Hermano mayor del cineasta Nikita Mijalkov e hijo de Serguéi Mijalkov, un artista muy celebrado y condecorado por el régimen comunista, Andréi Konchalovski es un cineasta discreto. Prometía mucho cuando escribió junto a Tarkovski el guion de la excelente Andréi Rubliov. Sus películas rusas y las que hizo en Estados Unidos en los años 80 nunca fueron especialmente brillantes.
Queridos camaradas, premio especial del Jurado en Venecia y candidata rusa al Oscar en lengua no inglesa, está protagonizada por Yuliya Vysotskaya, una actriz solvente que es la última esposa del director. Se cuenta la masacre de Novocherkask, el 2 junio de 1962, con 26 muertos tiroteados por el ejército y/o el KGB, en una manifestación ante el ayuntamiento para protestar por la carestía de alimentos de primera necesidad.
Resulta interesante el eclecticismo de Konchalovski –ciertamente muy extendido en la Rusia actual– que alaba la nobleza del homo sovieticus de la posguerra que sobrevive a las purgas de Stalin, mientras muestra el fanatismo del KGB a las órdenes de Nikita Jruschov, al que el director atribuye la brutal represión en el corazón del territorio cosaco (Solzhenitsyn defiende en Archipiélago Gulag que los muertos fueron entre 70 y 80).
En un blanco y negro poderoso, la película es inteligente; también astuta y manipuladora, al poner el foco en la cínica y desencantada comisaria política que entra en crisis cuando ve a su hija adolescente en peligro. La mirada es la de ese personaje, y uno se pregunta por las miradas de los condenados a muerte, heridos y deportados tras el ametrallamiento de la muchedumbre desarmada. Es una buena historia pensada para rusos de 2021. Hay dos desnudos de una frivolidad sonrojante.
“No hay que exagerar el concepto de libertad a partir de los 30. Lo dijo Carlyle: La revolución la inventan románticos, la protagonizan fanáticos y la aprovechan indeseables”, declaró Konchalovski en la promoción de la película. Te dan escalofríos.