La Moños

Directora y guionista: Mireia Ros. Intérpretes: Julieta Serrano, Claudia Molina, Aynabel Llort, Eufemia Román, Carles Sabater, Anabel Alonso. 90 min.

DIRECCIÓN

GÉNEROS

Es un cuento para mayores contado por unas niñas imaginativas, pero cabría también calificarlo de poema en el recuerdo. El personaje real es La Moños, una mujer muy popular de los años 30 y 40 en la Rambla de Barcelona y alrededores. «Se dice» (también debió de contárselo su madre a la directora y guionista Mireia Ros) que La Moños se volvió loca al morir en accidente su aristocrático amante, y al arrebatarle el niño de ambos esa familia aristocrática, para perpetuar su descendencia.

El caso es que La Moños (Julieta Serrano, magnífica), maquillada como una pepona, emperifollada de cintas y dijes, flores y ropas chillonas de guardarropía de revista, recorre las calles sonriente y amable, cantando cancioncillas con su quebrada voz de vicetiple… y recibiendo de todos compasión y ternura, cariño, y unas monedas, una baratija, o una flor para su moño.

Unas niñas del barrio (la Pepi y su amiga Asuncioneta) la siguen admiradas, atraídas por su señorío y su encanto extravagante, por el halo del misterioso pasado que la envuelve; hasta reciben una vez de ella el regalo de un diamante de bisutería para cada una. E inventan, la Pepi inventa para su amiga Asun, y reconstruye a su aire, la trágica historia de amor de aquellos jóvenes, narración que se interrumpe con la dura y alegre vida de cada día, la ensombrecedora presencia del aristocrático palacio abandonado, la mísera vivienda de La Moños y sus patéticos y alegres paseos de ahora, que dejan en las gentes un algo de nostalgia y poesía.

Sobre esta estructura narrativa, nada fácil de sostener -pues se juega con el pasado y el presente, la realidad pasada y la invención infantil sobre ella-, consigue Mireia Ros una insólita y valiosa opera prima, clara y abierta, llena de detalles enriquecedores y de sugerencias, brillante a veces, siempre verdadera. Incluso la falta de medios y alguna pequeña torpeza, propia de quien comienza, cooperan para bien a la unidad del conjunto, pues el hilo de la madeja está en manos de unas pobres niñas, que Claudia Molina y Aynabel Llort interpretan con encantadora naturalidad.

Pedro Antonio Urbina

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