Plenilunio

Director: Imanol Uribe. Guión: Elvira Lindo. Intérpretes: Miguel Ángel Solá, Adriana Ozores, Juan Diego Botto, Fernando Fernán Gómez, Charo López, Chete Lera, Noelia Ortega. 118 min. Adultos.

DIRECCIÓN

GÉNEROS

Se sorprendieron algunos críticos de que esta película -presentada fuera de concurso en el Festival de Cine de San Sebastián 2000- fuera pitada por un sector del público tras su proyección.

Como telón de fondo… psicológico aparece ETA, y aparecen también las secuelas que en el policía protagonista, que luchó en el Norte contra ella, han quedado: miedo persistente, amargura… Su mujer está internada en un psiquiátrico por haber sufrido continuadas amenazas, que sus nervios no pudieron resistir… La película acaba con la presencia en esa ciudad de un etarra que dispara a traición contra el policía. ¿Razón de las pitadas de un sector del público a esta película? Tal vez que ETA sea presentada por sus obras.

¿Otra razón por la que pueda ser pitada Plenilunio? Su lentitud. Aunque es una lentitud necesaria, como es lenta, casi por naturaleza, una marcha fúnebre. Parte del público sólo quiere el molto agitato; parece que su fin sea estar dentro de una trituradora que les impida pensar.

De todos modos, esa lentitud elegante -cooperantes de modo principalísimo la fotografía y la música- no es razón suficiente de una calidad completa. Las muy buenas interpretaciones no ayudan a esa elegancia, sino que hacen más patente la honda deficiencia del film (incluyo el guión, e incluyo la novela homónima en esta calificación de deficiencia).

Hay otra línea -además de esa presencia psicológica de ETA- que sostiene… ¿la trama? Se trata de un joven pescadero que veja (no parece ser capaz de violar) y mata a niñas preadolescentes. El espectador conoce desde el comienzo al repugnante asesino: el suspense está en si el policía acabará por descubrirle y apresarle. Al final, el odioso criminal se manifiesta -hacen la novela, el guión y el film que se manifieste- como un piadoso creyente católico.

Entra en la historia una tal Carmen, por ser la maestra de una de las niñas asesinadas por el pescadero piadoso. El policía -su mujer en el psiquiátrico- se acuesta con Carmen al tercer encuentro, después de «veinte años de ser fiel a su mujer» (algo así dice). Luego ya son amantes empedernidos, profusamente expuestos.

El policía tiene en esta ciudad castellana a un antiguo profesor del colegio, casi anciano, sacerdote, que a sí mismo se define como cura rojo (¿Qué quiere eso decir? ¡Ah…! La novela, el guión y el film deben de saberlo). El policía presenta al sacerdote su caso personal de conciencia, que califica sin ambages de adulterio, y le pide consejo y orientación. Pero el cura, quizá porque es rojo, quizá porque cuelga en su pasillo un retrato del Che, no tiene nada que aconsejar, no sabe dar ninguna orientación: «¡Yo qué sé lo que pasa en las relaciones de un hombre y una mujer!» ( algo así dice).

Y como remate esperanzador a tanta calidad moral y suculencia espiritual, parece que el policía abandonará a su mujer enferma -aunque está mejor…- y se irá a Madrid con Carmen la maestra, que ha conseguido el traslado.

Yo también pito la novela de Muñoz Molina, el guión de Elvira Lindo y la película de Imanol Uribe. ¿Cómo no va a haber asesinos si hay policías adúlteros y maestras adúlteras, crueles con gente enferma y sola, policías y maestras capaces de abandonar por egoísmo a una mujer desvalida? ¿Cómo quieren que no haya asesinos si hay curas que se llaman a sí mismos rojos y no tienen consejo ni orientación que dar? ¿Para qué sirven?

Pedro Antonio Urbina

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