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La virgen de agosto

TÍTULO ORIGINAL La virgen de agosto

PRODUCCIÓN España - 2019

DURACIÓN 125 min.

DIRECCIÓN

GÉNEROS,

PÚBLICOAdultos

CLASIFICACIÓNSexo

ESTRENO15/08/2019

Hay que reconocer que la mirada cinematográfica de Jonás Trueba es de otro planeta. No diré marciana porque cualquiera me dirá que es francesa. Pero francesa heredera de Rohmer –la referencia es tan obligada como reiterativa– que es una mirada, a fin de cuentas, bastante marciana.

Trueba, Jonás, porque de Truebas hay una estirpe, hace cine como otros –por cierto, los franceses– experimentan con la cocina. Ahora un poco de esta especia, ahora mezclo, ahora enfrío, ahora juego. Pero ojo, que nadie piense que Trueba experimenta con el montaje, con las lentes o el color. Los experimentos de Jonás Trueba tienen mucho que ver con la narrativa, con el modo de contar la historia, con la información que se proporciona al espectador, con la forma de dosificar el diálogo y los silencios. Eso lo convierte definitivamente en un director complejo. Un cineasta de minorías.

Sirva esta introducción para decir que me encuentro dentro de esas minorías y sirva también para enmarcar mi reproche a su última película. Desde Todas las canciones hablan de mí he conectado con el laconismo de Trueba. He encontrado gestos, tomas, frases, que me han compensado los minutos que he pasado delante de la pantalla sin que pasara nada… porque por dentro de los personajes estaban pasando cosas. Dicho con otras palabras: le perdono el aburrimiento porque sus películas terminan aportándome algo.

Esto mismo me pasa con La virgen de agosto… durante una gran parte del metraje. Con una estructura de capítulos que llegan hasta el día 15, día en el que se celebra en casi toda España y también en Madrid, la fiesta de la Asunción de la Virgen María, Trueba cuenta la historia de una mujer entrada en la treintena que decide quedarse en agosto en la capital. ¿Para qué? Para aclararse, para frenar, para huir o para encontrarse. Los personajes de Trueba nunca dan explicaciones sobre sus actuaciones, pero la protagonista es una mujer en crisis de identidad, eso sí lo sabemos. Y en plena crisis se va encontrando con amigos, conocidos, exparejas… Y descubre cosas insólitas, desde pequeñas procesiones a 40 grados hasta ritos de bendición del útero…

Todo este viaje –más interior que exterior– está muy bien contado. Cualquiera que haya pasado un mes de agosto en Madrid sabe que la ciudad es otra, que la agresividad disminuye, que la capital se convierte en pueblo, que uno puede hacer cosas que nunca intentaría en otro mes. Aunque sean pocos días este viaje es muy lento, todo ocurre muy despacio, excesivamente despacio porque la cinta supera las dos horas… Pero eso se lo perdono a Trueba, ya lo he dicho, porque así es su cine. No he ido a ver una película de acción.

Lo que no le perdono es que, cuando ha incoado una crisis existencial y de identidad, cuando nos ha regalado un par de escenas redondas –esa pareja de ex que vacilan si meterse en el cine o achicharrarse en el asfalto, que balbucean mientras se rozan los dedos– cuando ha hilvanado (es cierto, en mitad de mucha conversación banal) algunas frases muy inspiradoras, remate la película con un final absolutamente convencional, tosco en su innecesaria explicitud y contradictorio en su propuesta filosófica y narrativa. Reconozco que se me quedó cara de tonta y una pregunta en el aire ¿y esto? ¿a qué viene?

En fin: una pena. Y son muchos minutos de cine los que desperdicia…

Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta

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