Tetris es uno de los videojuegos de mayor éxito de la historia. Fue diseñado en los años 80 por un programador en la Unión Soviética. La obtención de los derechos de comercialización en Occidente fue una auténtica carrera de obstáculos: desde la obtención del dinero necesario para la fabricación de los cartuchos, pasando por la negociación con las compañías de consolas, hasta los peligrosos viajes a Rusia, con el KGB de por medio, a fin de negociar el Tetris para consolas portátiles.
Jon S. Baird regresa a la gran pantalla con otra película basada en hechos reales tras la delicada y entrañable El gordo y el flaco. El guion de Noah Pink (escritor de las dos primeras temporadas de la serie Genius dedicadas a Einstein y Picasso) tiene un acertado tono cómico, ritmo frenético y giros necesarios para mantener constantemente la atención y el interés. El diseño del film, con gráficos que imitan los videojuegos de época, le confiere un rasgo de originalidad y es un claro guiño a los espectadores que han crecido con ellos. La elección del versátil Taron Egerton (Kingsman, Rocketman, Encerrado con el diablo) como protagonista es muy apropiada para expresar su estado habitual de trepidación y un ingenio desbordante para la supervivencia empresarial.
Esta producción se suma a la ola de películas sobre videojuegos de los últimos meses, con los estrenos de The Last of Us y Super Mario Bros. Sin embargo, Tetris pretende algo más: nos narra historias humanas, con unos personajes bien definidos y desarrollados, con un posicionamiento claro de la familia por encima del éxito y el dinero. Y aunque la película adolezca de un cierto maniqueísmo, nos presenta algunos personajes profundos entre los burócratas soviéticos. En especial, el diseñador de Tetris, que está dispuesto a jugarse la vida para salvaguardar la inesperada amistad que entabla con el protagonista.
