Amsterdam, 1642. Rembrandt, a petición de su mujer, Saskia, acepta el encargo de pintar un grupo de la milicia urbana y se ve envuelto en una conspiración: el capitán, figura principal del lienzo, muere en un extraño accidente, le sustituye Frans Banning, cabeza de un complot en el que están implicados buena parte de los notables de la ciudad. Rembrandt utiliza el cuadro para denunciar a esos hombres y esa sociedad corrupta.
La obra más famosa del Rijksmuseum de Amsterdam sirve para que Peter Greenaway vuelva a exhibir su personalísimo estilo en el que gusta mezclar las diversas artes visuales y disertar sobre el arte y su inspiración. Con esmero recrea la sociedad de la época, el estudio del pintor, sus cuadros y sus colores; después se centra en la vida apasionada y tumultuosa del artista, con mucha atención a su actividad sexual, y, finalmente, en el cuadro en cuestión.
La película se convierte en una serie de pinturas animadas sin más alma que la pasión exaltada del pintor y, en la historia del cuadro, las oscuras ambiciones de una colección de hipócritas corruptos. Todo ello genera una serie de reflexiones que no llegan a explicar nada; o en todo caso, la ruina económica y social del pintor.
Como en la mayoría de sus obras, Greenaway logra hacer un trabajo admirable y aburrido, mezcla de teatro, historia, pintura, fotografía y cine; formalmente bello pero insoportablemente pretencioso. Greenaway lleva toda la vida buscando la obra que englobe a la perfección todas las artes visuales en una gran película, pero no ha logrado encontrar el elemento integrador que armonice sus intuiciones. Aunque superior a sus últimas películas (Las maletas de Tulse Luper), esta también es muy minoritaria, con una pose ácida y una enfermiza proliferación de desnudos gratuitos y diálogos procaces.
