Se trata de una parodia, de una comedieta de costumbres urbanas…, de un esfuerzo coral tanto en la realidad de su factura como en el intento de expresión artística. Y es una película que nace de un deseo de denuncia social: hay en Medellín (Colombia), como en todas las grandes ciudades de hoy, injusticias, grandes riquezas y lujosas mansiones junto a ruinosas casas de vecinos.
Ante la necesidad de salvar su vivienda, su dignidad, dicen, un grupo de inquilinos de una vieja casa de vecinos inventa La estrategia del caracol para hacer frente a las leyes de desahucio. Es mejor no contar la historieta, porque ella y el gracejo en algunos diálogos quizá sean lo mejor de la película; de hecho, casi en ningún momento dejan de hablar los muchísimos personajes.
El argumento queda en un enfrentamiento simple de buenos y malos, con disparates bufos que recuerdan el cine español de los 40-50, o el neorrealismo italiano. Hay una cierta precipitación, que deja cabos sueltos, situaciones indebidamente burdas, ignorancias religiosas y errores, y antiquísimos tópicos sobre los ricos y los pobres, las derechas y las izquierdas…
La dirección es correcta, se ve aún no cuajada, un poco falta de ritmo, tal vez por la dificultad de mover a tanta gente, por el deseo de lo espectacular con muy pobres medios, y porque, realmente, este es sólo el segundo largometraje de Sergio Cabrera. Todo y todos se presentan con entusiasmo y voluntad, con el frescor de lo que empieza: ese ha debido de ser uno de los motivos de tantos premios, quizá. No la eficacia de su denuncia social, supongo.
Pero sería injusto no reconocer en conjunto el esfuerzo, meritorio, de esta película colombiana, y no aplaudir lo conseguido: fresco, gracioso, auténtico.
Pedro Antonio Urbina