Pena de muerte

TÍTULO ORIGINAL Dead Man Walking

DIRECCIÓN

GÉNEROS

Director y guionista: Tim Robbins. Intérpretes: Susan Sarandon, Sean Penn, Robert Prosky, Raymond J. Barry, Celia Weston, R. Lee Ermey, Lois Smith. 120 min.

El actor Tim Robbins ya mostró una singular personalidad visual en Ciudadano Bob Roberts, su debut como director. Ahora, ha logrado con Pena de muerte una de las películas más redondas de los últimos años. Sorprende que, siendo candidata a cuatro Oscars importantes -director, actor, actriz y canción original-, no opte a la estatuilla a la mejor película. Por lo pronto, el film ya ganó, en el pasado Festival de Berlín, el Oso de Plata al mejor actor (Sean Penn), así como los Premios del Jurado Ecuménico, el de la Asociación Alemana de Cines de Arte y Ensayo, y el que otorga el diario Berliner Morgenpost.

La película adapta libremente el libro autobiográfico de Helen Prejean (Susan Sarandon), una monja católica de la Congregación de Hermanas de San José de Medaille, que en 1982 fue consejera espiritual de un condenado a muerte (Sean Penn) por el asesinato con violación de una pareja de novios. Se describe sobre todo la sacrificada lucha de la monja por salvar la vida y el alma del reo, y por erradicar el odio que domina a los familiares de las víctimas. En la actualidad, la Hermana Prejean preside el Comité Nacional para la Abolición de la Pena de Muerte.

La solidez de su propio guión facilita a Tim Robbins una vigorosa puesta en escena -sobria, pero de alto voltaje dramático y gran fuerza visual-, en la que se hilvanan con asombrosa precisión cada uno de los complejos matices de la trama. A esto se añaden unas interpretaciones soberbias, que involucran sin remedio al espectador en los dramas de cada uno de los personajes, todos ellos descritos con una sutil variedad de matices. Destacan Sean Penn y, sobre todo, Susan Sarandon, cuyo recital interpretativo puede valerle por fin el Oscar a la mejor actriz, después de cuatro candidaturas fallidas.

Redondean esta espléndida factura técnica la fotografía de Roger A. Deakins -muy eficaz en la desasosegante recreación de atmósferas- y una singular partitura de David Robbins, cuyos eclécticos y sugestivos ritmos exóticos resultan muy adecuados al tono dramático y a la riqueza antropológica de la historia. Lo mismo cabe decir de la canción de los títulos de crédito, Dead Man Walking, interpretada por Bruce Springsteen.

El tono es fuerte, especialmente en la fragmentaria rememoración del asesinato; pero Robbins no cede casi nunca a lo morboso. Queda así intacta su equilibrada crítica a la pena capital, a través de la que afronta algunas de las grandes preguntas del hombre actual y de todos los tiempos: el valor de la oración y el sacrificio, la realidad del pecado, la necesidad del arrepentimiento y del perdón…

Todo ello se mira desde un atractivo punto de vista netamente católico que, además de facilitar los estremecedores paralelismos finales con la Pasión de Jesucristo, permite a Tim Robbins redescubrir la auténtica raíz de la dignidad del hombre -su condición de hijo de Dios- y hasta la grandeza de la vocación religiosa. Durante uno de sus encuentros, la monja le dice al condenado: «Si yo tuviera esposo e hijos seguramente no estaría ahora aquí contigo». Y en otro momento, ante la pregunta de por qué se ha hecho monja, la Hermana Prejean responde: «Sólo trato de devolver algo de todo el amor que he recibido». Quizá sea éste el secreto de la arrebatadora energía moral que destila la película por todos sus poros: el poder redentor del amor a los demás.

Jerónimo José Martín

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