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La última estación

TÍTULO ORIGINAL The Last Station

PRODUCCIÓN Estados Unidos - 2009

DURACIÓN 112 min.

DIRECCIÓN

GÉNEROS,

PÚBLICOAdultos

CLASIFICACIÓNSexo

ESTRENO04/09/2009

Acostumbrado a cambiar de género, el norteamericano Hoffman (Restauración, Sueño de una noche de verano, El club del Emperador) adapta la novela de su compatriota Jay Parini sobre el último año de vida de Lev Tolstói, que en 1910 es un escritor de fama mundial. Vive en su finca natal en Yásnaya Poliana, donde juega a ser conde, zapatero y profeta, predicando un utopismo regeneracionista fruto de sus lecturas de la Biblia, Rousseau, Proudhon, Kropotkin y Schopenhauer. Rodeado de una corte de seguidores que le idolatran como el profeta que traerá a Rusia la salvación, Tolstói quiere paz, es decir, quiere que todo se haga a su gusto, que se instaure un nuevo sistema educativo, que los campesinos se hagan vegetarianos, que se renuncie al sexo y al matrimonio, etc. Su mujer no está dispuesta a que su marido dilapide el patrimonio de su larga familia (sus derechos de autor, especialmente), como pretende hacer asistido por Vladimir Chertkov, con quien comparte sus teorías.

La película, de producción europea y rodada en Alemania, cuenta con unas interpretaciones impresionantes, una atractiva puesta en escena, buen diseño de producción y una historia de enorme interés, pero a Hoffman el tema le viene grande.

Faltan matices (muchísimos) en el retrato de la relación entre Lev y su mujer Sofía, presentada como metomentodo histérica más que como víctima de los escrúpulos y delirios mesiánicos de su marido. Ella se ha desvivido por él, mientras que Tolstói con mucha frecuencia la ha tratado de una manera injusta, con actitudes arbitrarias de un machismo verdaderamente patético (por ejemplo, escribir las intimidades del matrimonio y permitir que se tomara nota de todo lo que decía incluso en el ámbito doméstico).

También hay un dibujo acaramelado de las excentricidades y los desatinos filosófico-políticos de un colosal novelista que con frecuencia se comportó como un ególatra que decía verdaderas sandeces, bienintencionadas, pero nada coherentes con la vida de juerguista manirroto que había llevado durante muchos años, y desde luego poco útiles para un país con tremendas injusticias como era la Rusia zarista. El personaje del joven secretario Valentín Bulgákov debería servir de fiel de la balanza, pero no está bien definido y la película se dispersa.

Con todo, el que conozca la obra y la vida de Tolstói (ayuda leer las memorias de Bulgákov y los recuerdos del propio matrimonio Tolstói) verá la cinta con agrado y tomará conciencia de que eso de convivir con los genios no suele ser fácil (pienso en el estremecedor caso de Thomas Mann, tratado por una durísima miniserie alemana).

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