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Rose Pamphyle es una chica de pueblo que, a finales de los 50, sueña con labrarse una carrera de jovencita moderna en la ciudad, trabajando como secretaria. La contrata para su despacho Louis Échard, a quien fascina por su rapidez como mecanógrafa, aunque solo utiliza dos dedos. Empeñado en hacerla triunfar en campeonatos de velocidad con máquina de escribir, acepta tenerla como secretaria a pesar de su manifiesto desorden.

Simpática y ligera comedia de teléfonos blancos, de humor suave, cuya principal referencia, empezando por los títulos de crédito, y siguiendo por el físico de los protagonistas, Romain Duris y Déborah François, son las deliciosas películas de Rock Hudson y Doris Day. El tono es amable e idealizado, nada que ver con un mundo estéticamente comparable de colores pastel, el de la cínica serie televisiva Mad Men.

Tal vez el debutante en el largo Régis Roinsard estira en exceso la trama, con demasiadas competiciones de chicas dándole a la tecla; pero crea emoción al estilo de los dramas deportivos, con un encanto y optimismo que se agradecen en tiempos de crisis. La guerra de sexos funciona, igual que los encuentros y desencuentros, las situaciones equívocas, las relaciones entre personajes, incluido el distanciamiento del padre, o el cariño de la dependienta. Mata algo el romanticismo la noche de alcoba, pero puede más la delicadeza general, los silencios y comportamientos contradictorios propios de quienes se aman y no saben cómo expresarlo.

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