Hay libros que tienen la virtud de condensar mucho contenido, con una estructura analítica clara y en base a una extensa bibliografía. Este breve pero abigarrado ensayo sobre el feminismo es de 1993. Escrito por dos mujeres (una de ellas, Susan Moller Okin, falleció en 2004) vinculadas al mundo académico, que comparten también la pasión activista por una causa, el texto revela desde la primera línea su enfoque de partida: “El feminismo es más una actitud política que un sistema teórico (…) Su objetivo es cambiar el mundo. Al igual que el marxismo, o que cualquier otro movimiento cuyo objetivo es el cambio político, su pensamiento está inextricablemente mezclado con la acción”.
Modificar el mundo (sin obviar ningún estrato cultural ni biológico) es la meta del análisis y de una obra que traza un mapa preciso de la ideología feminista, con toda su gama de apellidos y una profusión sorprendente de sus diferentes ancestros y mestizajes, con unas perspectivas de futuro inimaginables para no expertos en la materia.
Uno de los aspectos más interesantes de su agenda transparente es la transversalidad entre individuo y sociedad: “Una mujer pronunció por primera vez las palabras ‘lo personal es político’, y cientos de miles más hicieron suya esa frase al darse cuenta de que lo que habían contemplado como su propio problema individual y privado era en realidad un problema estructural, público y compartido (…) Lo que sucede entre un hombre y una mujer en el hogar, incluso en el dormitorio, es conformado por, y a su vez conforma, lo que sucede en las legislaturas y en los campos de batalla (…) Las decisiones públicas crean desigualdades de poder domésticas. Las acciones privadas, a su vez, crean desigualdades de poder públicas”.
La esfera pública y la privada multiplican exponencialmente sus campos de acción peleando por la mutación de lenguaje, valores, sistemas sociales y, en último término, la misma biología humana. Pero el cambio perseguido puede verse afectado por múltiples variantes hasta llegar a la encrucijada de que “lo que es relevante para algunas a título individual podrá diferir de lo que es relevante para otras. Ciertas leyes y normas dañarán de manera distinta a mujeres dependiendo de si son lesbianas o heterosexuales, pobres o aristócratas, cristianas o musulmanas, madres o no, o de si se hallan situadas de manera diferente en la historia individual y social”.
Conforme avanza la lectura, a veces da la sensación de que las ideas pasan por un canuto de cristal colorido y deforme, pintando un cuadro surrealista del alma humana, de la sociedad y de la historia. Abandonada la naturaleza como punto esencial de referencia, todo se vuelve cambiante y relativo y, demasiadas veces, contradictorio consigo mismo. La lente ideológica distorsiona la realidad hasta límites cómicos o grotescos.
En medio del caos, una luz alumbra al lector: “La tradición liberal subraya la independencia, mientras que las teorías feministas del cuidado de los demás subrayan que la dependencia es una experiencia central del ser humano”. La libertad humana dependiente no es precisamente un presupuesto feminista, pero sí revela la intención loable de estas buscadoras, que confiesan: “Algunas de las mejores investigaciones feministas sobre el antifeminismo son fruto de un genuino deseo de comprender la perspectiva de las antifeministas como mujeres”. Lo cierto es que la dialéctica no deja resquicios a matices ni disensiones. Lo (a)firmo como mujer, pensante y lectora.