Nelson Mandela murió hace poco más de un mes, a los 95 años. Basada en su autobiografía –escrita con la ayuda del norteamericano Richard Stengel– y avalada por su familia, esta producción británica la dirige Justin Chadwick (Manchester, 1968), conocido por sus trabajos en televisión (especialmente una buena versión de Casa desolada para la BBC) y por un largometraje con guion de Peter Morgan, Las hermanas Bolena, notable e inteligente adaptación del libro de Philippa Gregory.
William Nicholson ha sido el guionista elegido para adaptar las memorias de Mandela. Antes había escrito Tierras de penumbra, la popular Gladiator y El Primer Caballero. No es fácil retratar la vida larga de un personaje que pasó 27 en prisión, entre los 46 y los 73 años. Para hacerlo había que elegir un hilo narrativo teniendo en cuenta que dos películas precedentes –Adiós, Bafana, de Bille August (2007), e Invictus, de Clint Eastwood (2009)– habían abordado el encarcelamiento y la llegada a la presidencia de Mandela, con el episodio del Mundial de Rugby de 1995 como momento estelar. De alguna manera, y es lógico, el núcleo central es la relación con su segunda esposa, Winnie; y a la vez la lucha de ambos para que el país superase el apartheid y se convocasen unas elecciones con voto universal.
Nicholson no logra armar bien el relato de 140 minutos, quizás porque abarca demasiado, pero todo lo que cuenta es interesante y conmovedor. La atronadora música de Alex Heffes es casi siempre un estorbo, con una grandilocuencia inoportuna. Idris Elba compone bien al personaje, en un retrato concebido para un público muy amplio, con la dificultad añadida de que el personaje se caracterizó por no exteriorizar sus sentimientos, por colocarse una especie de máscara. El diseño de producción es bueno y la factura aceptable. La película no ha funcionado en Estados Unidos, donde no ha recaudado más que 8 millones de dólares desde su estreno el pasado 29 de noviembre.
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