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Almodóvar ha tenido un papel importante en el cine español. Renovó el lenguaje cinematográfico con una estética que tenía sello de autor. Creó un microcosmos de personajes –muy suyos– donde encontrábamos más de un hallazgo feliz. Supo extraer magníficas interpretaciones a actores que hasta ese momento eran solo promesas. En fin, ha rodado unas cuantas películas que, a pesar de su tono estrafalario, aguantan muy bien el paso del tiempo.

Por eso, se esperaba con interés la vuelta de Almodóvar a la comedia, después de las fallidas Los abrazos rotos y La piel que habito, y ha sido decepcionante. El escenario de Los amantes pasajeros es un avión con destino a México, que por una avería tiene que sobrevolar la península Ibérica buscando un aeropuerto donde aterrizar. El contenido es una acumulación de chistes –o mejor, reiteración de un solo chiste– con poca gracia y sin sentido del ritmo. Desde la omnipresente broma gay en clave trasnochada hasta el infantil afán de trasgresión (a base de sumar elementos procaces que, más que escandalizar, hastían), todo suena démodé.

Esta pátina de antigüedad quita también mordiente a la crítica social de la película, muy aguada porque parece venir de alguien que se acaba de bajar de la máquina del tiempo. Además, la falta de sentido de la historia se contagia a los actores, que no consiguen evitar el desastre.

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