Alemania e Irlanda: reformas que han dado fruto

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El caso de Alemania muestra cómo la reforma ambiciosa del mercado de trabajo en 2003 ha permitido disminuir la tasa de paro por debajo del 6%

Desde un pequeño corte en un dedo hasta un gran desamor. Cualquier herida de las que sufrimos en la vida requiere de un tratamiento frecuentemente doloroso para su cura y total restablecimiento. Este hecho, por suerte o por desgracia, también sucede en el ámbito de la macroeconomía; por suerte, porque gracias a las crisis y las recesiones los países son capaces de avanzar y mejorar, a través de las reformas necesarias para recuperar el crecimiento. Por desgracia, porque cualquier proceso de cambio y ajuste económico afecta a todos los ciudadanos y perjudica a algunos de ellos.

Sin embargo, la experiencia nos enseña que cuando una economía toma las medidas adecuadas para solucionar sus problemas, las perspectivas de crecimiento mejoran, la tasa desempleo disminuye y la capacidad de competir a nivel global del país aumenta.

Desde hace algunos meses hemos asistido al anuncio, por parte del Gobierno de España, de un sinfín de medidas que pretenden solucionar los grandes problemas que afectan a la economía: el excesivo endeudamiento del sector público y privado, el estancamiento del crédito por parte de las entidades financieras a ciudadanos y empresas y, sobre todo, el elevado nivel de desempleo.

Estas reformas han sido acogidas, por una buena parte de la ciudadanía, con sorpresa y desagrado. A nadie le gusta, como es razonable, que le recorten el sueldo o que su empresa pueda pagarle una menor prestación en caso de prescindir de sus servicios. La pregunta que flota en el aire es: ¿servirán para algo todos estos esfuerzos? ¿A dónde nos llevarán? ¿Sanará la herida una vez pase el dolor provocado por la medicina aplicada?

Para responder a estas preguntas vamos a apoyarnos en dos casos cercanos: el de Alemania a principios de este siglo, y el de Irlanda durante la actual crisis económica. El caso germano muestra cómo la reforma ambiciosa del mercado de trabajo, antes incluso del estallido de la crisis económica, ha permitido disminuir la tasa de paro por debajo del 6%. El caso irlandés ofrece una versión “adelantada” de la situación actual española. El Gobierno de Irlanda recapitalizó sus bancos y vivió el rescate de su economía, en términos equiparables a los españoles, hace tres años. Hoy sus perspectivas, tras cumplir con casi todas las condiciones fijadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Unión Europea (UE), son francamente positivas.

El conjunto de medidas impulsadas por el canciller Schröder fue inicialmente rechazado por la sociedad alemana y por los sindicatos

La reforma laboral en Alemania

Dice la sabiduría popular que no se debe aplicar la venda sobre una herida que aún no se ha producido. En lo referente al mercado de trabajo alemán no parece que el refranero español sea muy certero. Alemania puso una venda sobre su ineficaz mercado de trabajo a principios de siglo y eso le ha permitido evitar la herida que, sin duda, habría sufrido durante la actual crisis sin aquellos cambios legislativos.

En aquel momento Alemania atravesaba una situación económica muy delicada. Su Producto Interior Bruto (PIB) estaba estancado (su crecimiento medio entre 2002 y 2006 fue inferior al 1%) y su tasa de paro estaba situada en torno al 10%. Este dato fue el que más preocupó al Gobierno entonces presidido por el canciller socialista Gerhard Schröder, pues mostraba un mercado de trabajo ineficiente y poco preparado para competir a nivel global.

Con el objetivo de solucionar este grave desajuste, el Gobierno alemán creó una comisión, formada por economistas, políticos y técnicos, encargada de estudiar y mejorar el funcionamiento del mercado de trabajo. Fue la llamada Comisión Hartz, presidida por Peter Hartz, director de recursos humanos de Volkswagen. Entre 2002 y 2003 se aprobaron cuatro leyes de reforma del mercado de trabajo conocidas popularmente como Hartz I, II, III y IV.

Hartz I, II y III se centraron en el establecimiento de nuevas tipologías contractuales que suponían un menor pago de impuestos, cargas sociales y salarios (los llamados minijobs y midijobs). De igual modo, se autorizó a empresas privadas a que participaran como intermediarias en el mercado de trabajo y se facilitó la conversión de las prestaciones por desempleo en ayudas de capital inicial para el establecimiento de nuevas empresas.

En Irlanda, las subidas de impuestos, el drástico recorte del gasto público y el resto de medidas estructurales están surtiendo su efecto

Rechazo inicial

En Hartz IV, que fue la reforma que tuvo más calado de todas, se fusionaron los subsidios por desempleo (Arbeitslosenhilfe) y de subsistencia (Sozialhilfe) en un único pago de menor cuantía. Además, en el caso de los parados crónicos (más de un año desempleados) se condicionó la recepción de las ayudas a la aceptación de cualquier clase de trabajo por parte del desempleado, incluso por debajo de su cualificación profesional. Se introdujeron las jornadas flexibles en los convenios colectivos, lo que permitió que empresas y trabajadores pudieran pactar, más fácilmente, el número de horas, el número de días y el salario que su puesto de trabajo acarrearía.

Este conjunto de medidas fue inicialmente rechazado por la sociedad alemana. Los sindicatos manifestaron su disconformidad por el incremento de las contrataciones bajo esquemas “no convencionales” y por el incremento del desempleo en el corto plazo. El Gráfico 1 muestra evolución de las tipologías contractuales existentes en Alemania entre 1992 y 2005.

En cuanto a la evolución del desempleo en los primeros años tras la implantación de la nueva normativa, la tasa de paro creció desde el 8,7% en 2002 hasta el 10,1% en 2006. La puesta en marcha del programa de reformas incrementó la oferta laboral gracias a la incorporación al mercado de trabajo de muchos de los antiguos receptores de ayudas públicas.

Sin embargo, los efectos a medio plazo fueron los opuestos. Una vez los esquemas de contratación y trabajo flexibles se generalizaron, la creación de puestos de trabajo aumentó con fuerza, lo que disminuyó la tasa de desempleo estructural en casi dos puntos. Además, el patrón de ajuste del mercado de trabajo alemán varió, facilitando el que hoy es uno de sus grandes puntos fuertes: un ajuste basado en horas trabajadas y salarios, en lugar de en puestos de trabajo. Esto permite, en primer lugar, que las empresas puedan disminuir sus costes salariales sin tener que reducir sus plantillas y, en segundo lugar, que la menor cantidad de trabajo disponible durante una recesión se reparta entre un mayor número de personas. Como vemos en el Gráfico 2, la reducción de los salarios y las horas trabajadas por parte de los empleados alemanes ha frenado la destrucción de empleo, situando su tasa de paro entre las más bajas del mundo y convirtiendo a Alemania en un destino preferente para quienes buscan trabajo fuera de su país.

El Caso de Irlanda: ¿España dentro de dos años?

En los años ochenta y noventa, el caso de Irlanda fue estudiado como un ejemplo de crecimiento robusto basado en una economía muy competitiva. Sin embargo, a partir del año 2000 su crecimiento comenzó a basarse, en exceso, en el sector inmobiliario. Irlanda sufrió una de las mayores burbujas inmobiliarias del mundo. Entre 1994 y 2006 el precio de la vivienda en Dublín creció alrededor de un 500%.

El estallido de la burbuja inmobiliaria, unido a la caída del sistema financiero mundial vivida entre 2008 y 2009, llevó al sistema financiero irlandés a un punto de no retorno; los bancos necesitaban fondos para recapitalizarse o, como en un castillo de naipes, caerían uno detrás del otro. La respuesta del Gobierno fue inyectar alrededor de 64.000 millones de euros en sus bancos, aproximadamente un 40% de su PIB. El déficit del país en 2010 fue del 31,3% del PIB.

Como consecuencia de ello, los intereses que el Gobierno comenzó a pagar por su deuda se dispararon hasta hacerse insostenibles. Irlanda recurrió entonces al FMI y a la UE en busca de fondos para recuperar su economía. Inicialmente, se diseñó un programa de ayuda valorado en 85.000 millones con una fuerte condicionalidad que exigía reformas, duras y costosas, que garantizaran la recuperación de la economía, en primer término, y la devolución del préstamo, en segundo lugar.

Las condiciones fijadas incluían medidas para reducir el déficit público (manteniendo el 12,5% del impuesto de sociedades, una de las grandes armas competitivas del país), para reestructurar, recapitalizar y desapalancar el sistema financiero, y para facilitar el ajuste del mercado de trabajo.

Las medidas de ajuste puestas en marcha por el Gobierno incluyeron despidos de funcionarios, subidas en los impuestos sobre el agua, el consumo, las plusvalías… Todas ellas fueron mal acogidas por la ciudadanía. Las manifestaciones se multiplicaron por todo el país y el descontento con la clase dirigente, que aún hoy existe, mantiene una elevada incertidumbre política que frena el calendario de reformas inicialmente diseñado.

Irlanda vuelve a crecer

Pese a ello, hace unos días conocimos que tanto el FMI como la UE felicitaban a Irlanda por la buena marcha de su programa de reformas. Las subidas de impuestos, el drástico recorte del gasto público y el resto de medidas estructurales están surtiendo su efecto. En 2012 Irlanda cumplirá con el objetivo de déficit y mantendrá, pese a la caída del PIB del primer trimestre, un crecimiento positivo. El Gráfico 3 muestra la evolución del PIB y del déficit de Irlanda durante los últimos años, así como las previsiones disponibles hasta el año 2015.

Hace apenas dos años, Irlanda parecía una economía condenada a sufrir durante lustros una penosa situación. Hoy, sus valientes reformas, su compromiso con los acuerdos realizados y el esfuerzo de todos sus ciudadanos le permiten albergar una alta esperanza de, relativamente, pronta recuperación.

Más allá del caso germano o irlandés, para que un proceso de reformas maximice sus resultados, es necesario que la ciudadanía lo comprenda y lo apoye. Para ello es fundamental desarrollar un plan coherente y creíble, profundamente explicado a todo el país, en el que se detallen los objetivos, las razones, las medidas y los resultados esperados. Sólo así se conseguirá, más allá del dolor que el proceso de ajuste de la economía provocará en ciudadanos y empresas, un largo período de crecimiento robusto y equilibrado.

Gonzalo Gómez Bengoechea
es Profesor de ICADE

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