Una versión de esta reseña se publicó en el servicio impreso 8/14

En 1938, Adolf Hitler campa a sus anchas en Alemania. La adolescente Liesel es adoptada por los Hubberman, Hans y Rosa, un matrimonio sin hijos. Su madre está en un campo de internamiento por sus ideas políticas, y su hermano muere en el camino al nuevo hogar. Ya instalada ahí, le toca pasar las penurias de la guerra, mientras, analfabeta al principio, descubre el placer de leer, escuchar y contar historias.

Esta adaptación del best-seller homónimo de Markus Zusak cuenta a su favor con un buen trabajo de producción y la banda sonora de un maestro que se piensa mucho los proyectos en que se involucra, John Williams. El guion de Michael Petroni hace un gran esfuerzo por mantenerse fiel al original, incluido el mantenimiento, aunque con menor presencia, de la voz en off de la narradora de la historia, nada menos que la muerte. Sin embargo, la película que entrega Brian Percival, conocido sobre todo por su trabajo televisivo en la serie Downton Abbey, resulta demasiado fría y cerebral, no acaban de aflorar las deseadas emociones.

A la cinta le falta sutileza, subraya demasiado los elementos dramáticos de algunos pasajes, cayendo en la obviedad e incluso, paradójicamente, en la contención. El tono es menos oscuro que en el original, pero no se puede acusar al film de blandenguería engañosa. Está claro que el planteamiento, salvando las distancias que uno quiera, invita a las comparaciones con El niño con el pijama de rayas o El diario de Ana Frank, que también tienen base literaria y protagonistas jóvenes.

No obstante, la historia es tan poderosa, que enganchará a muchos espectadores. Porque tiene su encanto ver cómo se estrechan los lazos entre Liesel –Sophie Nélisse, la niña de Profesor Lazhar– y sus padres, bien compuestos por Geoffrey Rush y Emily Watson; o asistir al amor “teen” de ella por Rudy, o al afecto por el “hermano mayor” que viene a ser Max. La pasión por los libros y la lectura se apunta, aunque adolece del mismo problema que la obra original: los textos que se leen, ficticios, no enganchan, empezando por el primero, el irónico manual del sepulturero; y se entiende que se haya acudido aquí a uno real, El hombre invisible de H.G. Wells, como un subtexto de la presencia escondida de Max. De todos modos, no se aprovecha bastante la magia que ofrecían lugares como la biblioteca de la esposa del alcalde, o el sótano de los bombardeos donde se cuentan historias.

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