cotizaciones a la Seguridad Social– subvenciona hasta dos terceras partes de las horas no trabajadas. Durante la crisis, la coalición entre la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y el Partido Socialdemócrata (SPD) siguió potenciando el Kurzarbeit.

Mayoría de contratos indefinidos

Gracias a estas medidas y a las peculiaridades de su modelo económico, Alemania ha logrado ganar la batalla contra el paro en plena crisis. Ha pasado del 7,8% en 2008 al 4,3% en febrero de 2016, la tasa más baja de Europa.

La “flexiguridad” danesa combina la flexibilidad en las relaciones laborales con la protección social y las políticas activas de empleo para los parados

La de desempleo juvenil (menores de 25 años) también es la menor de Europa: 7% en noviembre de 2015. Aquí ha influido mucho la formación profesional dual, que combina la enseñanza con las prácticas en empresas, una fórmula imitada con éxito en Austria y Suiza. Y, con resultados más discretos, en Francia, el Reino Unido y España.

Sin embargo, para los críticos de las leyes Hartz, la creación de empleo no es toda la verdad. El “milagro alemán” ha sido posible –dicen– a costa de la precariedad laboral, que ha agravado la brecha salarial entre los que tienen un empleo estable y el resto.

Un reciente informe del Bundesbank, citado por Frédèric Lemaître a raíz del debate originado por la reforma laboral francesa, muestra la creciente desigualdad de la sociedad alemana: el 10% más rico de los hogares posee el 60% de la riqueza del país, mientras que el 50% menos rico posee solo el 2,5%. Pero habría que preguntarse cómo sería el reparto del pastel sin los mínimos ingresos que han aportado los minijobs, compatibles con la asistencia social, o las jornadas reducidas.

Además, no es cierto que el empleo que se está creando en Alemania sea precario. “Entre 2005 y 2014 se crearon 2,7 millones de nuevos empleos, y de estos solo 500.000 fueron temporales. El número de minijobs (como única fuente económica laboral) aumentó solo en 100.000, mientras que los minijobs como segundo empleo llegaron a los 750.000”, explican en El País Lars P. Feld, Miguel Otero Iglesias y Benjamin Weigert.

Pactar la flexibilidad

La modalidad del “trabajo corto” también ha sido muy utilizada durante la crisis en Holanda, cuya tasa de desempleo es del 6,5%. Pero el éxito holandés viene de mucho antes: a principios de los ochenta, sindicatos y empresarios pactaron con el gobierno un plan de reforma –conocido como el Acuerdo de Wassenaar– que se hizo famoso por bajar la tasa de paro desde el 10% al 3% en 2000.

Los sindicatos aceptaron contener las subidas salariales y admitieron medidas para flexibilizar el mercado laboral, como las jornadas reducidas y el trabajo a tiempo parcial. A cambio, el gobierno bajó los impuestos y reforzó las políticas de reinserción laboral. Además, como luego hizo Schröder en Alemania, algunas prestaciones se condicionaron a la búsqueda de empleo.

Otro país que logró una exitosa reforma gracias al diálogo de los agentes sociales fue Dinamarca. El modelo danés de la “flexiguridad” comenzó a pergeñarse a finales de los noventa, pero fue justo antes de la crisis cuando se mostró más efectivo. En 2006, su tasa de paro bajó hasta el 4,5% –la más baja en 30 años– gracias, explica The Economist, a la combinación de tres ingredientes: flexibilidad en las relaciones laborales (incluida, la de contratar y despedir); una protección social fuerte, que cubre las espaldas en caso de desempleo con generosas prestaciones aunque de duración limitada; y unas políticas activas de búsqueda de empleo.

La mayor parte del empleo creado en Alemania desde las reformas Hartz han sido contratos indefinidos

La crisis disparó el paro en Dinamarca: pasó a tener un 7,4% en 2012 (ahora está en el 5,8%). En términos relativos, fue una subida más pronunciada que la de otros países, pero logró mantenerse por debajo del promedio europeo. Hoy, el reto es volver a equilibrar los tres elementos de la ecuación, pues parece que la protección a los trabajadores ha salido perdiendo durante la crisis (ver Aceprensa, 27-10-2015).

El despido, mejor con mochila

Haciéndose eco de las explicaciones del economista y profesor del IESE Sandalio Gómez, un artículo publicado en Lainformación.com añade a los casos citados el de Austria. Vuelve a repetirse el mismo patrón: en los años noventa, sindicatos y empresarios se sentaron a negociar durante tres años y pactaron un modelo laboral más flexible, que incluía más protección para los jóvenes.

Si antes los empleados con una antigüedad menor a tres años no tenían derecho a indemnización, tras el pacto social alcanzado entonces quedan más protegidos gracias a la creación de una cuenta de ahorro –conocida como la “mochila austriaca”– que las empresas llenan cada mes con un porcentaje del salario bruto. El trabajador se lleva esa mochila cuando cambia de empresa y, en caso de despido, puede recurrir a ella.

La larga tradición de diálogo entre los agentes sociales ha jugado a favor de Austria durante la crisis, que en noviembre de 2015 tenía una tasa de paro del 5,8% y un desempleo juvenil del 10,9%.

Ejemplo de flexibilidad extrema sería el Reino Unido, con una tasa de desempleo del 5%. Entre 2010 y 2015, la coalición conservadora y liberal-demócrata aprobó una serie de medidas para garantizar “la máxima flexibilidad” –dice la web del gobierno– en un sistema laboral ya de por sí muy liberalizado. Y así, eliminó la jubilación obligatoria a los 65 años, creó los permisos compartidos de maternidad y paternidad, e incentivó las jornadas laborales flexibles, reservadas hasta entonces a los padres con hijos menores de 17 años. Pero en algunos casos la protección a los trabajadores salió perdiendo: por ejemplo, para poder reclamar el despido improcedente es preciso haber trabajado en una empresa al menos dos años, mientras que antes era uno.

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